Entre las líneas del tiempo - [Capítulo I] Una lágrima en la oscuridad
En aquel edificio en donde Madrid se había alzado tratando de alcanzar las nubes, Ella esperaba. Aquellos colores del atardecer serían los últimos que vería, de eso estaba segura. No necesitaba malgastar segundos en recordarlo pero era inevitable que sus pensamientos se arremolinaran y le golpearan el cráneo como si en el interior de su cabeza hubiese una fiesta punk.
El atardecer contenía toda la belleza que ella nunca podría alcanzar, y, al contemplarlo, se sentía vulnerable, terriblemente frágil y avergonzada, como si el soplo de la brisa le levantase el vestido en plena iglesia. Sonrió. Era irónico que sus últimos instantes tuviesen tanta luz cuando toda su vida había estado sumergida entre tinieblas. Su cuerpo se sentía pesado y débil. Necesitaba sentarse, los sedantes empezaban a hacer efecto y no convenía desmayarse en medio de aquel lugar. No… Ella no había subido hasta allí para desmayarse.
Encontró asiento al borde de la azotea, justo allí donde terminaba la seguridad. El granito frío se le adhirió a la piel desnuda de inmediato y breves escalofríos ascendieron por su cuerpo, empezando por las caderas hasta llegar al cuello. Quizás por la proximidad de la muerte o porque ya el mundo no le importaba, su miedo a las alturas había desaparecido. Se sentía poderosa, cosa no muy frecuente, la tercera vez en su vida para ser exactos. Así, en un acto que ella consideraba temerario, empezó a mover los pies, con mucha dificultad, en el aire, cerca del muro de carga del piso 31.
Aquel era el edificio más alto de la ciudad, tan cercano al cielo que parecía anunciar: “muy pronto los seres humanos seremos dioses”. Desde esa altura, el mundo le parecía un oasis de paz, como si la vida fuese un suave soplo de brisa acariciando un cabello liso y despeinado. Los autos seguían su rumbo de kilómetros; las personas perseguían sus sueños y vivir parecía tener sentido desde allá arriba. Sentido… aunque no para ella.
No para ella.
Ya no más.
Catherine Low nació una de las mañanas más grises de 1987, o al menos eso insistía en recordarle continuamente Beatriz, su madre. Todos los días, con la paciencia de quien teje un suéter, arrojaba el desprecio y el sufrimiento que le producía ver a la pequeña. Su voz adquiría un tono muerto, cargado de odio y desdicha que hacía llorar a Catherine cuando le recitaba malévolamente aquella vieja historia.
— Cuando naciste, Dios se comió al sol por horas, como símbolo de una maldición. —subrayaba cada palabra con especial cuidado, como si disfrutara de aquella pequeña tortura que podía permitirse— Tú, niña, eres una maldición: mi maldición”.
A eso se reducía la vida de Catherine. Escuchaba aquellas palabras todos los días sin importar el esfuerzo o la dedicación que entregaba al limpiar la casa, cuidar los jardines o ir al bosque cercano en busca de frutas. Nada importaba. Siempre obtenía las mismas palabras, sin falta, como en un sueño del cual no podía despertar.
Por tal razón, Beatriz no necesitó de mayor esfuerzo para aislar a su pequeña hija del mundo. Viviendo en Lugo, uno de tantos pueblo de Galicia, pasó los primeros años de su vida sin amigos ni distracciones. Sin embargo, Catherine se veía obligada a ocupar la mayor parte de su tiempo en limpiar la casa y en tratar de encontrarle explicación a la rabia infinita de su madre.
Desde una edad temprana adoptó el hábito de hablar con los objetos inanimados, especialmente con su almohada a quien exigía continuamente algunas respuestas. La sometía a duros interrogatorios que comenzaban por mantenerle fijos aquellos grandes ojos negros hasta que el silencio la consumía. Entonces, procedía a ejercer una dosis de violencia y la golpeaba con toda la frustración acumulada durante el día. La pobre almohada terminaba con pequeñas rasgaduras y renegada en algún rincón de la cama mientras Catherine lloraba. El llanto salía de forma natural, pura, inevitable y se mezclaba con sus finos hilitos de voz, los cuales parecían una súplica y se entrecortaban mientras más palabras emitía. Así, sin importar con cuánta fuerza le preguntase a su mente infantil o a los objetos inanimados, se dormía con los ojos hinchados y repitiendo para sí misma con una vocecita cada vez más débil: «¿Por qué estoy maldita?»
Con el tiempo, sus padres empezaron a llevarla a la Iglesia y, luego de escuchar muchos sermones, empezó a sentirse estúpida por buscar respuestas en la almohada. «¿En qué estaba pensando?» se lamentaba. «La respuesta está en hablar directamente con Dios».
Desde entonces, todas las noche se arrodillaba ante el ventanal de su cuarto, el cual filtraba los rayos de la luna a su cuerpecito pálido y vestido con trapos viejos, y se disculpaba desde lo más profundo de su corazón, como la más hereje pecadora, sin saber de qué tenía la culpa pero arrepentida por no entenderlo, avergonzada de su ignorancia, sintiéndose terrible por causarle tanto dolor a su madre. Rezaba. En silencio, apretando el rosario entre los pequeños dedos de ambas manos, sintiendo que el alma y la energía se le iban con cada palabra, ella rezaba. Y al terminar, doblaba su cuerpo hacia adelante, en una postura de completa sumisión, en una reverencia que empujaba su frente al piso y suplicaba el perdón. Así se quedaba por horas hasta que el frío la hacía tiritar y el cuerpo se le entumecía, aunque nada le pesaba más que sentirse vacía, ignorada… rechazada por Dios. Entonces se levantaba y se dejaba caer, derrotada, en la cama. Miraba al techo y de a poco cerraba aquellos ojos que a fuerza de llorar se iban secando, segura de que nadie la ayudaría. Convencida de que estaba maldita.
Catherine buscaba respuestas en lugares equivocados. Por supuesto, su mente infantil le impedía acceder a la realidad. Si hubiese sido un poco mayor, tal vez se habría percatado de que el origen de aquel odio desmedido se hallaba en el seno de la familia Low. Ella no lo sabía, pero la verdad siempre está escondida en muchas mentiras, aunque para ella de a poco se iba formando una realidad única, inquebrantable y eterna. Catherine odiaba genuinamente a su madre.
Continuará
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Terrible historia, descarnada y bastante bien escrita
Catherine está condenada al sufrimiento, pero de alguna forma siempre buscará romper con esa realidad, como hace la gente: como lo hacemos todos.
Muchas gracias por leerme y por pasar por acá.
Me encantó. Estoy ansiosa por saber como llegó al momento del principio del relato y cuales fueron las otras 2 veces en que se sintió poderosa...
Es de esas historias que se esperan con gusto :)
Tú eres el tipo de lectores que busco. GRACIAS por decirme esto. Justamente eso buscaba generar, ciertamente cómo llegó allí es descarado de mi parte crearte esa duda pero, cuáles fueron esas dos otras veces es algo sútil que puede pasar desapercibido.
Te agradezco mucho por pasar y leerme, espero seguir ganándome tu atención!
Gracias a ti por compartir contenido de tan buena calidad. Me gusta mucho leer y estoy tratando de empezar a escribir (tarea algo complicada pero entretenida)... Y realmente adoro encontrar esos pequeños detalles que nos hacen dudar si es algo que el autor puso con intención de luego volver a ellos o simplemente para confundirnos.
Acabo de ver que ya publicaste el segundo capítulo así que... ¡A leer!
Es una tarea titánica, el tiempo siempre parece que se burla de uno y nuestra mente pasa a ser nuestra mayor enemiga si no sabemos controlarla jajaja por favor, sigue luchando y escribe, me encatará leerte!
Gracias por todo!
¡Exactamente! Al igual que el hecho de tratar de plasmar de manera entendible lo que para tí es tan claro en tu mente jajaja Pero ahí voy, de verdad agradezco tu apoyo, ayuda mucho saber que alguien te dará la oportunidad de leerte.
¡Gracias a ti!
Jajajaja volver palabras lo que pensamos, es una de las labores más difíciles que puede existir.
Cuentas con mi apoyo, ¡Ánimo! y muchas gracias por ser tan atenta con mi modesto texto :)
Tal cual jajaja. ¡Muchas Gracias!
Buen post
¡Muchas gracias!
Muy buen post, votado
¡Muchas gracias por leer!
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