Al cabo de unos minutos ya recibí de vuelta la llamada del antes desconocido, ya lo esperaba, tenía justo lo que él deseaba ocultar, lo tenía en mi poder y se notaba que no es algo a lo que él esté muy acostumbrado, pero esta vez, el que tenía el control era yo…

—Te daré una oportunidad de desistir, es obvio que no sabes con quién te estás metiendo, no sabes de todo lo que soy capaz. —Dijo la voz del teléfono.

—Está usted totalmente equivocado, sé perfectamente quien es usted, sé de lo que es capaz, pero también sé que haría lo que fuera por mantener todo lo que yo sé, en total secreto, retire sus tropas y todo habrá acabado, nos marcharemos y usted dejará a todas estas personas en paz, le prometo que sus secretos permanecerán… Secretos… —Respondí.

—Vale… Dejame pensarlo, al amanecer tendrás una respuesta de mi parte… —Contestó.

—Otra cosa… No quiero que un solo soldado se acerque al edificio o toda la información será divulgada al instante.

—Maldito seas Capitán. —Contestó.

—Amén. —Respondí sarcasticamente.

Corté la llamada, pero sabía perfectamente que no debía confiar en él.

—Muchachos, descansen, hagan guardias rotativas de dos horas, es momento de salir de aquí. —Ordené a mi pelotón. —Yo también iré a descansar, creo que todos nos merecemos un poco de paz.

Tomé la carpeta, abracé al coronel y me fui hasta una habitación donde poder descansar.

Mientras tanto, lejos del campo de batalla, se encuentra el marionetista hablando con las dos marionetas que le restaban dentro del edificio, dando ordenes claras y precisas de acabar con mi vida…

—No quiero fallas. —Ordenó el marionetista.

De vuelta en el edificio, dos hombres se acercan a la puerta de mi habitación, ambos con una misión clara para la cual no les temblaría el pulso, asesinar a su capitán, a cambio, mas dinero del que ganarían como soldados en toda su vida.

Uno de ellos se quedó en la puerta, al lado de un contenedor para basura que estaba lleno de vendajes usados, el otro… Entró cuchillo en mano hasta la cama donde se podía ver durmiente a una persona boca abajo, y justo a su lado, los documentos con toda la información.

Cuando el soldado confirmó que si se trataba de una persona y no de un señuelo, cortó su cuello.

Al mismo tiempo que el soldado cortaba el cuello de quien él creía era el capitán, unas manos lo sujetaron desde atrás y una bolsa plástica era puesta sobre su cabeza. Era yo, y lo que él acababa de apuñalar, era un cadáver de los soldados que no pudimos salvar. Una medida quizás un poco cruel, pero muy eficaz.

No asesiné al soldado, solo lo dejé desmayar y quité la bolsa de su rostro, luego lo até rápidamente a la cama y golpeé con fuerza la pared, para alertar al soldado de fuera.

Cuando este dio vuelta para entrar a la habitación, Ramirez salió del contenedor y lo atrapó por el cuello dejándolo sin respiración hasta desmayarlo.

—Ramirez, según estos documentos estos eran los últimos infiltrados de nuestro escuadrón, todo salió como estaba planeado.

—Señor, ¿Ganamos?

—Si Ramirez, ganamos.

Mientras tanto, lejos de la acción, en un pequeño barrio donde no parecía ocurrir nada, un escuadrón con soldados aliados llegaba a liberar a una familia que se encontraba retenida por los hombres del marionetista.

Uno de los soldados llama al capitán.

—Señor, el paquete está seguro.

—Entendido, no se vaya de ahí y protejalos con su vida. —Respondí.

Tomé el teléfono y llamé a uno de los soldados que estaban bajo las ordenes del marionetista, alguien que sabía que tenía el poder para ayudarnos, y a quien acababa de liberar segundos atrás.

—Soy el capitán Francisco Escobar, su familia está a salvo, ahora necesito que haga algo por mi.

—Lo que sea. —Respondió.

—Vamos a atrapar a esa rata.