Una mujer de edad avanzada, de pelo canoso y despeinado, con una verruga asentada en su grande nariz, cubierta con prendas de vestir viejas, rotas y sucias, y con una escoba en la mano. Esa es la mujer que muchos nos imaginamos al pensar en una bruja, la bruja prototípica de las narraciones y los cuentos.

Sin embargo, no todo son cuentos: un día estos personajes fueron mujeres de carne y hueso, mujeres reales bien documentadas en libros sacramentales y en papeles de la Inquisición. Unas mujeres que nos acercan a la historia de nuestros antepasados.

El recuerdo de la brujería

A día de hoy la brujería constituye todo un mundo vinculado a la cultura popular, a la mente, al folklore y al miedo. De hecho, incluso las denominaciones y los nombres de lugar recuerdan su paso por nuestras tierras. ¿Os habéis fijado en la grandísima cantidad de elementos que están relacionados con las brujas? Nombres de fuentes, saltos de agua, caminos, rocas, puentes, pozos y otros accidentes geográficos más.

Pero no debemos olvidar que, además, la brujería también es la historia de la mujer. Nos lo recuerdan bien los refranes que han llegado a nuestros días: la mayoría de dichos relacionados con la brujería tienen dos elementos en común. El primero, el más evidente, es que las protagonistas casi siempre son mujeres, y el segundo es que en el origen parece haber una estrecha relación entre la brujería y los destrozos de los cultivos, principalmente porque las brujas provocaban tormentas inexplicables.

Estos episodios de destrozos de cultivos predominan sobre todo en el primer cuarto del siglo XVII. Hablo de Cataluña, mi tierra, pero seguro que si sois de otro lugar no os será difícil encontrar referencias similares. El refrán dice que en Arbúcies, doce mujeres, trece brujas. Y es que según la leyenda, por esa la zona corría la bruja Guilleuma, que cada noche salía con un grupo de sirvientas a lanzar tempestades para malograr las cosechas de la comarca, hasta que el rector de una localidad cercana las hizo precipitar a las profundidades de una poza.

Hay otro dicho que decreta Llers, tierra de brujas. Ahí las vecinas son conocidas según la leyenda para cometer grandes estragos, también. La tradición dice que estas brujas solían reunirse cerca del monte y eran quienes hacían descargar importantes tormentas sobre los cultivos; se las asocia con las noches de temporales y con el viento más furioso.

Al parecer, estos dos aspectos que fundamentan los refranes (las mujeres y las tempestades devastadoras) coinciden precisamente con dos hechos históricos remarcables: uno es la persecución de las mujeres, y el otro es un episodio climatológico de gran impacto. Desgraciadamente, el trasfondo de todo esto es más dramático que folclórico.

El nacimiento de las brujas, más dramático que folclórico

En esa época, los labradores notan que demasiado a menudo se producen trombas de agua que no cesan, granizadas y grandes temporales que les echan a perder los campos. Son fenómenos muy diferentes de los que ellos están acostumbrados a ver: tempestades extrañas y desmesuradas.

Entonces, buscando alguna explicación al fenómeno, el pueblo acusa las brujas de provocar el mal tiempo con sus conjuros. Y esas brujas a menudo son mujeres con nombres y apellidos, contra las cuales incluso hay procesos judiciales emitidos.

Para la justicia y las autoridades de las villas, esta una manera de poner fin al malestar social del momento. Así se desviaba la atención popular hacia las brujas. Se documenta por ejemplo que en Gualba del Montseny (un territorio donde se fundamentan varios dichos populares sobre brujería) el 1621 se procedió a capturar las brujas “para obviar tantos males que causan por la tierra”.

De esta forma, de paso, se justificó una persecución consciente contra las mujeres que cuestionaban el orden establecido o que no encajaban en la sociedad del momento. Los procesos y las acusaciones contra este tipo de mujeres se incrementan notablemente del 1616 al 1622.

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¿Quiénes fueron realmente?

Resulta que en esta época en que se incrementan tanto los ajusticiamientos contra las mujeres, acusadas de brujería, en Cataluña es un periodo extremadamente duro desde el punto de vista climático. ¿Una coincidencia? No lo creo.

El siglo XVII catalán se caracterizó por tener los inviernos largos y fríos y los veranos frescos y húmedos. Y justamente entre el 1615 y el 1617, cuando hubo más procesos judiciales contra las mujeres, es cuando hubo una pequeña edad glacial en la cual se produjeron fenómenos atmosféricos excepcionales. Destaca sobre todo el 1617, el que se denomina el año del diluvio, marcado por fuertes trombas de agua de efectos devastadores.

En este contexto de desconcierto por tanta tempestad, las acusaciones dirigidas a las mujeres por negar y arrasar las comarcas están basadas en hechos objetivos que han sido documentados. Pero no tienen demasiado a ver los unos con los otros, porque las mujeres van por un lado y las tempestades por otro.

Dicho de otra manera, el pueblo, que no había visto nunca esas tormentas destructoras, denunció que todo el mal era culpa de las brujas (y no del clima); de las mujeres, ya fueran ficticias o reales; sus conocidas, sus vecinas, que hacían conjuros para provocar el mal tiempo.

Es la historia de la cacería de brujas, unas mujeres que por su sabiduría, su independencia o simplemente por no encajar en los esquemas de la época fueron señaladas con el falso pretexto del clima, y por ello muchas veces procesadas y asesinadas.