Hoy me dijeron que me voy del país... (Cuento basado en hechos realmente fictícios).
Ayer en la mañana salí con mi primo. Como de costumbre, conversamos acerca de casi todo lo que se nos cruzaba por la mente, o por el frente. Digo "casi todo" porque tengo la ligera seguridad de que probablemente, entre tantas cosas, se nos pudo olvidar algún detalle. Pero eso no es lo que importa. Lo que importa es lo que me dijo después de caminar un rato, muy a foma de confesión, aunque con ligeros tintes burlescos:
-Prepárate, porque tu mamá y la mía se irán a Brasil en septiembre-.
No pienso recrear el diálogo porque, además de que todo era demasiado fugaz, al mismo tiempo podíamos conversar de tres temas, y perdería el hilo tratando de transcribirlo todo. Solo puedo decir que, después de intercambiar ciertas palabras al respecto, mi semblante se tornó un poco más meditabundo. No porque me iría del país si era verdad lo que él me decía, sino porque hubiera odiado creermelo si era mentira. Él también lo notó y decidió no dejar pasar ninguna oportunidad para bromearme un poco con ello, lo que me hizo pensar que, debido a su forma de actuar y de ser, eso podría significar dos cosas: que hablaba en serio y que me lo quería participar sin rodeos, ó que era una mala pasada y se quería aprovechar del hecho de que, como hace poco volví de un viaje, podía hacerme creer que se conversó al respecto en mi ausencia.
Había cosas que encajaban y cosas que no. Más que nada, había cosas que no encajaban, pero sé un poco sobre cómo son los humanos; más impulsa la incertidumbre con un poco de fé que la certeza de lo que ocurrirá mañana, pero saber que mañana las cosas pueden estar peor impulsa mucho más que cualquier otra cosa.
La realidad es algo serio, y no sabía del todo lo que quería que sucediera. Durante mi infancia supe lo que eran las mudanzas en carne propia y, por contar con conocimiento empírico al respecto, quise enseriar un poco la conversación, pero el contexto me lo impidió. Las diligencias estaban para hacerse, y a causa de ellas la conversación pasó a segundo plano.
No hubo mucha cabida al silencio reflexivo cuando llegué a la casa, puesto que me sentía un poco cansado. Pero no lo necesité, puesto que los breves momentos de quietud que tuve durante mi estancia en la calle me permitieron preguntarme cómo iba a ser todo; si iba a tener que vender mi guitarra y mis libros, si tendría que dejar la universidad o aprender en carne propia el significado de la palabra "apostillar" (y no manejar un concepto intuitivo de que debe ser algo parecido a validar el título para que sirva de algo en el exterior), y demás cosas.
A eso de las siete, en presencia de mi hermana y mi primo, volví a sacar el tema a colación. No fue algo consensuado, por así decirlo, el sentarnos en un mismo lugar a hablar. Sólamente aproveché una oportunidad que tuve para tratar de esclarecer las cosas. Ella le siguió la corriente y él empezó a decir cosas como "¿Acaso no te quieres ir?" o "¿Le tienes miedo a las garotas?"; además ella agregó que se había llegado al consenso de no decirme porque no habían conversado respecto a mis estudios aquí en Venezuela.
He de confesar que ayer pequé de inocencia por susceptibilidad. Ya a las alturas de donde dejé de narrar, todo me sabía muy a mentira. Fui a preguntarle a mi madre si era verdad lo que decían, a lo que ella respondió:
-Ni se han tomado el té que les hice, y ya están reaccionando mal... Quédate tranquilo, mijo".
Resulta que ella ayer hizo un té de una hierba medicinal porque hay un brote de una enfermedad estomacal que tira a la gente en la cama, y ella quiso prevenir que lamentar.
La pausa que hice antes de seguir escribiendo esto fue un poco más larga de lo que pensé. Después del párrafo que viene les explicaré el por qué; quisiera terminar primero con la narración.
Volví al lugar donde mi primo y mi hermana estaban, después de preguntarle a mi madre. Quisieron seguir tomándome el pelo un rato, pero no me di más el brazo a torcer. Hasta seguí riéndome de los comentarios que hacían, pero ya sin nervios, sino con un poco más de calma. Al rato mi madre pasó por donde estábamos y le volví a preguntar, a lo que ella respondió repitiendo lo que dijo anteriormente.
Al momento de escribir esto, sentí todo lo que sentí ayer. Aunque no conservo ningún tipo de rabia o algo así. Quizás ayer hubiera sido uno de esos días perfectos para que me dijeran lo que me dijeron, pero no en broma. Tal vez no para pensarlo con la mente, sino para desempolvar lo que -hace mucho tiempo ya- vengo pensando con el corazón.
He tenido todo tipo de experiencias con las despedidas. Es normal pensar que todos se van, pero es difícil concebir a veces el hecho de que te toca. No por algún tipo de factor extrínseco, sino por una de las verdades inmanentes de la condición humana: la no estacionariedad. Supongo que, ahora que soy consciente de lo que puede ocurrir, puedo preguntarme con un poco más de propiedad acerca de todo lo que dejo atrás, y empezar a rebobinar. Soy de la opinión de que, a veces, la nostalgia es un dolor dulce.
Gracias por leerme. Si quieren, en los comentarios, hablamos un rato acerca de nuestras experiencias con las despedidas. Todo es válido. Acaba de llegar mi primo, y me dijo que deje de llorar por internet y que me prepare para irme a Brasil.
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