Cielo Despejado
Nuestro vuelo despega desde el aeropuerto de Maiquetía con la pista humedecida por el rocío de la madrugada. Atrás dejamos Caracas que ahora vemos abajo, la ciudad se levanta deslumbrada por el encanto del Ávila que la bordea. De un lado se ve el mar y del otro la montaña. Extendemos la vista y se ven los cerros poblados de Caracas. Mas temprano, cuando todavía era de noche y nos dirijíamos al aeropuerto, se podían ver las luces de los cerros de Caracas que asemejan a un nacimiento de navidad. Ahora, queda el barro desnudo y se observan los caminos laberínticos, por los que transita la vida en los cerros, estos que son - como dijo el poeta Cesar Vallejo-: "golpes como del odio de Dios".
Volamos alto ya entre las nubes y perdemos de vista la costa. Transcurre casi una hora, descendemos y aterrizamos en la Antigua ciudad de Santa Ana de Coro en el estado Falcón, el peso de su historia se nota desde la llegada al aeropuerto. A uno de los lados de la sala de espera se exhiben reproducciones de antiguas pinturas con motivos religiosos que son piezas valiosas de los museos, capillas y casas de la ciudad, también se muestran objetos de cerámica prehispánica y colonial. En este lugar se hicieron fuertes los españoles y se adentraron al territorio, aquí fundaron en el año de 1527 la primera capital en tierra firme.
Nos dirijimos a la península de Paraguaná, para llegar pasamos por el istmo que enlaza la península con el resto del territorio, es una experiencia inolvidable ver el mar a los dos lados del camino. Hacemos una parada en los médanos, las montañas de arena se mueven a merced del viento que en ocasiones cubren la carretera y que diariamente son movidas, revueltas, disueltas y reperfiladas por los vientos alisios. Cuentan los ancianos que en los montículos de arena deambulan los espíritus de los índios caquetíes con su cacique Manaure y el viento es su lamento, por la perdición ante la dominación española y sobre todo cuando España concedió a los banqueros alemanes la conquista y administración de estos territorios junto con toda la provincia de Venezuela. Subimos por las marismas salitrosas y oímos a la brisa susurrar, en lo alto es una suave insinuación, lugar donde nos maravillamos con el increíble contraste que forman el mar, la sierra y el desierto.
La flora y la fauna son muy escasos. La vida en esta tierra árida es muy difícil. Plantar un árbol y verlo crecer significa paciencia y dedicación hay que regarlo y a menudo revolverle la tierra porque la arena eventualmente se compacta como si fuera concreto y no permite que las raíces crezcan. Quizás por esta razón, la artesanía de la cerámica es el oficio predominante, otra ocupación es andar a por la vida a la buena de Dios.
Pasamos por Miraca, allí visitamos el taller de cerámica Auri, que es el apócope de Auristela, ceramista casada con la tradición familiar de su esposo Richard Rendón, arte hereditario que pasara a su hija Lauris. El taller es un encanto en el que se exhiben: coloridas casitas, portalones de barro, vajillas, hogares con sus chimenea en miniatura, vasijas de barro, faroles, rosarios, nacimientos navideños entre otros. También exhiben objetos ornamentales como columnas de chaguaramos y portales.
Continuamos nuestro viaje en un camino cuyo paisaje predominante son las dunas y los cardones, de vez en cuando avistamos alguna humilde casita, muros que son vestigios de alguna construcción, ruinas que sustentan derruidos techos de tejas y el singular paisaje que permanece invariante ante nuestro avance y solo el paciente y cadente caminar de los burros que transitan dan la sensación de movimiento.