LA MUJER DESPECHADA QUE DURANTE CUATRO AÑOS TEJE Y DESTEJE SU PROPIA MORTAJA
Las dos hermanas, Amaranta y Rebeca, compartían una vida tranquila. En realidad, no eran hermanas de sangre. Rebeca había llegado cuando tenía diez años de edad a la casa familiar. Vino con unos traficantes de pieles que se encargaron de ella cuando los padres de la niña murieron. La recién llegada tenía unos hábitos muy extraños: comía tierra y la cal de las paredes. Andaba para arriba y para abajo con un talego en el que conservaba los huesos de sus padres. Con todas sus particularidades, Amaranta, la hija menor del matrimonio, aceptó de buena gana la entrada de una hermana al hogar. No tenía idea de la tragedia que la recién llegada desataría en el pueblo.
Todo iba bien hasta que las dos muchachas se enamoran del mismo hombre. Ambas sacaron a relucir sus mejores armas de seducción. El galán italiano se decidió por la hija adoptada. Allí, comenzó una histórica rivalidad en la que hubo un intento de asesinato en el que la víctima nada tenía que ver con la turbulenta historia de amor.
Finalmente, la boda entre Rebeca y Pietro Crespi no se realizó. Rebeca se enamoró y se casó con otro hombre. El pobre italiano quedó destrozado. Amaranta aprovechó para consolarlo hasta que lo enamoró. Él le pidió matrimonio, pero ella lo rechazó. Le bastaba con saber que había logrado su propósito: tener el amor del hombre que prefirió a la hermana adoptada. El desafortunado se encierra en su almacén y se suicida.
Amaranta se queda en la casa paterna y termina siendo la tía que cuida a los sobrinos. Incluso mantiene con uno de ellos una intimidad que revela una relación incestuosa. Como consecuencia, hay una petición de matrimonio que la tía querendona rechaza. El último pretendiente que tuvo Amaranta fue un coronel, y también le dijo que no.
Se condenó a sí misma a la soledad. Lo único que la tranquilizó fue pensar en la muerte de su hermana. Entonces, se dedicó a tejer la mortaja que vestiría Rebeca cuando muriera. Pero dos años después de comenzar, la muerte la visitó y le anunció que ella moriría dos días después de tejer aquella mortaja. Entonces, supo que ese traje mortuorio le pertenecía. Ya no tuvo tanta prisa y pasó dos años dando cuidadosas puntadas.
Antes de terminar su obra, repartió sus bienes entre los pobres. Llamó al carpintero para que le hiciera un ataúd a la medida. Se paró en el centro de la sala y el hombre comenzó a medir como si confeccionaría un lindo vestido de novia.
En su último mes de vida, Amaranta se dedicó a decir a los habitantes del pueblo que llevaría cartas a los difuntos. Así que cada quién le entregó una epístola dirigida a algún familiar o amigo fallecido.
Al morir, la vistieron con la mortaja que ella misma tejió. Al lado del ataúd, estaba el buzón que todavía recibía muchas cartas. Su madre lloró su partida, y antes de enterrarla confirmó lo que todo el mundo sabía. Amaranta, la mujer despechada que tejió su propia mortaja, se iba de este mundo como había venido: pura y virginal.
Una historia que solo podía ocurrir en el Macondo de “Cien años de soledad”.
Excelente historia!
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