Pasaje de despedida según la partida de un poeta (Cuento)
Emmanuel era uno de los que tanto insistía en que no me suicidara. Pero ya lo tenía todo programado, nadie lo podría arruinar, ya lo había decidido, mi abandono iba en serio.
Era normal que muchos se manifestaran en contra de mi voluntad. Era normal también que los poetas se suicidaran sin aviso previo, casi siempre dejaban epístolas a manera de legado o herencias simbólicas para saber qué cosas podrían hacer los cercanos después de leerlas, –uno no sabe qué hacer cuando alguien se suicida, mucho menos un poeta–. Ramos Sucre, Maiakovski, Paul Celan, Cristian Jaimes, Caneo Arguinzones y son incontables los creadores del oficio que ya han practicado este ritual tan poético de suicidarse sin avisarle a la masa, sin decir el leitmotiv de su no despedida, algunos los entendemos, porque a veces no vale la pena despedirse de este masaclote tan caótico al que le decimos humanidad y quizá no queremos que otros vean o imaginen con antelación nuestra intimidad acabada, ensangrentada, arruinada. Aunque no me gustaría que vieran mi cuerpo colgado en el techo de mi habitación, porque eso contagiaría el deseo de suicidarse, paradójicamente, digo.
Yo tomé otra decisión. La idea de suicidarme, irme del mundo seguía en pié, sólo que antes de hacerlo tuve que decirle a todos mis cercanos, menos a mi familia, no podría vivir cerca de ellos, viéndolos a diario en la espera de mi muerte, porque harían todo para no hacerlo. La familia siempre que uno está por irse comienza a quererte más. Pero no hablaré de la familia, hablaré del círculo que podría llegar a entenderme, mis amigos poetas, músicos, pintores, teatreros, las mujeres de las que me enamoré, y a todos esos que mantuvieron lealtad a nuestros proyectos de hermandad, les avisé con treinta días de antelación que me suicidaría. Les aclaré como iba a ser, que no hará falta que intenten convencerme de que me quede un poquito más aquí, como dije, ya mi decisión estaba tomada y no tenía sentido que alguien me quitara las pastillas, se salvarán de verme colgado, o parapetado por haberme lanzado del piso más alto de las Torres del Agua.
Algunos no lo creían, logré reunir a sesenta cercanos, cosa que nunca había logrado ni para las conversaciones de arte que siempre teníamos, creían que era un chiste, pero en la mitad de mi discurso algunos comenzaron a tomárselo en serio. Emmanuel se lo tomó en serio desde el principio, fue el primero en saberlo, no quería que lo hiciera, hablamos como tres horas ese día sobre la muerte, yo le dije que la muerte podría ser el sedante que nos resuelva la falta de ternura de esta tempestad que no nos perdona.
Fue extraño, ese día de la reunión algunos antes de terminar el discurso se fueron llorando, otros se quedaron riendo, creían que era un cuento lo que les había leído, lo tuve que aclarar. Tuve que decirles que ese encuentro no era sólo para informarles que me iba, sino porque sabía que lo que no me obsequiaron vivo se lo darían a mi tumba, lo dejarían refugiarse en sus moradas, o se lo darían todo a Emmanuel, mi hermano de camino. Por eso lo de los treinta días, porque quería ver cada obsequio que harían antes de mi despedida. Por supuesto que algunos no podrán hacerlo con esa carga sino hasta después del suicidio, y los entiendo. No es fácil andar treinta días por la vida sabiendo que un amigo se nos va y no hay nada que pueda suspenderlo. Pero es más extraño e incomprensible llevar flores a la tumba a alguien que ya no está. ¿Y por qué no entregarlas estando vivo? Me dije el día que tomé la decisión.
Antes de abrir el derecho de palabra, confesé muchas cosas: mi amor hacia Enriqueta, quien estaba al lado de su pareja, le dije todo lo que sentía por ella, los tantos poemas que le escribí, que había leído en público sin decir la dedicatoria, nunca lo intenté con ella porque el mequetrefe que tenía de pareja era peor que yo y parecía que a Enriqueta le gustaba siempre lo peor, hay muchas mujeres así. También confesé mi amor por Victoria y por Ángela, ambas me confesarían luego que estaban embarazadas, cosa que no me detendría porque fue una de las medidas que vi y decidí que no serían razones para no hacerlo. Mi amor por ellas era grande, ellas me habían abandonado hace mucho, la verdad no me imaginaba en qué momento me dirían lo del embarazo. Quizá si yo fuera el mequetrefe al lado de Enriqueta, me hubiese quedado mucho tiempo más aquí, porque enamorarse de Enriqueta no era cosa simple, ella tenía tanta fuerza, era el equivalente a cinco mujeres, cinco bestias, cinco vidas, cinco pesos pesados, si Enriqueta muriera con más razón me iría detrás de ella así no la viera después, mucho menos quisiera estar en un mundo donde no puedo ver el cuerpo de Enriqueta en vida. Ella no lloró siquiera el día que lo supo.
Ah, esa mujer tan liberadora, pura, ella es una diosa, la revolución de todas las cosas existentes.
Días después me empezaron a llegar cartas, poemas, una obra plástica que pintó mi hermano Darío, de los obsequios que más me había conmovido porque le había pedido una obra hace muchos años y justo ahora lo hice reflexionar con mi anuncio y me está entregando su pintura que tanto le pedí, era un retrato entre retratos, noté que era mi rostro y cuerpo rodeado de insignes poetas y músicos como Gustavo Cerati, Arthur Rimbaud y otros, esto me hizo pensar una vez más que yo tenía razón, no me hubiese gustado irme de este mundo sin ver esta obra tan lúcida, estoy seguro de que no le pintaría algo así a alguien en otras condiciones, valía la pena sentir con la vista el uso de su paleta en esa narrativa pictórica que logró, se lo agradecí, le dije que se quedará en la sala de mi casa.
Entre las cartas me repetían casi siempre lo que no evitaban decir en la reunión. Pero siempre me encontraba con un punto clave que no podrían decir sin saber que pronto feneceré. Mujeres importantes visual y sentimentalmente para mi estabilidad tan sensible e individual, lograron decirme que me amaban y que en algún momento desearon acostarse conmigo, que no daban ese paso final por justamente este miedo a enamorarse de alguien capaz de suicidarse en cualquier momento, sabían que yo era más o menos así. Esto no me alegró mucho.
Prometí que los libros se los dejaría a mi sobrino, todos serán para que él los leyera cuando crezca. Emmanuel se encargará de eso en tanto no tome la misma decisión que yo estoy ejecutando.
En mi computador estaban muchos de mis escritos esperando que alguien los explore y se tome la molestia y el placer de publicarlos con una editorial que se interese por mi mala literatura, las editoriales de hoy se interesan mucho por un grupo de escritores que quien sabe quienes le habrán dicho tantas veces que son buenos escritores que tantos libros han publicado, no me extrañaría que después de mi muerte comenzaran a decir que soy el escritor de la juventud más importante porque decidí por cuenta propia morir, esto no lo entiende la masa, aquí están de acuerdo todos conmigo desde Emmanuel hasta Katherine, que han experimentado ser editores en algún momento, ellos me dijeron que con los muertos es peor, me hicieron tenerle miedo a los escritores de setenta años o más bien a su muerte, porque en plenas presentaciones de libro apenas se le entiende lo que dicen, y entonces estos son los escritores de nuestro siglo y no nosotros. No me quedará otra que guardar mi esperanza en que alguna editorial más interesada en los escritores muertos, moribundos que en los jóvenes (casi todas son así) leerá y publicará mi novela: El hogar de los pasajeros, así la he titulado. Es un homenaje a los pasajeros, es decir a todos los que sabemos qué y cómo andamos al respirar, aunque más que su publicación me interesa más una leal lectura por parte de todos, los cercanos y los lejanos.
Ojalá lo hagan, Emmanuel, con ilustraciones y esas cosas que hacen que se vea más interesante y que tú seas el padrino de la novela.
Quizás si a todos mis amigos escritores –no a mí– estas editoriales tan buenas pero al mismo tiempo egoístas le hubiesen publicado un libro al menos, yo me hubiese quedado un tiempo más por aquí, por lo menos el tiempo que sea necesario para leer cada libro que se les publique, de los que lograron conseguir en sus archivos, en procesos rítmicos.
Se podría decir que hay más calidad literaria en lo inédito que en lo publicado, hoy día, digo, María de Jesús, que es mi gran amiga, es una asidua crítica sobre este problema, esa profesora de letras que no olvidaré, en ella pudiera tener origen esta crítica que hago y recuerdo cuando ya estoy por partir.
María de Jesús, una noche me dijo que se acostaría conmigo si yo no fuera tan callado y tan joven, porque dice que soy muy serio pero sospecha –no sé cómo– que en la cama soy tiernamente salvaje. Su percepción me parece formidable porque mucha gente piensa así, sólo que con un estilo tan pobre y carente de vivencias e información, era quizás una de las cosas que estimulaban mi deseo por morir.
Sí, porque esos intentos de subestimación hacia la personalidad de un transeúnte como yo que se confundía de vez en cuando con un arquitecto, era lo que engrandecía el estar solo. No la soledad, como bien sabemos eso no existe, el estar solo es una decisión como esta, que al mismo tiempo supone un espacio de dispersión, alejarse del tropel que te contagia algo que no tenemos claro si es una mala energía o si es el sudor por el deseo de cada día ser más caníbal.
Un día antes del suicidio nos reunimos de nuevo, por unas últimas cervezas, unas últimas sonrisas, lágrimas, poemas, besos, orgías, bestialidades, etc. Esta vez no eran tantos, claro, era obvio que muchos eran incapaces de verme un día antes de que la muerte viniera en su barco y me llevara a su morada.
Pero bueno, después del relajo, de terminar la noche, de las despedidas y los inolvidables abrazos, me fui. Dormí unas horas, tomé las pastillas y caminé hacia la costa donde estaba el barco esperando, era un barco muy grande para mí solo, posiblemente lo llegué a ver como El barco ebrio de Rimbaud. Para mí percepción era uno muy bello, a Darío le hubiese gustado pintarlo, llevarlo al lienzo, a su estilo tan particular de transformar lo no tan real en fantástico. Y listo, subí a perderme, en el cautiverio donde la muerte tiene un espacio para los inmigrantes suicidas como yo. A partir de ese entonces todos los poetas siguieron mi ejemplo.
Pocos días después llegó Emmanuel, y luego recibí a Enriqueta para mostrarle la cama matrimonial que aparté el día que me recibieron acá: la cama en la que desde ahora haremos el amor todas las noches.
Sencillamente brutal
Muchas Graciass <3
Wow me ha encantado.
Me alegra te haya gustado Hernan, saludos...
El cuento y la selección de imágenes, me hicieron alucinar, es grandioso realmente.
Gracias por tu lectura hermano, que bueno que te guste. Un abrazo!
Este cuento recibió Mención honorífica en el 2017 por el "I Concurso Literario Lisandro Alvarado" convocado por la Universidad Centrooccidental Lisandro Alvarado (UCLA).
Espero sea disfrutado y si agrada la idea déjame en los comentarios tu parte favorita del cuento. :)
Bless.