Jugando con el diablo…
A la edad que tengo, y confieso que estoy ya en la etapa seria y concienzuda de la vida, nadie me cree todavía que una vez me salió el diablo.
Cuando niña fui muy tremenda, testaruda y traviesa. Le di muchos dolores de cabeza a mi mamá por no hacerle caso. La miraba de reojo cuando me hacía una advertencia. Con los niños del edificio donde vivía, formábamos parte de una pandillita que jugábamos en la calle hasta que nuestras madres se desgañitaban llamándonos para que entráramos en la casa. Y como vivíamos en la planta de baja de un edificio bastante largo, no nos preocupábamos por nada, estábamos seguros y llegaríamos sudados y felices en un santiamén.
Mi mamá se paraba en la puerta y gritaba: “si no entras ya a la casa y te agarra la noche jugando, te va a salir el diablo”. Y yo, pata de rolo. Me entraba por un oído y me salía por el otro. Jugábamos trompo, metras, papagayos, a la ere, stop, al escondite, pisé, al quemado y pare usted de contar. Nunca jugué a las muñecas, ni con tacitas llenas de barro para que pareciera café, ni jugaba a las visitas o a salir de compras con las otras niñas, eso lo jugaba mi hermana. Esos juegos no iban conmigo.
Una tarde, se nos ocurrió jugar al escondite cerca de la hora en que había que entrar a la casa. Pero niño no tiene reloj.
Para que puedan visualizar donde me salió el diablo, debo aclarar que nuestro edificio se dividía por escaleras. En cada escalera había ocho apartamentos. Yo vivía en el cuerpo de la primera escalera. Todo el mundo se conocía y trataba. En la segunda escalera vivía en la planta baja un vecino que trabajaba en la lucha libre, que pasaban por televisión y nuestro trabajo toda la vida fue quitarle la máscara. Pero ese es otro cuento.
Jugando al escondido se nos hizo de noche. Sin hacerle caso al llamado de nuestras madres. Se me ocurrió esconderme debajo de la segunda escalera, donde había un espacio en el que yo cabía perfectamente. La puerta donde vivía el luchador estaba cerrada. De repente, veo un niño mi lado, y sin fijarme muy bien pensando que era de la pandilla le dije que se fuera, que yo había llegado primero, que buscara otro sitio. El niño se volteó hacia mí y me mostró dos tizones rojos en el lugar de sus ojos. Se me heló la sangre. Más que un niño parecía un enano rechonchito. Trataba de no verlo y salir corriendo despavorida. No pude moverme. Se pegó a mi cuerpo y me dijo: no me voy porque yo estoy en todos lados. Puedo estar donde quiera. No sabes quién soy yo?. Soy el diablo.
Debo haberme desmayado, porque cuando abrí los ojos estaba en mi cama. Mi mamá me sostenía las manos acariciándome. Y le prometí no volver a jugar el escondido de noche.
Atte.
un pez humano
Interesante historia, saludos.....
Gracias por leerme.