La Partida —Relato

in #spanish6 years ago

La partida

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Su vida comenzó a cambiar ese once de marzo en que de manera fortuita descubrió esa pequeña bolita casi imperceptible en el centro de su ser. No debía medir más de cinco centímetros y dolía al tacto profundo. Ahora, recostada en la cama del hospital en donde estaba segura, terminaría su vida, recuerda como solía asustarla fuertemente el hecho de que fuese algo permanente, una situación de la cual no podría escapar.

Y vaya que si hubiese podido huir de su realidad, lo habría hecho. La opinión de los expertos en la materia al principio había sido positiva, esperanzadora. Su condición no era común para una persona de su edad y con su excelente historial médico, era un caso aislado de esos que sucede de uno en un millón, o eso decían.

Pero conforme a que se iban aplicando tratamientos, comenzando por los usuales y siendo seguido rápidamente por los experimentales dada las complicaciones físicas que se encontraba experimentando, la opinión general rápidamente se transformó en que nada se podía hacer, que con el paso del tiempo, y los múltiples tratamientos aplicados, la situación solo iría desmejorando y ningún tipo de medicamento ni procedimiento ayudaría, solo quedaba esperar a que su reloj vital determinara cuando y como su vida acabaría. Donde, ya no era una duda cuestionable porque había sido incapaz de abandonar la sala de cuidados desde que empezó a agravarse la situación.

Ya no esperaba milagros y nunca trató de rezar a ningún Dios por misericordia, antes de enfermar no había sido una creyente ferviente y después de ello no cambiaría su condición. Si no sobrevivía, era porque en definitiva, ese sería el fin de su vida. Al principio le asustaba morir porque era un cambio permanente, algo desconocido.

No sabía que podía encontrar más allá del fatídico túnel que todos describían, y le preocupaba perderse de todo lo que sucedería en su ausencia. Su familia le decía que se aferrara a su fe, que orara y sanaría, pero la idea siempre le pareció ridícula. La sugestión causada por nuestra mente puede ser de mucho provecho en ciertas situaciones, pero estaba totalmente segura de que ni siquiera la psique más fuerte podría hacer la diferencia en una enfermedad terminal.

Al iniciar todo, se había caracterizado por ser una persona profundamente positiva, alegre, con grandes metas y aspiraciones. Le había costado en sobremanera aceptarlo ¿Por qué ella debía morir a los dieciocho años? ¿Qué clase de selección natural? ¿Qué clase de destino de mierda era este? A medida que empeoraba se fue tornando más intolerante, más cínica con su entorno.

Cuando alguien le hablaba de Dios, la fe y la oración ya no se limitaba a sonreír con dulzura y agradecer por las bellas palabras. Ahora discutía, con las pocas fuerzas que le quedaban se había propuesto intentar eliminar de la mente de sus seres queridos al menos, la idea de que un ser supremo solucionaría sus más grandes penas desde su punto de vista debía ser superada. Porque, ¿Qué clase de Dios piadoso le había encomendado esa misión?

Venir al mundo, vivir unos cuantos años de gracia y retirarse sin gloria, con una vida vacía, carente hasta de recuerdos agradables porque sé había limitado a vivir para estudiar y superarse algún día. Ese día nunca llegó. El curso natural de su existencia se vio alterado, sus planes, sus sueños, todo lo que siempre quiso lograr no eran más que fantasías absurdas de pequeña ilusa, abandonadas en el fondo de su memoria.

Fue, por varios meses el reservorio de una ira abrasiva que no se detenía a analizar el personaje al que atacaba. El problema no era ni siquiera la religión, era la sumisión en la que la humanidad se había acostumbrado a vivir… Porque si ella moría era parte del plan perfecto de Dios. Del plan siniestramente perfecto de Alá, Jehova, Yahvé, Brahma o cualquier otra deidad alabada por el hombre.

Mientras más enfermó, más renegó de cualquier ser omnipotente porque, vaya que era cierto que la ignorancia es atrevida, porque los miembros más asiduos a la religión en su núcleo familiar le pedían que descansara. Que hiciera las paces con el amigo de arriba y de esa manera podría ver la luz.

Nadie decidió su muerte, solo no ocupaba un lugar entre los vivos, nunca lo hizo realmente. Ella siempre lo supo, pero en todo ese tiempo se negaron a prestarle atención, decían que aquella pequeña bolita había hecho metástasis en un tumor en su cerebro, y que eso la había cambiado, profanado. Incluso los médicos sugerían que el comportamiento blasfemo de los últimos meses de su vida se debía intrínsecamente a la existencia del tumor.

Cuando ya no pudo controlar más la palabra hablada se encerró en sus pensamientos y fue testigo silencioso de cuanto ritual idiota se le ocurrió a su familia. Su mente se serenó cada vez más, al comprender que ya no podía luchar contra nadie más y si debía hacer las paces con alguien, era consigo misma.

Aprendió tanto de su consciencia, de cómo aún la poseía a pesar de tener un cáncer cerebral tan avanzado. Si tan solo hubiese podido hablar, o si hubiese tenido la fuerza para escribir, le habría podido decir a los médicos cosas asombrosas sobre la mente y lo equivocados que estaban sobre todo, que ideas tan primitivas tenía el hombre al tratarse de todo aquello que no puede palpar.

Antes le asustaba dejar el mundo atrás sin haber vivido lo suficiente, sin haber escrito, sin haber amado como lo deseo toda su corta vida. Su familia solo fue una complicación más, el saber que sus días estaban contados sin haber logrado ni la mitad de lo que deseaba era lamentable, pero lo peor era ver como los demás a su alrededor sufrían por tener que dejarle ir.

Les perdonó por su ignorancia y entendió que una vez ella también había sido como ellos, llena de vitalidad y energía había creído también en que algo más controlaba eso que llaman destino.

Estando al fin, de pie en la periferia de la vida entendió que morir no era un problema para ella, lo era para quienes la rodeaban. Ella simplemente dejaría de sufrir un buen día y se iría de este mundo con una suavidad imperceptible. Pero para los que la amaban y estaban aún atados al mundo terrenal; apenas comenzaba el dolor.


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