Un enemigo llamado iglesia

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El padre Andry Sánchez se disponía a dar la bendición para culminar misa la mañana de este domingo, pero aproximadamente 20 sujetos armados con armas de fuego, piedras y palos tenían otros planes: destruir las instalaciones del templo Nuestra Señora de Guadalupe, ubicado en el municipio San Francisco del Zulia, y agredir a los ciudadanos que se encontraban en la celebración religiosa, o habían ingresado corriendo segundos antes luego de ser ahuyentados con amenazas mientras realizaban cerca de la zona una de las asambleas populares convocadas por Juan Guaidó.

Sánchez quedó en shock y completamente paralizado desde el altar, mientras observaba cómo los agresores golpeaban a personas –entre ellos algunos ancianos– y destruían materos, cornetas, ventanas, vidrios de puertas y hasta reliquias: a un Jesús de Nazaret le cortaron las manos.

"Tenían una actitud violenta, no entraban en diálogo. No se podía dialogar con ellos porque te caían a palo", relató Sánchez.

Según él, se trataban de personas ligadas a Dirwings Arrieta, alcalde chavista de la entidad, y un día antes había sido advertido de que esto podía pasar.

“Recibí una llamada el sábado. Se filtró la comunicación. Una persona me dijo: ‘mire padre, vengo de una reunión en Sierra Maestra: hay planes de destrozar la iglesia’. Alerté a los vecinos y ellos estuvieron pendientes toda la madrugada. Ese plan se abortó, y vinieron en la mañana a cumplirlo”, afirmó.

Funcionarios del Cicpc llegaron al lugar en horas de la tarde para tomar declaraciones, pero Sánchez duda que encuentren a los culpables, a quienes incluyó en sus oraciones: “ojalá se arrepientan”.

“La iglesia no tumba gobiernos: la iglesia está a favor del pueblo”, sentenció Sánchez, quien agregó que tras consultar a los vecinos si debía cerrar el templo momentáneamente, todos dijeron que no. “Este es un icono y vamos a defenderlo”.
Aleida Basabe, testigo de los hechos, narra que “fue un momento de caos y había niños. Una de las niñas entró en crisis y estaba desesperada por ir a casa”.

“Ellos ni siquiera hablaban: golpeaban al que iban a golpear y listo”, cuenta. “Esto está liderado por entes del Gobierno, que mandan a sus colectivos”.

A pesar de esto, Basabe sostiene que “estos son momentos en los que no hay que tener miedo”.

“Frente a estos actos es cuando uno tiene que luchar más por el país y la libertad que uno quiere. Esta es mi casa y seguiré viniendo, y seguiré marchando, y seguiré defendiendo mi país”, añadió.

Esta no es la primera agresión que sufre la iglesia católica en los últimos días. El pasado 23 de enero la Catedral de Maturín fue noticia mundial, cuando más de 900 personas quedaron encerradas dentro de ella por culpa de oficiales de la Guardia Nacional Bolivariana quienes la rodearon y no permitían que ningún manifestante saliera. La tensa situación duró más de tres horas.

Y nada parece ser casual. Desde que la Conferencia Episcopal Venezolana desconoció a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela el 9 de enero en una rueda de prensa, los obispos han recibido amenazas y han sido difamados incluso por el propio dictador, quien en cadena nacional pidió a Dios “que los perdone” por, según él, estar ligados a la “extrema derecha”.

Pero no han retrocedido. Durante el inicio de la procesión de la Divina Pastora en el estado Lara, uno de los eventos religiosos más emblemáticos en el país, monseñor Víctor Hugo Basabe pidió fin a “la pesadilla en Venezuela”.

“A lo largo de la procesión en sus manos (de la Divina Pastora) pongamos también el dolor y el sufrimiento en el que la mayoría de los venezolanos vivimos ahora, así como la esperanza y el anhelo de todo un pueblo que clama porque esta hora aciaga termine”, dijo el obispo.

El propio Basabe ha ido más allá y el 25 de enero difundió a través de su Twitter dantescas imágenes en las que se ven a un grupo de manifestantes siendo torturados por funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana.

“Son duras las imágenes que se muestran y pido perdón a las familias de los jóvenes. Pero el mundo debe conocer el maltrato al que están siendo sometidos por órdenes de Julio León Heredia, dictador del Estado Yaracuy los apresados por participar en la marcha del 23E”, escribió. “No es en Catia, es en Yaracuy. Tenemos la identidad de dos de los jóvenes, por eso hago la denuncia”.

Frente a esto, es bastante ruidoso el silencio del Papa Francisco, quien apenas este 28 de enero se dignó a tocar el tema de Venezuela, aunque lo hizo de manera muy fría y esquiva. “¿Qué es lo que me asusta? El derramamiento de sangre”, expresó el máximo representante de la iglesia, quien ni siquiera se dignó a condenar hechos específicos que han sufrido obispos venezolanos.

El Papa había hablado sobre los venezolanos en navidad cuando pidió “que este tiempo de bendición le permita a Venezuela encontrar de nuevo la concordia y que todos los miembros de la sociedad trabajen fraternalmente por el desarrollo del país, ayudando a los sectores más débiles de la población”.

¿En serio, Francisco? ¿Encontrar la concordia viviendo en una dictadura criminal?

En 1935 Iósif Stalin recibió la petición del entonces canciller de Francia, Pierre Laval, para que dejara de reprimir católicos rusos si quería firmar con los franceses un pacto ante el rearme de Alemania, pues querían que el Papa Pío XI bajara su malestar por esta situación. La respuesta de Stalin fue contundente: “¿Y cuántas divisiones tiene el papa?”.

Si el camarada Stalin viviera en tiempos de Francisco probablemente no tendría que utilizar este lenguaje violento y desafiante, pues lo más seguro es que el argentino les pediría a los rusos que se redescubrieran como hermanos y que se esforzaran para fortalecer la reconciliación y así construir un mejor país.

Artículo escrito en colaboración con Nazaret Torres.