Soledad

Como un monstruo que aguarda bajo la cama e inesperadamente muestra sus garras, ella aparece. Se instala a tu lado y adopta la forma que quieras, acompañándote, principalmente, en el pensamiento. No emana calor ni frío, pero la percibes por el cambio producido en tu pecho y su peculiar perfume.

Luego de eso, comienza el diálogo… vacío.

No obstante, complace escucharla. No exige nada cambio. Tampoco explicaciones. Debido a ello conoce una infinidad de secretos y, en su regazo, mueren a diario los inconfesables, precedidos por un rito fúnebre silencioso.

Si le hablas, tus palabras hacen eco y nunca son las mismas luego que salen de tu boca. No hay certezas de que esté prestando atención, pero sigue ahí, eso es seguro. Sin embargo, la idea por sí sola no reconforta; sentirla de verdad no es cosa de juegos.

Aun así, esto último solo sucede en breves intersticios de la vida, como cuando de pequeño te enteras que morirás súbitamente, sin más tiempo que el esfumado segundo a segundo.

Y entonces, continúas allí, de cara al techo, recostado en una silla o en el baño; apreciando, odiando y temiendo, a la amiga más íntima que el camino ofrece.

^{La imagen utilizada pertenece a Anthony DELANOIX, fotógrafo de Unsplash.com.
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