El adjetivo y sus arrugas - ¿cómo corregir nuestros textos?

in #spanish7 years ago

Como escritores, enfrentamos un proceso inevitable: la corrección. ¿Qué palabras dejar, cuáles quitamos? ¿Qué ideas son repetitivas? ¿Qué adjetivos son innecesarios, cuáles brindan un color inigualable?

El proceso de corrección es complejo, porque buscamos los errores de nuestro pensamiento usando nuestro pensamiento. ¿Paradójico? Es la misma complejidad como estudiar una partida perdida en el ajedrez, y tratar de nosotros mismos encontrar nuestros errores cuando hace unas horas nos parecían las mejores movidas.

Por eso mismo, la importancia de nutrirnos de opiniones amigas, de ojos ajenos que nos pueden develar cuáles son nuestros aciertos en un texto, y cuáles son los puntos a mejorar.

Con el entusiasmo de los próximos talleres literarios, dejo esta entrevisté a Jorge Luján donde nos brinda información valiosa sobre el proceso de corrección, y posteriormente, un ensayo inigualable del maestro Alejo Carpentier, que trata puntualmente el uso de los adjetivos y sus potenciales riesgos.

FUENTES:

  1. Imagen
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  3. Texto
  4. Video

El adjetivo y sus arrugas

Alejo Carpentier

Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en una página. Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga. Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas. Tampoco los sustantivos. Cuando el Dios del Génesis luego de poner luminarias en la haz del abismo, procede a la división de las aguas, este acto de dividir las aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo su potencial poético desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando Jeremías dice que ni puede el etíope mudar de piel, ni perder sus manchas el leopardo, acuña una de esas expresiones poético-proverbiales destinadas a viajar a través del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta, servida por palabras concretas. Así el refrán, frase que expone una esencia de sabiduría popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el adjetivo de sus cláusulas: “Dime con quién andas…”, ” Tanto va el cántaro a la fuente…”, ” El muerto al hoyo…”, etc. Y es que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo, porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas.

El romanticismo, cuyos poetas amaban la desesperación -sincera o fingida- tuvo un riquísimo arsenal de adjetivos sugerentes, de cuanto fuera lúgubre, melancólico, sollozante, tormentoso, ululante, desolado, sombrío, medieval, crepuscular y funerario. Los simbolistas reunieron adjetivos evanescentes, grisáceos, aneblados, difusos, remotos, opalescentes, en tanto que los modernistas latinoamericanos los tuvieron helénicos, marmóreos, versallescos, ebúrneos, panidas, faunescos, samaritanos, pausados en sus giros, sollozantes en sus violonchelos, áureos en sus albas: de color absintio cuando de nepentes se trataba, mientras leve y aleve se mostraba el ala del leve abanico. Al principio de este siglo, cuando el ocultismo se puso de moda en París, Sar Paladán llenaba sus novelas de adjetivos que sugirieran lo mágico, lo caldeo, lo estelar y astral. Anatole France, en sus vidas de santos, usaba muy hábilmente la adjetivación de Jacobo de la Vorágine para darse “un tono de época”. Los surrealistas fueron geniales en hallar y remozar cuanto adjetivo pudiera prestarse a especulaciones poéticas sobre lo fantasmal, alucinante, misterioso, delirante, fortuito, convulsivo y onírico. En cuanto a los existencialistas de segunda mano, prefieren los purulentos e irritantes.

Así, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de ella las técnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio. Y cuando hoy decimos que el estilo de tal autor de ayer nos resulta insoportable, no nos referimos al fondo, sino a los oropeles, lutos, amaneramientos y orfebrerías, de la adjetivación.

Y la verdad es que todos los grandes estilos se caracterizan por una suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan los adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y ánimo, tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote.

FIN

Sort:  

Todo escritor novato suele abusar del adjetivo, todos queremos demostrar que hemos leído mucho, que conocemos muchas palabras y abusamos de ellas.
Pero el efecto es contrario al que queremos, porque en vez de hacer que el lector piense "oye que bien escribe" provocamos un "aburre hasta a las ovejas"
Mi método de corrección, además de ser una caza de errores ortográficos (que siempre se me escapa alguno) es la de quitar lo innecesario, de mutilar las concesiones al "oye que bueno soy, mira esta palabra nueva que encontré" hasta llevar al texto a su mínima expresión, a su esencia; y desde que no tengo piedad con esas palabrejas considero que he mejorado significativamente.
Buen articulo y un muy buen ensayo, encierra en él mucha verdad.

¡Gracias por la aportación! Me gusta leer las experiencias de otros escritores.
Es cuestión de tiempo y de lecturas, creo, el darnos cuenta de la irrelevancia de la mayoría de los adjetivos que empleamos.
Decimos:
"La encontró acostada sobre las sábanas rojas, tenía un vestido amarillo bajo una lámpara aperlada. Y le apuntó con el arma plateada."
En lugar de:
"Entró y le apuntó con el arma."
Creo, el error consiste en tratar de pintar exactamente nuestra imagen en la mente del lector. Con el tiempo, se aprende a jugar más con la imaginación, dar indicios en lugar de respuestas, y lograr que el lector mismo se explore en nuestras letras.
¡Gusto leerte!

La cuestión sobre el adjetivo me ha encantado! Invita a la revisión de textos propios y descubrir hasta qué punto podemos llegar a sobrecargar una escena.
Personalmente, siempre me ha gustado mucho “dibujar escenas con palabras”, no a nivel descriptivo (que ahí sí resulta más tostón y es mejor dejar ciertas cuestiones a la imaginación del lector) sino tratar de contar y hablar de las sensaciones que me inspira una escena. No puedo evitarlo, así que imagina qué historia en mis escritos!!
De verdad que lo voy a revisar. Muchas gracias!

P.D: me veo haciendo un repaso de casi todo tu blog y comentando a cada paso, jejeje!
Saludos!

¡@tanusk!

Qué maravilla. Te agradezco mucho, y aquí estamos para escribir y aprender y gozar.
Saludos,
D.

Excelente aporte. Me lo llevo, con tu permiso, a mi blog. Gracias.

Bienvenido, German.

Ojalá te vea más por los concursos y los talleres.
¡Un gusto!
D.

Ese texto de Lezama es maravilloso (adjetivo común pero sincero).

¿De Carpentier?

¡Sí, es maravillosísimo!

Un gusto leerte, Adriana.
D.

¡Carpentier! Ese mismo. Me traicionó el subteniente... O.o
(aunque hay que admitir que Lezama Lima también le ponía energía a eso de poner adjetivos).
El gusto es mío.

Bastante energía, jaja.

Una inyección barroca el leer a Lezama Lima.
D.

Gracias por esta publicación, son buenos consejos, espero que poniendo estos y otros en practica mejore la calidad de mis escritos.

Ojalá te veamos más haciéndolo por los concursos, debates o talleres.
Seas bienvenidísimo, @impermanente.
(lindo nombre, por cierto).
D.

Gracias :)
D.

Tremendo post!!! la corrección de verdad que es todo un arte dentro del arte de escribir.

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