La Sombra

Sangre, barro y cenizas salpicaban el rostro de Niel Loreth mientras, agitada y con una sonrisa salvaje, desmembraba a diestra y siniestra engendros del demonio valiéndose de su espada y gran agilidad, en la zona más enardecida del campo de batalla.

Los Maulares y Tejedoras habían abierto una brecha entre las defensas de las tropas de a pie. Tres banderas habían caído, y el flanco derecho estaba en serios problemas puesto que la niebla, regresaba poco a poco desde el oeste y la dotación de humo blanco de los soldados estaba extremadamente baja; el terreno tampoco prestaba mucha ventaja a las tropas de la inquisición y el sol estaba ya bastante bajo.

Galahad y Niel, habían llegado cuando aún se mantenían nueve banderas doradas en lo alto y las mil estrellas estallaban al paso de la gran fortaleza aérea de Sao, pero la batalla se volvió más cruenta a medida que las horas pasaban y el ocaso se acercaba. Los dos guerreros experimentados sabían que, si aquello no terminaba para el anochecer, estarían acabados.

Fué esta certeza la que empujó a ambos al centro mismo de la confrontación, ahí donde los esbirros se apiñaban con saña, y atacaban a los escudos en formación de tortuga como enormes caparazones acorazados, que danzaban una lenta melodía de acero y muerte.

Las flechas de los arqueros silbaban sobre sus cabezas mientras Niel tomaba impulso hacia adelante, hacía un finta semicircular y rebanaba la cabeza de un Wagg no muy grande, a la par que abría una brecha por la cual Galahad, perfectamente coordinado con sus movimientos, lanzaba una estocada para abatir a un Maular desprevenido.

Paso a paso, corte y estocada, maestro y pupila danzaban en el centro de la refriega como terribles dioses de la guerra, imparables.

Pero el ocaso estaba ya muy cerca.

-¡A los bosques! ¡hay que obligarlos a refugiarse en los bosques! Gritó Galahad mientras abatía a un Wagg y Niel lo remataba.
-¡Lo sé! ¡pero son demasiados y no paran de llegar! ¡malditos esbirros de...!

Algo hizo estremecer el suelo más de lo que hasta el momento se estremecía. Los esbirros comenzaron a retirarse de forma precipitada hacia el bosque mientras, desde la línea de árboles en la zona sur a unos ciento cincuenta metros, las copas de los enormes pinos se curvaban hacia los lados. Entonces un aluvión de rocas, como si una catapulta escondida hubiese sido activada, salieron disparadas hacia las tropas de la inquisición, aplastando a los soldados en sus armaduras y rompiendo aún más las formaciones de tortuga.

-¡Galahad! Gritó Niel mientras señalaba hacia los árboles.
-¡Me lleva el demonio! - gritó Galahad mientras tomaba un cuerno de su cintura y se disponía a soplarlo - ¡Vanguardia cuarenta y dos, a mi! ¡a miiiii!
-¿¡Qué haremos ahora contra esa mierda lanza rocas!? Preguntó Niel, mientras la vanguardia formaba detrás de ellos a la espera de órdenes.
-¡Quebrarla! ¡vanguardia, conmigo! ¡este día caerá un maldito juez de la creación, algo para contarle a los nietos! ¡avancen!

El martillo de guerra bailó en sus manos, y la gran bestia cayó bajo su peso.

Los soldados gritaron a coro, renovadas sus fuerzas por la hazaña que su comandante, Sao Goroma, había logrado.

Aquella era una bestia sin igual, un género de tejedoras con malicia y astucia sin parangón entre su estirpe, que servían como reina entre aquellos repugnantes arácnidos, dirigiendo al resto, llevando las riendas de sus acciones, privilegiadas con aquella mente colmena que las convertía en una de las criaturas más peligrosas a las cuales se enfrentaba la inquisición.

Fué una batalla dura incluso para el renombrado inquisidor. La bestia parecía casi inalcanzable, valiéndose de trampas por todo el campo de batalla y hordas de tejedoras que la protegían a toda costa. Aquella reina vomitaba líquido corrosivo en chorros que alcanzaban hasta seis metros de distancia y desmenuzaba el metal de las armaduras y escudos como el fuego a la mantequilla. Darle alcance por el inquisidor costó la vida de muchos buenos y valientes hombres, pero al final, el precio de la victoria lo valió.

Nada más caer la bestia, el resto de tejedoras quedaron tan desorientadas que fué tarea fácil exterminar a la gran mayoría; aquellas que no fueron eliminadas huyeron hacia la seguridad de las cuevas bajo la torre, más allá de la muralla, donde las telarañas se amontonaban casi invisibles, a la espera de alguna presa incauta.

La parte derruida de la muralla era un hervidero de caminavientos que salían desde las aberturas en el aire, obra de algún Acólito de gran nivel seguramente, pero aquello no preocupaba al inquisidor, puesto que aquellos demonios no causaban gran daño a las tropas acorazadas de la vanguardia, y exterminarlas resultaba fácil para el soldado entrenado.

-Banderas grises. Rugió Sao señalando hacia la torre.

El cuerno de guerra resonó por encima del bullerío de las tropas mientras, en lo alto, la Fortaleza Aérea disparaba sus mortales mil estrellas hacia la orgullosa estructura vertical más allá de la muralla. El Gran Inquisidor cruzó entonces su gran martillo de guerra sobre el hombro derecho y caminó resuelto, pasando por encima del cuerpo de la reina tejedora en actitud orgullosa, hacia la abertura de la muralla, presto a aplastar demonios ahí donde lo encontrase.

Entonces un cuerno sonó a lo lejos, muy por detrás de su posición.

-¡Vienen esbirros por la retaguardia! Escuchó gritar a un capitán.

«Genial» pensó el inquisidor.

-¿Órdenes? Preguntó un portaestandartes cerca de él.
-Incendien el bosque a nuestra espalda… maten a cuanto esbirro sobreviva al fuego y nos dé alcance… formación en bloque y cubran todos los flancos….y que lluevan mil estrellas, que sus luces nos alumbren esta noche.

-No estoy seguro de que haya sido una buena decisión, pero no me dejaron muchas opciones… ¿o si?
-Ya deja de quejarte, Lorak… pronto terminará todo.
-¿Y a qué se debe tanta seguridad, Sombra?
-A que es con mi sangre que han logrado despertar al juez de la tierra.
-¡Agh! pero ¡qué engreído! ¿quien te has creído que eres?
-Alguien más puro que tu… y no me creo, lo soy, y lo sabes de sobra.
-¡Ya paren de discutir los dos! ¡no puedo concentrarme en controlar a los jueces de la creación si siguen haciendo tanto ruido!

La sombra y Lorak se miraron el uno al otro y enmudecieron.

Una hora de discusión les había tomado el ponerse de acuerdo en algún plan que beneficiase a todos, tiempo en el cual, las tropas de la inquisición habían avanzado con determinación hacia la torre.

Cada uno defendía su posición con saña.

Lorak insistía en que debía usar el corazón y sangre de Ashara, para despertar a su padre utilizando su propio cuerpo como recipiente de la esencia de Abaddon.

Ashara no quería “dormir” mientras su sangre y corazón eran usados para desatar la furia del de’va, padre de Lorak. Quería luchar al lado de sus acólitos y morir con ellos si ese era su destino… luego podía el brujo hacer lo que quisiese con sus órganos, no antes.

La Sombra sólo habló una vez: “Hice un contrato, no lo romperé. Te pondré a salvo, Ashara, aunque tenga que matar a Sao, Lorak o quien se interponga en mi camino… pero no voy a obligarte a huir, si vas a luchar lo haré a tu lado… y te sugiero, duende, que hagas lo mismo. Eres hijo de Abaddon, honra su memoria.”

Luego de eso, Ashara y Lorak comenzaron a buscar soluciones… hasta que casi al mismo tiempo, ambos tuvieron la misma idea descabellada.

-Los jueces… hay que despertar a los jueces.
-Si pero… ¿quien de tus acólitos tiene la sangre tan pura como para invocar a un juez?
-¿Y por qué tiene que ser uno de mis acólitos? - replicó Ashara - ¡Tu sangre y la mía es más pura que la de cualquiera en esta...!
-No, te equivocas. Les cortó La Sombra.
-¿Que?
-Que te equivocas, Ashara… tu sangre no es tan pura, Othar no tiene sangre de’va, y tu madre…
-Cállate.
-No, no lo haré. Y Lorak, Abaddon es tu padre, pero ambos sabemos que tu madre era noble, y por ende, sin sangre de’va.
-Ve al grano, maldita sea. Replicó Ashara, irritada con el asesino por recordarle sus orígenes.
-El grano es, que mi sangre es la más pura entre los aquí presentes y seguro en toda la torre… y me agrada la idea que han concebido.

Lorak y Ashara se miraron, y lanzaron una carcajada sarcástica, pero al ver que La Sombra ni se inmutaba, pararon de reír y le miraron con el ceño fruncido.

-¿De que demonios estas hablando, amor? Preguntó Ashara.
-Creo que es mejor si les muestro.
-¿Mostrarnos q..? Lorak paró su pregunta en seco.

El corazón humano dentro del pecho del pequeño brujo comenzó a estremecerse. No era del rechazo que llevaba experimentando desde hacía horas... no, era algo más, un sentimiento que había perdido hace muchísimo tiempo atrás.

«Pero… ¿qué es esto?» pensó, y de pronto recordó el encuentro con La Sombra en el camino más allá de Cruceblanco, cuando el saco con corazones vibraba de alegría al manifestarse las habilidades del asesino.

«Miedo... no, terror... este corazón que llevo está aterrorizado»

Aquel pensamiento fue sucedido por la imagen de si mismo, entregando ese corazón como una ofrenda.

«Pero... ¿que...?»

La habitación en la que estaban se tornó oscura en cuestión de segundos, como si una nube negra hubiese cubierto las lámparas de fuego en lo alto de la rectangular sala. En medio de aquellas tinieblas, una figura de proporciones extrañas comenzó a materializarse, como si la oscuridad fuese una enorme tela en la cual el cuerpo de una mujer desnuda se recostase, pero aquella imagen tenía alas, y su rostro no era humano, sino más bien como animal, alargado hacia delante y terminado en lo que parecía ser un pico de cuervo.

La figura intentó batir las alas, pero la oscuridad parecía material al contacto, y sus movimientos eran forzosos, inútiles, como el prisionero al intentar liberarse de las cadenas que lo atan a una pared, sólo con la fuerza de sus brazos.

Ashara y Lorak retrocedieron casi al mismo tiempo, colocándose detrás de la sombra… que no estaba ahí, pero no se dieron cuenta hasta que la figura que le suplantó, les miró con unos ojos saltones a los lados de su cabeza, y ambos se apartaron atemorizados.

La criatura tenía la piel escamosa y de color negro… aunque en medio de las tinieblas, ningún otro color podría detallarse con facilidad. Medía al menos un metro ochenta, y no tenía nariz, no en la forma que un humano o medio-humano la tiene. Aquel ser miraba a ambos por individual con cada ojo, como si de un camaleón se tratase, pero sus pupilas tenían forma de estrellas de siete puntas, aún más oscuras que las tinieblas reinantes. Entonces, el ser desvió sus miradas hacia la figura alada en medio de la oscuridad, y su boca se abrió en un alarido mudo y salvaje, que formó unos hilos negros en medio del aire y unió a ambos de’vas de una forma sólo comprensible por otro de’va.

La oscuridad cedió tan rápido como había aparecido y la habitación volvió a la normalidad, pero no las conciencias de Ashara y Lorak. Ambos miraban boquiabiertos a La Sombra, en el umbral de la comprensión.

-Mi sangre es la más adecuada para un despertar… ahora, manos a la obra, será divertido.