CAMPO DE MEMORIAS (cuento)
La mente suele guardar una cuantía casi infinita de eventos cósmicos, como de fenómenos electromagnéticos, que en un instante pueden lograr convertirse en los misterios y secretos más profundos en la vida de un hombre. Así parecía ocurrirle a Agustín Campos cuyo cerebro trabajaba tan de prisa que sus neuronas chocaban entre sí, generando una reacción química y convirtiéndose en un banco de memorias que justo almacena recuerdos, conocimientos y vivencias que acaban apilados como libros enciclopédicos en una biblioteca antigua que, bajo una delgadísima y grisácea telilla de polvo, oculta temas de todo tipo que llaman a abrir página tras página, sorteando las historias que allí puedan encontrarse.
No cabe duda que siete décadas es mucho tiempo para algunos como, seguramente, no lo es tanto para otros. Pero, por supuesto que con esa edad la experiencia es mayor. Y es que nadie vive tanto sin un propósito, claro que no, pues, en algún punto de su huidiza y saturada memoria, el septuagenario Agustín Campos recordó haber escuchado que «una vida sin propósito es una vida que sabe a nada», como una taza de café sin azúcar o como un trozo de bistec sin sal, porque vivir implica hacerlo cada día con cada respiración, con cada voluntad, con cada sentido, con cada oportunidad, con cada aventura y hasta con cada bendición que Dios le otorgue a cada criatura sobre la tierra. La pregunta es, ¿cuánto se obró bien o mal; cuántas decisiones fueron correctas o desacertadas; cuánto se hizo para obtener una porción de esa felicidad que es tan difícil de hallar, que no es absoluta, pero que puede ser suficiente para darle color a las mejillas y borrar las penas más profundas?
Lo que le llevó un momento echarle una mirada al pasado, así mismo auscultar su alma. Admiró a detalle lo que llevaba adentro de él; ulteriormente, sus manos que, más que envejecidas, guardaban las marcas, los trayectos y las exigencias más duras de los años. Cada parte de él, tangible o intangible, estaba curtida de humanidad y aún más de sensibilidad. Sí, él sabía que había sufrido, como sacrificado, de igual modo, muchos días de su vida y, claro está, también sabía que ninguno de ellos había terminado en vano.
Desde la perspectiva más personalísima, el viejo Agustín Campos jamás tuvo tiempo para protestar y menos para quejarse ante la vida, ni siquiera por el hecho de haber quedado huérfano casi inmediatamente después de cumplir sus primeros diez años. Ante tal tragedia, por supuesto que las cosas empeoraron: terminó al cuidado de una tía que lo maltrataba, huyó lejos, acabó en la calle, pasó hambre, frío, intentó escapar de sus fantasmas pero se encontró con algo que no conocía: el miedo al silencio y a la soledad. Aun así no se torció, ni se quebró, ni se dejó derrumbar por las adversidades aunque le haya hecho falta «fe» para creer en algo o en alguien.
Pero los milagros, más que una cuestión de suerte, suelen llegar, en los momentos más difíciles y menos esperados, repletos de oportunidades. Él lo sabía.
Mientras su mente elucubraba uno de los eventos más significativos, sino el más alegre y esperanzador, extrajo de ella, como una ficha en un fichero, una de las tardes de aquellos sus días íngrimos.
Deambulaba por una de las callejas de la ciudad capital en estado febril y desvalorado. Habría tenido, seguramente, días sin echarle un bocado al estómago; quizás muchos. Después de dar bandazos zigzagueantes, cayó al suelo casi justo a los pies de un hombre que vendía frutas en una esquina. El hombre reaccionó, se le acercó con un dejo de preocupación en el rostro. Intentó reanimarlo, pero advirtió la fiebre alta en su cuerpo, además de que su respiración era intranquila e irregular. Pidió ayuda pero las respuestas estuvieron repletas de miradas indiferentes y esquivas al ver que el niño estaba en harapos, sucio e inspiraba pocos deseos de acercársele. Aun así el hombre debía tomar una decisión: o llevarlo pronto a un médico o hacer lo que el resto de las miradas hacían: abandonarlo a su suerte.
Para Agustín Campos, las decisiones, cualesquiera que ellas fueren, suelen determinar y forjar la vida de las personas, pues, acaban convirtiéndose o en su propio milagro de salvación o en su propia arma de condena y destrucción. Sí, aquel hombre pudo haberlo dejado allí como se deja a un animal sarnoso, con sus miserias y sus desventuranzas, pudo, pero en cambio prefirió darle la oportunidad a un alma que, a pesar de ser totalmente desconocida, sabía que estaba tan desvalida como desierta. Y siempre supo que aquella simple decisión le salvó la vida. ¿Adónde habría parado si no hubiera sido así?
Una profunda inspiración surgió desde muy adentro del pecho del viejo Agustín cuando se encontró de nuevo en medio de aquel campo de hojas, que no era más que un campo de memorias guardado en los recónditos de un hermoso lugar a las afueras de la ciudad al que iba desde hacía años en compañía de sus hijos y nietos; campo donde las formas y los colores resultaban un poema que siempre se renovaba al compás de los atardeceres y donde yacían esparcidas, por doquier, las cenizas del hombre -fue su voluntad- que evitó que la muerte lo arrastrara hasta su sombrío umbral, el mismo hombre que, después de conocer su historia, le mostrara el camino para ser una persona de bien, le enseñara a levantarse sobre sus propios escombros y le hiciera mirar el presente como el resultado sine qua non de un pasado que debía ser como debía ser.
Agustín Campos estaba agradecido por la vida que había tenido; como por las personas que fueron parte de ella. En fin, «¿quién puede decir que la vida no es lo que se esperaba cuando ya no queda nada y de pronto ocurre un milagro; acaso quien no espera uno?», pensó. De ese modo, se aferró a su bastón, miró el horizonte, cerró los ojos por un instante e inspiró de nuevo, con mayor agradecimiento, a la vez que sus hijos y nietos se acercaban, lo rodeaban y lo abrazaban para rendir tributo a la vida junto a él una vez más.
MORALEJA: Lo que resulte de la vida dependerá no sólo de la suerte que se tenga sino del valor con el que se cuente para hacerle frente.
Buen relato amigo mio, me imagino que nacen de sus experiencias por los campos mexicanos.
Mi estimado amigo, @silher. Realmente es una historia que recogí un tiempo después de partir de Venezuela a Bogotá y continuar mi camino a Chile. Así que no miré hacia el Norte sino hacia el Sur, donde hay, no me cabe la menor duda, una riqueza en historias que te sorprenderían. Un abrazo.
Ah! perdona , es que estaba mal ubicado, un fallo de brújulas. Un fuerte abrazo.
Amigo, tenía la certeza que llegarías nuevamente a afectarme, que llegarías nuevamente con tus relatos a darme sorbos de humanidad en un mundo que a veces siento que se cae a pedazos. Llevaré conmigo esta fragmento "Sí, aquel hombre pudo haberlo dejado allí como se deja a un animal sarnoso, con sus miserias y sus desventuranzas, pudo, pero en cambio prefirió darle la oportunidad a un alma que, a pesar de ser totalmente desconocida, sabía que estaba tan desvalida como desierta. Y siempre supo que aquella simple decisión le salvó la vida."
Congratulations! This post has been upvoted from the communal account, @minnowsupport, by barestabares from the Minnow Support Project. It's a witness project run by aggroed, ausbitbank, teamsteem, someguy123, neoxian, followbtcnews, and netuoso. The goal is to help Steemit grow by supporting Minnows. Please find us at the Peace, Abundance, and Liberty Network (PALnet) Discord Channel. It's a completely public and open space to all members of the Steemit community who voluntarily choose to be there.
If you would like to delegate to the Minnow Support Project you can do so by clicking on the following links: 50SP, 100SP, 250SP, 500SP, 1000SP, 5000SP.
Be sure to leave at least 50SP undelegated on your account.
Que deliciosa escritura, pude recrear cada párrafo y la vida de Agustin Campos, eso se llama morir en paz .
Congratulations @barestabares! You received a personal award!
Click here to view your Board