El "cariñoso" abrazo de la muerte entre los niños solos y desamparados de Edward Gorey

Si pensaste que antes de Tim Burton o Neil Gaiman no hubo alguien que mezclara el absurdo, la oscuridad, la infancia y el desarrollo de personajes (criaturas) que solo podrían haber salido de las cloacas del subconsciente, tienes que conocer a Edward Gorey.

Aclaratoria: Hace apenas tres días que sé sobre la existencia de este artista, todo gracias a una investigación que estoy realizando acerca de las referencias detrás del videojuego de Rule of Rose. Por tanto, no pretendo en estas líneas hacer un análisis exhaustivo de la obra de Gorey ni mucho menos emitir juicios más allá de lo poco que he podido observar en uno de sus primeros trabajos The Gashlycrumb Tinies (1963), al que pueden acceder aquí.

Mi intención es tan solo compartir una reciente afición por una persona que me ha maravillado casi de inmediato, lo demás corre por tu cuenta.

En el centro del recuadro están los niños, sus expresiones, confundidas y tristes, a veces miran directamente al lector, otras se desvían hacia puntos fuera de su viñeta, como si no acabaran de comprender el trágico (absurdo) destino que ahora los mantiene a la sombra de la muerte. A sus espaldas, una osamenta ataviada con sobretodo negro, guantes y sombrero de copa, los cobija con su paraguas. La sonrisa que Gorey captura en la calavera contrasta con las comisuras caídas de los infantes. Su personificación de la Parca, lejos de asustar, se muestra elegante y servicial pero también arroja, desde la portada de The Gashlycrumb Tinies, el indicio de lo inevitable que, además, se produce demasiado pronto: el lector sabe que todos esos niños van a morir.

La particularidad de esta obra de Gorey, a mi juicio, yace en su formato: no estamos frente a un cómic, ni novela gráfica, sino ante un abecedario. En la infancia, el conocimiento del alfabeto es una ventana a la formación de palabras, se dan los primeros pasos en la escritura del nombre, luego se ensayan oraciones hasta entrar de lleno en la comunicación oral y escrita. En primera instancia, el abecedario de Gorey parece "imitar" esta función pedagógica, el juego reside en su manera de presentar los signos. A diferencia de las típicas cartillas que muestran la letra acompañada de algún dibujo en tonos pasteles o una escena armónica (A de "ángel"; C de "casa") las viñetas del libro de este autor estadounidense transcurren entre la consumación de accidentes que desatarían la paranoia de cualquier padre: «A de Amy que se cayó por las escaleras; E de Ernest que se atragantó con un melocotón; I de Ida que se ahogó en un lago; O de Olivia, atravesada por un punzón; U de Una que se escurrió por un sumidero...».

En todos estos escenarios, los niños se encuentran solos, sin supervisión. Las ilustraciones en blanco y negro van a medio camino entre el desamparo, la ternura y el morbo. Algunas dejan una impresión "fuerte" como la de la pobre Rhoda, que murió consumida por el fuego. Sin embargo, el dibujo, que la sitúa en el centro de una habitación de aparente corte victoriano, hace de sus movimientos desesperados una danza final que la convierte en una especie de hada de fuego.