LAS MARIPOSAS AMARILLAS DE “CIEN AÑOS DE SOLEDAD”: UN ESLABÓN LITERARIO ENTRE LA MITOLOGÍA Y LA RELIGIÓN.

Fuente

Alas amarillas y delicadas batiéndose en contra o a favor del viento para alcanzar un destino. Una mariposa amarilla es una mensajera que desafía las corrientes de aire y los candentes rayos del sol para cumplir una promesa ancestral: anunciar el arribo de una persona especial. O por lo menos, así se cree en la tradición popular. En ninguna parte del mundo, las mariposas cumplieron tan fielmente esa misión anunciadora como en aquel pueblo donde vivían Meme y Mauricio Babilonia. Macondo es un pueblo universal que siempre será visitado por los lectores de Cien años de soledad.

Las mariposas amarillas forman parte de la simbología presente en la obra de García Márquez. Las liberaba en sus relatos cuando quería hacer alusión a un importante anuncio. Son una versión del Ángel Gabriel de la religión católica que trajo noticias maravillosas: “el Mesías ha nacido en Belén”. Y una versión de Hermes y Mercurio que son reconocidos en la mitología griega y latina, respectivamente, como los mensajeros de los dioses.

En la novela, se cuenta que Mauricio Babilonia era un humilde trabajador que cautivó con su virilidad y gallardía a Meme, la bien criada hija de Aureliano Segundo y Fernanda Del Carpio. Nace el amor teniendo en su contra los deseos de la matrona. A pesar de la inevitable y muy perceptible, presencia de las mariposas amarillas, que como una nube, revoloteaban sobre la cabeza de Mauricio Babilonia, los amantes se veían a hurtadillas para dar rienda suelta a la pasión que los quemaba en una hoguera atizada con la vehemencia, y la rebeldía.

Esas mariposas amarillas anunciaban la llegada de un sentimiento capaz de existir, independientemente, de la imposición de una norma familiar, social y epocal. Anunciaban la llegada del pensamiento moderno.

Pero todavía faltaba mucho para que aquel anuncio se hiciera realidad. Fernanda Del Carpio se enteró del amorío, y preparó un macabro plan. Denunció la presencia de un ladrón, y Mauricio Babilonia cayó al piso con un balazo que le robo la vida aunque no lo mató. Aquella noche, Meme lo esperaba. Ella se bañaba. El levantaría una lámina del techo. Se produciría el encuentro y se amarían sin recato ni pudor. Por desgracia, la oscuridad nocturna anuló el brillante amarillo de las mariposas. Se tornaron negras, y en lugar de portar buenas noticias, anunciaron una gran tragedia. Condenado a la inamovilidad por el certero disparo de la ley, el amante se consumió. Y murió de viejo asediado por el aleteo de sus compañeras. Meme fue enviada a un convento donde pasó el resto de su vida sin pronunciar una palabra. Se impuso el convencionalismo social y se eclipsó el libre albedrío que por naturaleza debe nutrir el amor entre un hombre y una mujer.

Y así fue como las mariposas de Mauricio Babilonia se tornaron negras para anunciar una tragedia. No podían renunciar a llevar el mensaje. Y tampoco podían alterar su contenido. El mensajero no interviene el destino de los personajes. Esa intervención es cuestión de dioses. ¿Acaso el Ángel Gabriel podía cambiar el lugar de nacimiento del Niño Jesús? ¿Acaso Mercurio o Hermes podían oponerse al mandato de Júpiter o de Zeus? Las mariposas amarillas de “Cien años de soledad” son un eslabón literario entre la mitología y la religión.