El Hilo Rojo que nos Une - ( Cuento de AMOR )
Este es un cuento en el que se desafían las leyes de la distancia, del tiempo y de la tristeza. Todo para dar con el reencuentro.
Ariadna
Necesitaba creer nuevamente en que las historias de las películas eran posibles. Siempre buscamos razones, está en nuestra naturaleza, en nuestro destino. Como si nos sintiésemos incompletos, sin terminar. Cuando estás cansado necesitas razones para seguir adelante. Cuando estás desesperado necesitas razones para vivir. En mi caso, como dije, necesitaba una razón para creer. Creer en mí mismo, en la vida, en el amor.
Por eso comencé a buscar esas razones en mi habitación. Ese lugar que, luego de ser tan mío, había pasado a ser extraño y distante. Busqué en los libros y en sus hojas secas. En las páginas rayadas de los cuadernos. En mis zapatos favoritos y en los bolsillos de los pantalones. Busqué con tranquilidad, con emoción y con desespero. Busqué afuera lo que me faltaba adentro.
Di con objetos del pasado. Papeles arrugados, pulseras, camisas, perfumes, relojes, canciones y tanto más. Y aunque había muchas cosas, no encontré nada. La nada es lo opuesto al todo, como la soledad es a la compañía. Aun así, con las manos vacías y la razón perdida, volví a buscar. Revisé debajo de la alfombra, detrás de la cama, en la parte baja de las cortinas. Abrí las ventanas, abrí las gavetas, abrí mi corazón.
Me di cuenta de quién era yo en ese momento: un muchacho, solo eso. Uno que se esforzaba demasiado por parecer alegre en las fotografías. Uno que no sabía a quién intentaba engañar: si al mundo, a sí mismo o al destino. Solo quería una señal, solo quería el hilo de Ariadna para guiarme en el laberinto.
Me acosté en el piso del cuarto, ese que hacía tanto tiempo había conocido. Ese era el fondo más allá del fondo. Me sentí agotado, perdido y simplemente triste. Sin darme cuenta me quedé dormido y comencé a soñar. Soñé con bosques en los que caían hojas secas; con estrellas cantando en el cielo nocturno; con olores increíbles, si es que se puede soñar con eso.
Cuando desperté, con los ojos hinchados y el cabello despeinado, tomé el teléfono para buscar un correo olvidado en el tiempo y leí en voz alta lo que decía:
—No me lo vas a creer. Cuando sonó mi celular diciendo que había llegado un correo, asumí que era cualquiera de las mil redes sociales y promociones que llegan siempre. No presté atención y comencé a lavar los platos en la cocina. Mientras lo hacía, me dije: «Ya sé, le voy a enviar un correo. Quizás no lo vea hoy ni mañana, pero quiero que cuando lo vea se le alumbre, al menos un poco, la cara». Por eso comencé a componerte una carta electrónica en mi cabeza, así luego solo tendría que tomar el celular y escribirla. Cuando al fin iba a hacerlo, vi tu correo. No hay que resaltar que mi sofá sufrió pataletas graves. Nuestra conexión es grande, en serio. Te me adelantaste, pero así iba mi carta mental:
» Sé que ahora la tecnología está tratando de alejarnos y acercarnos a la vez, pero no dejaré que me venza. Sé que puede que no lo leas hoy mismo, ese no es el punto. La gente antes sobrevivía con cartas que tardaban meses, creo que esto no es nada. Así no hayas estado conmigo en el momento para vivirlo, siempre estuviste y estás.
Al terminar estaba llorando. Había encontrado, nuevamente, el hilo rojo en la película de mi vida. Supe que el amor es inmortal. Sonreí y me sentí libre. Luego hice una llamada.