Código postal (Relato original)
Disparó la chica al cielo, para herir un ave.
En su lugar, derribó un ángel.
Arrepentida y angustiada, lo llevó a su casa. Por días y noches cuidó de él. Bello como la luz de la luna, piel tallada en sueños y ojos cristalinos. Alas grandes, plumas en color de inocencia y hombría.
Pronto, él despertaría. Pero aún no podía moverse. Ella le pidió miles de disculpas, y lloró de gozo al saber que no había muerto. Y él pudo verla a su mismo nivel de suelo. Los humanos siempre parecían tan pequeños desde arriba. Viviendo vidas pequeñas, enfrentando problemas pequeños, anhelando sueños pequeños.
Por primera vez, él veía una mujer al rostro.
Ojos oscuros, más no vacíos. Un cuerpo frágil, pero no débil. Una piel quemada, pero viva. Una voz de simple candor, como él no había conocido antes.
Compartieron semanas de vida simple. De miradas cruzadas por accidente y conversaciones que pasaron de lo incómodo a lo íntimo. Desgranando sueños, deseos y pasado. Él, de gloriosa y épica historia. Ella, de dulce y apasionada existencia.
Cuando su cuerpo sanó finalmente, ella lo despidió con un adiós que rompía su corazón. Pero él no quiso irse.
Se desprendió de sus alas y se hizo hombre. La tomó de la mano y la abrazó con toda la fuerza de un cariño recién descubierto. Ella pudo por fin llorar en su pecho, rodear su espalda y fundir su alma con la suya, que acababa de nacer.
Se casaron, tuvieron hijos. Consiguió trabajo. Engordó, su piel se llenó de arrugas y el dorado cabello le abandonó. Pero vio a sus pequeños crecer y fortalecerse, entre placer y dolor, derecho de todo padre. Estuvo presente cuando cada uno encontró su propia felicidad en brazos de las personas adecuadas. Los llevó, orgulloso, desde el primer paso como infantes hasta el primer paso como hombres. Se llenó de nietos, que trajeron a su vida más felicidad de la que pudo creer posible. Fue niño por primera vez, entre esas risas inocentes y nuevas.
Su querida esposa compartió décadas felices a su lado. Cada momento fue un tesoro que no dio por sentado jamás. Su figura, rostro y sonrisa, le traían una satisfacción mayor a la obtenida en miles de años de aventuras y vuelos. Un cielo más ancho que el azul sobre su cabeza, y que conocía tan bien. Un brillo en sus ojos, mayor al de las estrellas más lejanas y hermosas. Una voluntad igual a la del más fiero de sus compañeros de combate, pues nacía de una pureza de corazón semejante.
Ella se le adelantó, dejándole un último "te amo" en el alma. Supo ese día, con serena certeza, que él la seguiría pronto.
Tiempo después, en su lecho de muerte, recibió la visita de uno de sus antiguos amigos celestes.
Gallardo, alado, joven y perfecto. El anciano sonrió. No había cambiado nada. La nostalgia llenó su alma como una cálida brisa.
El ángel le miró con dulzura y le preguntó si había valido la pena dejar el cielo.
Él le contestó con la misma sonrisa, las que fueron sus últimas palabras:
"Nunca dejé el cielo. Solamente lo encontré en otro código postal".
me encanto, sigue asi :3
Gracias! :D
Post good sir .!
Thank you!
Buena historia, gran uso de metáforas.
Solo una acotación: cuidado con las comas y los puntos y seguido; aún siendo un texto literario deben ser usadas correctamente.
De igual forma continúa escribiendo, será un placer leerte.
Muchísimas gracias por tu amable comentario. Tomo nota!
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