Zuhady recién había cumplido sus 35 años, pero desde niña había sentido afición por las estrellas y los hermanos mayores que habitaban en ellas, según decía. Creía firmemente en la existencia de seres extraterrestres y su clasificación entre lo que ella llamaba buenos y malos, de acuerdo a los rasgos fisionómicos que describía detalladamente como si realmente los hubiera visto.

“Los hermanos mayores permanecen custodiando nuestro cielo para protegernos de los 'cienciarios' que vienen a nuestro planeta a investigar y experimentar con nosotros los terrícolas”, decía mientras miraba fijamente el cielo estrellado, por donde ocasionalmente se veían luces desplazándose en diferentes direcciones.

Discutía fogosamente con aquellos que le decían que tales luces eran estrellas fugaces o satélites artificiales cubriendo sus respectivas órbitas. Y analizando las cosas con mente abierta, no eran tan descabellados sus argumentos, pues una estrella fugaz se mueve rápidamente y desaparece casi inmediatamente, mientras que los satélites artificiales cubren órbitas fijas y no cambian de dirección arbitrariamente ni se devuelven, como lo hacían las luces que ella solía observar.

Absolutamente nadie, ni siquiera su madre ni su pareja, le creían cuando en sus discusiones acaloradas decía que ella había sido abducida por los 'cienciarios' y que le habían implantado un artefacto extraterreno en sus senos, y que esa era la causa de sus dolencias y constantes supuraciones de líquido cristalino e inoloro, que ningún médico hasta la fecha había podido detectar ni sanar.

Había sido blanco de burlas y desprecios por sus fantásticas historias y la paranoia que cada día se exacerbaba, pues decía escuchar ruidos indescriptibles, ver luces extrañas y sentir aromas inexplicables en todos los lugares a donde iba.

Yo, que siempre he creído en la existencia de los ovnis y los extraterrestres, tampoco creía su versión sobre la abducción y pensaba que solo lo decía para llamar la atención y ratificar a los demás sus creencias. Y así habría seguido siendo si no hubiese escuchado la historia que me contó la pequeña hija de mi amiga un día después de su cumpleaños número 35, fecha en la cual desapareció y nunca más se supo de ella.

“A mami se la llevaron los hombres largos de grandes ojos”, comenzó a decirme la pequeña Tori. Yo escuché atento y asombrado, los hechos que a continuación describo en mis propias palabras.

El cumpleaños de Zuhady lo habían celebrado con un reducido grupo familiar en una cabaña ubicada en una montaña aislada distante de la ciudad, donde solían pasar sus fines de semana. Esa noche todos se fueron a dormir entonados por el alcohol, excepto ella que era abstemia y su pequeña hija; sin embargo, ambas cayeron rendidas por agotamiento, tan solo al tocar sus camas.

A altas horas de la madrugada Tori sintió una vibración en las paredes y techo de la casa que la hizo despertar, pero una fuerza sobrenatural no le permitió moverse de su cama. Una luz incandescente iluminó todas las ventanas y al apagarse, vio la silueta de dos hombres de piernas muy largas y cabezas alargadas en forma de bombillo que estaban parados frente a su madre que se mantenía inmóvil sin percatarse de nada.

Los hombres desnudaron su torso e insertaron una varilla brillante en cada uno de sus senos extrayendo una sustancia gelatinosa fluorescente que evaluaron en una especie de espectrómetro; su rostro se contrajo y dejó salir un gemido que se ahogó en el silencio de la noche.

El resultado de su prueba debió ser favorable para ellos, porque inmediatamente procedieron a desnudarla completamente e hicieron levitar su cuerpo hasta ponerla de pie. Uno de ellos la tocó con algo y su cuerpo quedó recubierto de la misma sustancia gelatinosa fluorescente que habían extraído de sus senos.

Se desplazaban sin mover sus pies, y al pasar al lado de Tori uno de ellos la miró con sus grandes ojos vidriosos que reflejaban la imagen de ella tendida en su cama. Levantó su mano y con un dedo mucho más largo que los otros tres le tocó el entrecejo y luego de eso no supo más de sí, hasta la mañana siguiente que despertó en medio de la algarabía de los familiares buscando a Zuhady.

Desde ese día hasta hoy han transcurrido 31 años y no ha pasado una sola noche que no levante mis ojos al cielo estrellado y observe las brillantes estrellas caminadoras que se desplazan de un lado a otro en su constante patrullaje, e invoque a los hermanos mayores, específicamente a los 'cienciarios', para que protejan y guíen a mi amiga en ese viaje sin retorno que emprendió esa noche.