Una enorme figura negra surgió de la oscuridad detrás de mí, y su voz retumbó en mi cabeza durante unos segundos.

Me quedé en el sitio, presa de una mezcla del pánico y la ansiedad. Sin duda me había sorprendido, pero un aura familiar me impedía salir corriendo, como si un viejo amigo te hubiese asustado y lo único que me provocaba era devolverle la gracia.

- ¿Quién eres?

Mi voz salió algo quebrada. Me di cuenta que la temperatura descendió bastante y mi aliento formaba una nube de vapor frente a mí con cada palabra.

Por unos segundos interminables no hubo respuesta de la figura. Ésta se movía lentamente, aunque no se veía ni pies ni nada humano en ella. De hecho era como ver un pedazo de tela negra flotar lentamente hacia mí.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca pude ver su “rostro”: una máscara blanca con dos orificios para sus ojos, y un detalle azul que desbordaba como si fuera una cascada de lágrimas. No había más detalles, tampoco pupilas. Era una enorme masa de tela y máscara blanca.

“Sabes quién soy, pero no me reconoces. No voy a responder a algo que ya sabes.”

Me confundió mucho sus primeras palabras, principalmente porque no era un sonido que se emitiera detrás de la máscara, sino más bien un eco que resonaba por mi mente, como si fuera un pensamiento propio.

No tenía idea de qué hacer: miraba a mi alrededor buscando probablemente algo qué preguntar. Mi mente se llenó de tantas cosas que podría necesitar saber, tan repentinamente que dudaba de si eran ideas mías o susurros de la figura frente a mí.

- ¿Qué es este sitio?

Me atreví a preguntar, con la vacilación en mis palabras. Me reprendí internamente, sabía que era una pregunta estúpida producto de un impulso absurdo de querer romper un incómodo silencio del cual apenas estaba notando.

“Él” me “miró” fijamente por medio minuto, como si observara mi alma directamente a través de esos ojos sin pupilas. Podía sentir un frío escalofrío recorrer mi espada, presa de una incomodidad y miedo a la respuesta.

“Una biblioteca, ¿no es obvio?”

Su voz sonaba con gran impaciencia. Su sarcasmo era notorio, así como un resoplido de indignación. Estaba claro que se sentía ofendido por una pregunta tan idiota, así que bajé la mirada, avergonzado.

Así, con la cabeza baja, pasé un par de minutos hasta que no pude aguantar más la situación. Realmente estaba en una biblioteca de dimensiones abismales, y estaba perdiendo el tiempo sintiéndome como un estúpido.

- ¿Puedo explorar la biblioteca?

“¡Por supuesto! Todo el conocimiento del mundo no sirve de nada si no puede ser compartido con las mentes curiosas.”

Su pronta respuesta me asombró, pero sus matices de felicidad en su voz alivió mis presiones. Me sentí a gusto con mi pregunta, y eso me animó a satisfacer mi curiosidad: explorar la biblioteca.

No había tenido el tiempo para orquestar la necesidad de leer los libros que veía a medida que iba descendiendo por las escaleras, pero ahora con el “permiso” de mi anfitrión, cada página de cada libro se presentaba como una oportunidad única de adquirir algo que muy dentro de mí ansiaba por saber.

No esperé más y salí corriendo a la primera estantería que vi. El olor a roble, cuero viejo y tinta inundó mis sentidos, una agradable sensación que me recordó por primera vez desde que estaba allí que tenía sentidos además de la vista. Se sintió tremendamente bien tocar las carátulas de los libros, abrirlos y deleitarme con los aromas del papel y tinta, y poder leer sobre cosas tan interesantes que no sabía.

Había libros de todos los temas e historias posibles.

Un libro narraba las historias de un viejo soldado que tuvo que abandonar a su familia para pelear las guerras de un viejo y gordo rey. No sería nada fuera de lo común de no ser por lo detallado de la narración: contaba cómo fueron los primeros días de tortura al someterse a un entrenamiento especial para poder usar la lanza, el escudo y la espada. Cómo el dolor de los cayos ensangrentados de sus manos le impidieron dormir bien por días, hasta que sanaron así como su agarre.

También describe las sensaciones de la primera batalla, cuando la sangre y el fuego impregnaron sus fosas nasales y los gritos de guerra y dolor mermaban su cordura lentamente.

Fue una historia muy sangrienta, con batallas nada épicas donde la victoria de sus compañeros dependía de sucias jugarretas para romper las filas del enemigo y que cayeran en fosas con espinas que atravesaban a los pobres idiotas, sin matarlos. También se hablaba de jugadas maestras con la caballería mientras a él y sus amigos les tocaba aguantar y morir, para luego encerrar al enemigo y masacrarlo, pese a que los gritos de piedad irrumpía el campo de batalla.

Nunca terminé ese libro, pero supe que era una autobiografía de un hombre que no completó su vida. No quise saber nada más.

Otro libro, mucho más agradable, contaba la historia de Marie Curie y sus investigaciones científicas. Estuve un rato leyendo tan interesante historia, pero increíblemente me aburrió al rato. No estaba interesado, por ahora, en leer su historia.

Uno de mis favoritos fue una versión casi autobiográfica de Alejandro Magno. No era narrada por el mismísimo Alejandro sino por alguien muy cercano a él. Presumo que habrá sido algún guardaespaldas, porque en las batallas estaba muy cerca de él. Aunque tenía partes igual de sanguinarias, me gustó mucho el relato.

“Veo que te ha gustado. Ven”

La figura apareció nuevamente, y me invitó a seguirlo a los pisos superiores. Yo no quería ir, quería seguir leyendo los libros que tenía al frente, pero sentía cierta presión que no podía evadir, así que lo seguí.

El siguiente piso estaba lleno de más libros, frascos, huesos, carne pútrida e instrumentos de laboratorio. Quise preguntar qué era todo eso, pero algo en mi interior sugería que ya lo sabía. Sin esperar permiso alguno, tomé uno de los libros y me puse a leerlo.

Era sobre la biología y anatomía humana, con datos sumamente interesantes por saber.

- Es impresionante todo el conocimiento que hay aquí, creo que no puedo seguir leyendo.

“Esta colección no es algo que un humano pueda digerir en poco tiempo”

- Ya veo…

Al momento de cerrar el libro, tuve un momento para tomar conciencia de mi entorno. El silencio resultaba tranquilizador para digerir todo el conocimiento, y mis ideas volaron en miles de preguntas que surgieron de pronto.

Entonces una de ellas irrumpió mi paz:

- ¿Podré volver a casa?

“Una pregunta muy extraña y repentina. Obviamente no podrás volver.”

- ¿Qué…?