Hipogeusia / la sensibilidad disminuida para el gustosteemCreated with Sketch.

in #spanish7 years ago

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Una hermosa noche en el mejor restaurante del mundo: “La perfection”. Aunque tranquilo, el lugar estaba completamente lleno y los meseros se movían ágilmente de un lado a otro. Lo importante de aquel día no era la gente, pues ese mismo día llegaría alguien muy importante; el gran crítico Fausto.
Habíamos ganado la mejor reputación todos los años anteriores, pero este año el crítico cambio. Todos hablaban de lo exageradamente sensible que era este individuo. Restaurantes que presumían de tener de las mejores reputaciones, cerraron una vez que este hombre puso un pie en aquel lugar. Se decía que nada podía sorprenderlo. Tan solo terrorífico, pero yo tenía un as debajo de la manga.
Dieron las 8:30p.m. cuando llego aquel hombre. Era delgado, alto, y vestía una gabardina negra; con un rostro alargado, pálido con una expresión de seriedad y decepción. Inmediatamente llego uno de los meseros a atenderle. Este le pregunto con seguridad: “Buen día, es usted nuestro invitado especial?” El odioso critico no se inmuto, sin decir ninguna palabra saco de su bolsillo un cuadernillo y una pluma, la cual uso para anotar algo en la libreta. El desgraciado, si hubiera sido cualquier otro mesero, este ya hubiera sido intimidado por el aclamado crítico, pero no mi buen Bernard. Bernard estuvo desde el principio; desde que todo empezó en un pequeño local, en una plaza cualquiera. Nadie quería trabajar con nosotros, pues era mucho trabajo, o eso era así hasta que llego él. Viejo pero determinado, Bernard haría cualquier cosa, ya sea limpiar los baños o dejarse humillar por los clientes más sensibles, todo por su nieta Elizabeth. Un gran hombre después de todo, de esos que solo una mujer puede hacer emerger.
Bernard señaló la mesa que había sido reservada solo para aquel hombre de la gabardina negra. El crítico avanzo presuntuosamente hacia la mesa, donde lentamente paso su dedo índice sobre el plato enfrente de él. Podría decir cualquier cosa de mi lugar, pero nada sobre nuestra limpieza. Nuestro sitio estaba tan impecable; tan limpio, que un cirujano podría operar una persona en nuestra cocina. Ahora vendría el movimiento definitivo, pues de esto dependería el futuro de nuestro restaurante.
Bernard le dijo que esperara un momento mientras el traería su comida. El crítico saco de su otro bolsillo un reloj, el cual no dejo de mirar ni un solo instante hasta que Bernard volvió con el platillo. Ya con el platillo, aun cubierto por la bandeja de metal y puesto en frente de él, nuestro “amado” crítico volvió anotar en su pequeña libreta. Bernard con su confiada voz le pregunto: “Quisiera usted saber que es el platillo o comer el platillo? Solo puede ser una de las dos opciones.” La cara arrogante del famoso destructor de franquicias paso a una de disgusto y en seguida contesto ofendido: “Perdón?...” Tan solo silencio ya que Bernard no dijo nada y solo espero la respuesta de aquel cliente. Un momento placentero, no existe mejor palabra que describa que momento que placentero.

Refunfuñado, el crítico dijo: “Pues no vine aquí a ver a los demás comer.” Bernard levanto la bandeja y dejo a la vista mi platillo. El platillo era muy diferente a la estética colorida y simétrica de los demás pues este era tan solo un cubo gelatinoso, verde, frio, cubierto de una espesa mezcla y con pequeños condimentos que se veían en el centro de la transparente comida. Como planeado, el crítico escribió otra nota en su libreta. Bernard dijo en un tono ligeramente burlón: “Une morsure.”
El aclamado destructor de restaurantes, agarro de la derecha del plato una cuchara y con solo un movimiento consiguió llevar aquel pequeño cubo a su boca. Nunca olvidare ese momento. Su rostro de disgusto pasó con cada mordida a uno de sorpresa. Cada mordida era un nuevo sabor que se juntaba con el anterior creando así una mezcla increíble, simétrica y deliciosa en su boca. No pudo aguantar nuestro amado crítico a pasar de un rostro sorprendido a uno casi como el de un orgasmo. “El platillo de los dioses…” murmuraba mientras seguía saboreando. No pasó tiempo hasta que se perdiera aquella sensación placentera, el hombre de la gabardina se levantó bajo rápidamente sus manos golpeando la mesa y exigió tener más de este gran platillo. Bernard sonrió y le mencionó que ya no había más por hoy. Como un adicto dependiente de su droga, agarro violentamente del chaleco a Bernard y le exigió que le trajeran mas, inmediatamente. Bernard sin dejar de sonreír le dijo que se calmara, que mirara a su alrededor pues todos le estaban viendo. Avergonzado, se dio cuenta que había perdido su compostura y salió rápidamente de ahí, dejando en la mesa su libreta y pluma.
Yo veía desde la ventana de la cocina, como sucedía toda esta magnífica escena, lo miraba melancólicamente pues lo envidiaba. Aquel platillo era la perfección misma. La perfección, la que solo se puede lograr con intento y error, probando cosas nuevas y mejorando unas antiguas. Pase más de un año buscando ingredientes, técnicas, consejos, cualquier cosa para poder llegar a este punto. Es irónico, pues de tanto intentar termine perdiendo mi sensibilidad, mi alma, mi arte. Ese fue mi último día como el mejor chef del mejor restaurante.
-Anónimo 20/03/2018-

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