Mi atardecer y día de hoy se basó en oscuridades particulares. De esas que no importa cuán iluminado esté el día y tu ánimo, sabes que algo falta, algo que no vemos peor sabemos. Luego, esperando el transporte público para volver a mi casa, algunas pistas se asomaron: Niños comiendo de la basura pero fronteando su desdicha con sonrisas y juegos de fútbol con las bolsas en las que nada hallaban, un sistema de transporte abarrotado de gente que quieren solo llegar a sus casas para encontrar una pequeña porción de paz antes de repetir la rutina del día siguiente. La oscuridad está en esa Venezuela que son múltiples Venezuelas, de múltiples realidades, el comunismo lo han inculcado tanto y tan bien que ya es inconsciente pensar como ellos. Pensar que está mal que más de la mitad de la población esté pasando hambre crítica, que la clase media ya no existe, que la crisis del dinero es ridícula y aún así locales nocturnos de la ciudad y licorerías, tascas, tabernas siguen abriendo, pensar en eso como malo es cómo el comunismo nos ha puesto como enemigos de nosotros mismos porque nunca entenderán -o sí- el mercado de oferta y demanda. En un extremo de la ciudad dices: ¡Aquí no hay vida, vámonos ya!, mientras que en otro extremo las apariencias engañan con que nada pasa si estás en esa zona. Venezuela, trama cosas ocultas, oscuras, no las ves, pero sabes que están allí, así como un atardecer en blanco y negro.