El sufrimiento de una vida repleta de amor

in #spanish7 years ago (edited)
Una mañana de enero, mientras los rayos del sol trataban de penetrar las nubes, caminaba por los alrededores del jardín cuando mis nietos me interceptaron con la inocencia pintada en la cara y las preguntas en la lengua. Traían, entre sus deditos, un collar de oro que sostenía un pequeño dije en forma de medialuna. Lo iban admirando por turnos hasta que Kitty, la menor de todos, decidió probárselo. De inmediato, complacida con el resultado, empezó a saltar y a suplicar que se lo regalase, pero yo; yo no alcanzaba a articular una sola palabra: estaba petrificado. La sombra de un pasado que creía enterrado me había alcanzado de nuevo.

Simultáneamente, mi hija Claudia conversaba con los amigos de su esposo y se mostraba risueña al rechazar con rotundidad la idea que entretejía su marido Richard. Ella aseguraba que, lejos de ser un éxito garantizado -como sostenía él-, un collar era, más bien, algo que nunca se debería regalar, pues solo contribuía en mostrar la imagen banal y superflua que los hombres atribuían a la naturaleza femenina. Sin embargo, justo cuando iba a recibir una respuesta sustentada en datos estadísticos, la conversación se interrumpió por el griterío de los niños. Claudia se acercó para callarlos y, con cierto desconcierto, hizo que Kitty depositara el collar en mi palma cubierta de heridas invisibles. Me preguntó si estaba bien; luego se marcharon.

Tambaleante me fui hasta mi pequeño estudio. Los rayos del sol golpeaban los cristales y rasgaban las persianas hasta proyectar pequeñas líneas de luz, idénticas a las cuerdas de un arpa. Yo no estaba bien, eso era seguro. Una parte de mí revivía mientras otra moría al mismo tiempo. Sobre el escritorio dejé el collar, el cual, tras ser besado por una de aquellas cuerdas, arrojó un destello permanente contra la pared. Me eché en el sofá; la cabeza mirando al techo, los ojos cerrados. Trataba de calmarme pero solo podía escuchar la voz de mi hija: «Ese es un pésimo regalo. Nunca deberían darle eso a nadie». Qué pesada había estado… ¡Qué sabía ella! ¡Empeñada juventud que solo puede ver estereotipos e ideales en los objetos!

Mientras tenía eso en la mente, sumergido en la oscuridad de mí mismo, empecé a olvidar todo de a poco. En mi pensamiento iba adquiriendo forma una mujer hermosa, cuya mirada suave, como estrella del cielo, me sonreía. Sin prisa se acercaba hasta el banco de piedra, en el que me encontraba sentado, y, con cada paso, la medialuna que llevaba en el cuello bailaba en un intento por hipnotizarme; en un grito apagado, imperceptible, casi un ruego desesperado que demandaba mi compañía eterna.

Yo la miraba hechizado, y me sorprendí cuando el rose de sus dedos sobre las palmas de mis manos abrió una por una mis heridas. Los recuerdos fueron brotando libres en forma de gaviotas, que rápidas se dispusieron a volar sobre un cielo sin nubes. Yo sonreía al dejar la vista fija en cada una, pues de inmediato me conducían a Ella, a la imagen de sus pies descalzos sobre la arena, a su piel color tiza besada por los rayos del sol, a sus rizos de tierra movidos por la brisa. Mi respiración se entrecortaba, el hombre que fui deseaba llorar a mares. Me veía a mí mismo aferrándome a su cuerpo; sabiéndome predestinado a su compañía y a perseguir eternamente cada uno de esos segundos que como granos de arena se me escurrían entre los dedos.

Volví de aquella imagen. Ella seguía frente a mí con su sonrisa serena, con aquellos labios de fuego y esos ojos que eran espejos de mí mismo. En ellos se mostraban dos vidas consumadas en un instante del reloj. Las imágenes se superponían una tras otra y me paseaban por el pasado. Me vi colocarle aquel collar, en el intento de entregarle un pedazo de mí del que ya ella se sabía dueña; al instante se fueron encontrando nuestras miradas, brotó la timidez en sus mejillas, y, a la sombra del castaño, sellamos en un beso nuestro amor.

Conforme avanzaba el tiempo, la veía correr bajo las estrellas; perseguir la sombra de las aves, y la felicidad cubriendo su rostro al ver a Claudia entre mis brazos. Sin embargo, de golpe, como si el tiempo hubiese despertado colérico de su breve sueño, los colores empezaron a marchitarse; las gaviotas volaban asustadas y alguna fuerza invisible comenzó a lastimarlas. Una, que herida iba cayendo, me la mostró llorando entre las sábanas desteñidas de nuestro dormitorio. Luego apareció en un cuarto de hospital, el cual se le hacía pequeño, casi como una jaula. Se sabía enferma, traicionada desde el fondo de sus entrañas; pero una madrugada huyó feliz hacia su libertad. Solitaria perdida, de espaldas a su amor y consumida por el miedo, aquella noche de agosto puso mi cara a la brisa y en un último tango, en la azotea de aquel edificio, se desprendió de la vida.

Aterricé de aquel recuerdo doloroso, con el corazón estrangulado. El banco de piedra se desmoronaba como si llevara el peso de los siglos en su base. Ella seguía allí, sonriendo, pero era una sonrisa falsa, melancólica; yo sabía que, incapaz de llorar, mataba sus penas fingiendo. Todo iba desapareciendo, el brillo de sus ojos vacilaba como la llama de una vela a punto de ser barrida por el viento. Me acerqué a ella, como en aquel castaño, y besé aquellos labios que, aún en la muerte, seguían siendo míos. Todos sus colores desgarraron aquel mundo, su boca me quemaba, las imágenes me herían tan profundo que las lágrimas se transformaban en polvo, y, en un instante, todo quedó a oscuras.

...

En el estudio, el sol apenas ingresaba por las persianas. Un hilo muy fino de luz seguía emanando del collar, el cual tomé entre mis dedos y me quedé contemplándolo mientras una quebrada invisible se deslizaba desde mis ojos hasta el mentón. ¿Qué sabe nadie de malos regalos si no te han conocido, Catalina; si no han tenido la desgracia de encontrarte danzando libre, entre las líneas del tiempo, acompañada por la luna, en un último tango con el viento, y, luego; luego desaparecer para siempre? … qué desgracia tan feliz ha sido amarte, Catalina.

¿Sabes? empiezo a creer que Claudia tiene razón. No por sus argumentos, claro, sino porque en el fondo da igual el collar. Él es solo un vehículo, mientras que nosotros al atribuir significados a los objetos, a los conceptos, y al mundo, les cambiamos por completo su naturaleza hasta sobrecargarlos de nuestra propia vida. Estoy seguro de que yo podría entregar mil collares y cada uno generaría un efecto diferente; pero, ninguno de ellos tendrá lo que este posee. Por eso, lo que nunca podría regalarle a nadie, Catalina, es, sin duda, el sufrimiento que se esconde en una vida repleta de amor.

Esta fotografía es parte de un proyecto que estoy realizando con mi mejor amigo Wilfredo Añez. Forma parte de nuestra propiedad conjunta.

Sort:  

Me encanta.

Me alegra mucho que te guste!

Excelente tema y la historia amigo! cuidar la ortografía!

Claro; ¿Podrías decirme en dónde está el error?

Excelente mi pana, lo explicaste en el discord muy bien.

Hice mi mayor esfuerzo jaja
Gracias por leerme y tomarte el tiempo de comentar.
Un abrazo!

Muy buen post. Sigue adelante amigo!!!

Así lo haré.
Muchas gracias por tu comentario.

gran talento tienes muy bien redactado y escrito, agradable a la vista

Mil gracias por tus palabras, significan mucho.
¡Espero seguir mejorando!

Acabo de verlo en la curación. Gracias por dejar tu relato <3 estaré siguiéndote

Muchas gracias, también espero leer de ti!

Estupendo post, excelente historia, me encantó, espero sigas escribiendo contenido de este tipo :). Saludos.

Gracias por leerme.
Así seguiré escribiendo. Tú también sigue con ese buen contenido.
Un abrazo!

Gracias por participar en la curación en vivo y pertenecer a la gran familia de REVEUR!


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