Caminando entre las sombras, procurando evitar las pocas farolas que aún le quedan a estas calles, con el frío corriéndome desde la frente hasta la punta de mis pies en esta noche tan calurosa; así comenzó este amor generado en las más extrañas circunstancias. Todo el suelo temblaba con mis nervios y el temor silencioso que no era capaz de salir por mi boca retumbaba en las paredes, por fin nos encontraríamos para tener (aunque sea una sola vez) la oportunidad de amar.

Te esperé en una esquina ennegrecida por la falta de alumbrado público, en aquel lugar donde tropezamos por error aquella tarde; cuando nos dimos cuenta de que el otro existía y de que ya no podríamos vivir separados. Parado en las sombras para no ser visto, parado en las sombras esperando el encuentro de un amor prohibo por nuestras familias, parado en las sombras por un amor vetado por la sociedad y condenado por el mundo entero.

Ni el mismo William Shakespeare hubiera imaginado a Romeo y Julieta en perores circunstancias que las vividas por nosotros, ni el mejor dramaturgo de todos los tiempos pudiera escribir algo tan complicado y que te corta buena parte del alma como vivir la propia realidad, con la propia emoción y con los propios nervios de vivir un momento así.

Pasado el tiempo el viento a penas ondeaba una vieja bandera rasgada que el dueño de una tienda olvidó y dejó colocada, la calle se tornó en un silencio mortal interrumpido sólo por el estrepitoso pasar de un gato negro que tumbó al suelo un pequeño contenedor de basura; supongo que buscando algo para comer. Pasado el tiempo recordé que mi amada vendría sola y sin la compañía de nadie que pudiera defenderla ante los salteadores, que habían aumentado al empeorar la economía en nuestra nación.

Siempre nos comparamos con Romeo y Julieta, siempre imaginamos que Shakespeare había escrito la tragedia de nuestras vidas, y ahora comenzaba a preocuparme pues recordaba el terrible final de aquella obra que termina con la muerte de ambos amantes. ¿Nos pasaría lo mismo, estamos condenados a no estar juntos; a no tener la oportunidad amarnos jamás? Acordamos irnos y volar de esta triste nación, acordamos dejar todo atrás y comenzar a vivir de nuevo, y esperando me quedé más de dos horas sin tener noticias tuyas amada mía.

Ya somnoliento, cansado y con las peores expectativas en mi cabeza, me recosté del poste de luz que no alumbraba nada y me preparé para caer rendido al suelo después de haber perdido casi todas mis esperanzas, y prefiriendo pensar que te arrepentiste a pensar que te paso a algo malo. Allí me preparé para darle fin a mis sueños y allí estaba listo para entregar a la desidia el resto de mi existencia mortal.

Entonces unos pasos inundaron la calle y me erizaron la piel, no podía ver nada, sólo escuchar unos incesantes pasos que se acercaban con ritmo apresurado hacía aquel poste sin luz y hacía aquella esquina desolada donde se encontraba mi triste alma que solamente prefería sentir miedo a sentir tristeza por tu no-llegada.

En el corazón de las sombras comenzó a dibujarse una silueta y mi rostro se tornó el sonrisa al darme cuenta que la oscuridad me pintaba ahora la cara de mi amada. Eras tú parada frente a mí, eras tu con tu sonrisa de siempre y no una terrible ilusión de esas que produce la desesperanza para burlarse cruelmente de nosotros. Te tomé de la mano y sin perder más tiempo nos fuimos de esa sombrío lugar para no regresar más nunca a la oscuridad, para no regresar más nunca a nuestras casas y para tener todos los días una nueva oportunidad de amar; porque lo bueno de la realidad en comparación a una excelente obra de William Shakespeare, es que la realidad no siempre acaba en tragedia.