Con el sol escondiéndose tras ellos, dos hombres transitan a paso lento sobre sus corceles, —un caballo y un asno—. Conversan sobre damas en peligro, filosofía y su próxima parada, a la que el menor no parece muy ansioso de llegar.

—¡Ay, señor Don Quijote! ¿Pa qué nos habrán mandado a venir? — Sancho tiembla sobre su mula.

—Escudero cobarde… nos han asignado la más difícil y noble de las tareas. — refunfuña el delgado Hidalgo sobándose su canosa barba.

—¡Ay, mi señor…! Pero contra moli… digo, villanos y gigantes. No contra zombies, o como quiera que se llamen seres de aspecto infernal que se acercan como quien se dirige al festín del año. ¡Ay, señor Don Quijote…! Son más de los que sé contar.

—Eso no importa. Dios asigna las batallas más difíciles a sus mejores soldados. — El asustado escudero se santigua e insiste—Señor, no quiero morir…

—Se acerca la noche de los muertos vivientes y debemos enfrentarlo, ¡así que mantén la compostura o el primer lanzazo te lo arreo a ti! — Sentenció el hidalgo encolerizado.

Dicho esto, el mayor alza la vista hacia el horizonte, y lo que ve le hace cambiar el semblante por completo.

Los montes de La Mancha se han convertido en sombras adornadas solo por los molinos y un sinfín de estrellas. Una brisa fresca torna el ambiente en un lugar ideal para contemplar el cielo sobre el tejado si no fuese por una horda de “seres de aspecto infernal” que se acerca a paso lento hacia los desaliñados personajes.

— ¡Son nuestros amigos! Exclama el caballero cuyos ojos parecen platos luego de ver en primera fila a un hombre que le resultó muy familiar.

El caminante que captó su atención viste ropajes de su época y sostiene con una mano una calavera con la otra, una pluma. A su lado, cojea otro hombre similar sin la mano izquierda. Detrás de ambos, un monje mucho más longevo absorto entre las páginas de un libro desgastado. Y a su alrededor cientos de personajes particulares que hacen click en su memoria. El enorme grupo los alcanza y atraviesa las colinas a su lado sin apenas advertir la presencia del par de un caballero y su escudero que los observaban sobre sus particulares corceles.

Los ojos de Don Quijote brillan con más fuerza que las estrellas que enmarcan la escena y retira su lanza.

Nosotros seremos parte de los muertos vivientes. Estos hombres que ves a tu alrededor, ningún daño pueden hacer a la humanidad, vienen a recordarnos que siguen vivos. Y si los dejamos, a arreglar muchas cosas…