Muerto, pero contento!
Formas de morir hay muchas, unas más previsibles que otras, pero cuando el fatal desenlace se presenta de manera inesperada e indiscreta y cuando el difunto es un personaje público, es cuando el paso del tiempo no impide que se recuerde. Un ejemplo de ello lo encontramos en Félix Faure Presidente de Francia en 1895.
La muerte no suele llegar nunca en buen momento, pero desde el punto de vista de la posteridad, la de Félix Faure fue particularmente inoportuna. Por su culpa, el nombre de este presidente de Francia quedó unido de manera indisociable al de una de sus amantes, aquel 16 de febrero de 1899, como casi todos los días, el jefe del Estado recibía en el Elíseo a Marguerite Steinheil, esposa de un conocido pintor, Faure un hombre mujeriego y atractivo ,pero ese día cometió un error pues, tras oír la campana, quien se presentó en el salón azul del Elíseo fue el arzobispo de París. Faure ajeno al error se tomó como hacía habitualmente una pastilla con propiedades excitantes hecha con pequeñas dosis de fosfuro de zinc, usada también como raticida, que al contacto con la mucosa del estómago liberaba un gas tóxico que afectaba a múltiples órganos del cuerpo. Despachado el obispo, aún tuvo que atender al príncipe de Mónaco, y cuando el bedel volvió a hacer sonar la campana, Faure tuvo el error fatal de tomarse otra pastilla antes de entrar en el salón con su amante, transcurridos unos minutos se comenzaron a oír unos insistentes timbrazos que hicieron entrar al personal de servicio en el salón azul, allí vieron la fatídica escena, el presidente ahogándose afecto de una apoplejía y agarrando fuertemente la cabellera de su amante mientras disfrutaba de una felación. Se tuvo que cortar el mechón de pelo para que Marguerite se pudiera vestir y salir rápidamente.