Toc, toc, toc… tocó tímidamente tres veces la pared.

Benny se había escabullido de entre sus hermanos hacia un rincón del cuarto que compartía con ellos; había esperado hasta que todos en su casa se hubiesen dormido; hasta que solo se escuchaba el chillido ocasional de un ave nocturna y para su tranquilidad el constante ronquido de su padre en el cuarto de al lado.

Se ocultó detrás de la cesta de la ropa sucia, mirando temeroso a su alrededor de forma constante y repetitiva; tocó la pared con tres golpes suaves y esperó a ver si se producía alguna respuesta, pero nada ocurrió. Esperó un rato y volvió a hacerlo. Y, así estuvo alrededor de dos horas, casi hasta las 3 de la madrugada en el silencio total; ni siquiera la misteriosa sombra apareció esa noche.

Estaba decidido a hacer contacto con eso que su madre llamaba ángeles del demonio, pero que Benny veía como seres incorpóreos, tristes y solitarios queriendo ser comprendidos y con una historia por contar, lo cual le despertaba gran curiosidad.

Los días que restaron del mes los pasó buscando –en vano– respuestas nocturnas del más allá; pero, el 29 de febrero de ese nefasto año bisiesto, cuando estaba a punto de quebrarse su empeño y persistencia, pues se había quedado dormido en su acostumbrado rincón, sintió un escalofrío espantoso y al abrir sus ojos quedó inmóvil y estupefacto. La sombra estaba parada frente a él, y Benny sentía que de haber tenido ojos lo estaría mirando de forma penetrante como un águila cazando su presa.

Sin que mediaran palabras, como una voz en su cerebro, Benny escuchó que le decía:

“No tengas miedo, tu y yo nos conocemos desde tiempos remotos, y aunque en este momento pertenecemos a dimensiones distintas siempre he estado cerca de ti. El día de tu nacimiento en la sala de parto, cuando resbalaste de las manos de una enfermera inexperta y caíste al suelo, morado y bañado en sangre, yo estuve ahí. El gato negro que se acerca a ti cuando deliras en tus estados febriles soy yo, al igual que la presencia asfixiante que sientes durante tus crisis asmáticas. En tus peores momentos siempre he estado a tu lado.”

Benny escuchaba absorto sin oír palabras, mientras en su mente se desenrollaba en reversa una cadena de recuerdos hasta la frontera incluso con su insospechada existencia anterior.

“Existen mundos paralelos a los que también perteneces, y donde podrás experimentar cosas que en esta dimensión jamás podrías imaginar. Solo tienes que cruzar el portal conmigo”, continuó diciendo telepáticamente el espectro.

Sin estar consciente de haberse levantado de su rincón, repentinamente se encontraba de pie frente a una pared de ladrillos que se encontraba en la sala de la casa, sobre la cual siempre se había dejado entrever la forma de una antigua chimenea tapiada, pero que ahora comenzaba a tomar forma de portal negro como el ónix, con el marco incandescente como si ardiera en energía, pero frío como una helada de invierno.

La sombra lo acompañaba, ya no desde su lado, sino como si lo hubiese arropado un manto negro, que no se sabe si lo está protegiendo o lo ha poseído.

Antes de cruzar el portal, Benny recordó a su amorosa y protectora madre, a su estricto y obsesivo padre, al igual que sus hermanos mayores que siempre lo habían marginado por ser unos años menor.

Había decidido cruzar, pero al mismo tiempo estaba seguro de que extrañaría a su familia, a la que quizá no volvería a ver.

_{Continuará...}