LA NIÑA Y EL CORONEL: ¿UNA HISTORIA DE AMOR O DE PERVERSIÓN?
Quién podía imaginarse que una niña de nueve años sería la esposa de un coronel que ya contaba cuarenta años de edad. Por increíble que parezca, en el pueblo se pensó que aquel enamoramiento era algo natural. Ese amor se vio como una jugada de la vida que nadie podía evitar.
Pongan atención a esta historia que les voy a contar:
Remedios Mascote llegó al pueblo con nueve años de edad. Su belleza angelical impactaba a todos los que se fijaban en su tersa piel y en sus ojos verdes. Dueña de una gracia especial, se convirtió en la representación de la inocencia infantil. Cuando el coronel Aureliano Buendía la conoció, de inmediato sintió una hincada en lo más profundo de su corazón. Después de ese primer encuentro, se produjo una visita familiar. La niña llegó con sus padres y hermanas a la casa del embelesado coronel. Ella entró a un taller de orfebrería, y lo observó fabricando pescaditos de oro. Él le regaló una de sus creaciones. Remedios se asustó con el extraño ofrecimiento, y huyó del lugar.
quedó oculto. Él compartió sus sentimientos con sus allegados. Algunos le decían que terminaría de criar a Remedios. Al principio, la gente creía que ese amor se ahogaría antes de ver la orilla. No fue así. La persistencia de Aureliano convenció a todo el mundo de la normalidad de su pretendida relación. Y a fuerza de insistencia, logró la aceptación que necesitaba para casarse con una niña que todavía se orinaba la cama. El hombre estaba verdaderamente obsesionado, y no veía la diferencia de edad como un obstáculo, y mucho menos como una falta a la moral. Tampoco asumía que una criatura de nueve años de edad no sabía nada de matrimonio. Lo único que le movió un poco la conciencia fue la necesidad de esperar hasta que Remedios comenzara a menstruar.
El día que fue a pedir la mano de la pequeña, la encontró dormida. La madre despertó a la niña, y la llevó cargada hasta la sala. Ella lloriqueaba y pedía que la dejaran dormir. Y ese lloriqueo se entendió como la admisión de aquella “dantesca” petición.
Hubo matrimonio y se consumó la unión. Remedios a sus diez años de edad se entregó a sus deberes de esposa. Encontró en su nuevo hogar una felicidad pueril. Quedó embarazada. Tendría gemelos, y parecía que su cuerpecito estaba preparado para aguantar la gestación. Sin embargo, para tristeza de todos, la pobre niña murió tras ingerir una taza de café que estaba envenenada. El veneno no era para ella, pero la tragedia la involucró en una intriga familiar. La inocente se despertó a medianoche en un mar de sangre. Agonizó durante tres días, y dejó de existir con los gemelos encastrados en su vientre inmaduro.
Después del sepelio, el coronel se encerró en su taller a continuar con la fabricación de sus pescaditos de oro.
Si fue el amor o la perversión lo que unió a esos dos seres, es una cuestión que cada lector podrá juzgar.
Una historia que solo podía ocurrir en el Macondo de “Cien años de soledad”.
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