Micro: Carta

Ella siempre me repetía cada vez que veía las arrugas en mi ceño o la tristeza en mi mirada, adivinando los oscuros pensamientos que estaban ocultos tras ellas. Me leía tan bien como los voluminosos tomos de estadística, que en sus años de la universidad eran su ancla y arma.

Me era difícil seguir su consejo, porque estuve allí en cada acierto, viendo sus ojos brillantes que parecían eclipsar el cansancio marcado en su rostro por sus noches en vela, también estuve allí en sus momentos oscuros, cada vez que llegaba a su límite y se desmoronaba en sollozos en medio de la oscuridad de su cuarto, cuando creía que no podía escucharla.

Yo más que nadie, sabía cuan alto podría volar sin ataduras y cuanto iba a brillar en el firmamento, como un sol que calentaría a quienes estuvieran bajo su luz, lejos de este páramo desolado y sin esperanza al cual llamaba hogar. Podría apostar todo lo que tengo, de que las palabras impresas dentro de ese elegante sobre eran de reconocimiento a su genialidad y tenían su boleto de salida a una vida mejor por la pasarela multicolor.

Pero ella no se atrevió a abrir la carta antes de descartarla.

Todo ese brillo desperdiciado en mí, una flor marchita a la cual no quería dejar morir sola, puede que su compañía hiciera más llevadera la situación, pero me haría más feliz si estuviera cumpliendo sus sueños.