Investigan una agresión con lejía a un menor autista en España (Reflexión)
La noticia señala: “La guardia civil investiga una agresión a un adolescente con autismo. Tres compañeras de colegio le rociaron la cara y parte del cuerpo con lejía que cogieron de un carrito de limpieza. El menor pudo haber perdido la vista de un ojo”. (Fuente)
Otros portales de noticias, señalan que el hecho sucedió en España, que el adolescente victima tiene Síndrome de Asperger, y que luego de rociar el producto corrosivo en la cara del adolescente, las estudiantes vaciaron el contenido de la botella encima del adolescente, por tanto, es esperable que presente lesiones (quemaduras) en varias partes del cuerpo, aunque la más grave, jurídicamente hablando, es la que compromete parcialmente la visión de la víctima.
Quiero resaltar especialmente que:
El problema no es exclusivo de España, ningún país escapa, salvo los que tienen cultura de repudio al acoso y la violencia escolar, caso de Finlandia, Dinamarca, entre otros.
La violencia y el acoso escolar no es exclusiva de los discapacitados, diferentes y grupos socialmente minoritarios, cualquier niño, niña o adolescente pueden padecerla.
En mi opinión, las secuelas psicológicas siempre serán las más graves, pues son silenciosas, no están a la vista y tendemos a menospreciarlas y no atenderlas.
Ahora bien, independientemente de la veracidad de los detalles sobre este suceso en particular, el asunto no cambia mucho de dirección, pues tenga o no la victima alguna condición discapacitante o diferencial, como sociedad toleramos en algún grado este tipo de situaciones, las justificamos, las invisibilizamos, en el pensamiento de que la violencia y el acoso escolar son normales e inevitables, por tanto, los niños, niñas y adolescentes deben aprender a manejarla y a defenderse sin intervención de los adultos.
Es importante advertir que el porcentaje más alto de víctimas se encuentra entre niños, niñas y adolescentes que presentan una condición discapacitante, especial o diferencial.
Tal particularidad implica que la protección debe duplicarse en su caso, sin que esto implique una desigualdad, pues aunque todos deben ser objeto de esa protección, algunos sujetos son más vulnerables, como reflejan las estadísticas. Esto es, la necesaria protección en función de las necesidades y características especiales del niño, niña y adolescente.
Aunado a lo anterior, es necesario advertir que ante cualquier episodio grave de acoso y violencia escolar -como el reseñado en la noticia-, hay seguramente una serie de episodios previos, menores en intensidad, a partir de los cuales la violencia y/o el acoso va creciendo, generalmente en silencio, hasta que la víctima no puede callar por más tiempo o el medio escolar no puede continuar invisibilizando el problema.
La pregunta es, ¿es necesario esperar que ocurra una tragedia?, ¿hace falta que los daños y las consecuencias físicas y psicológicas sean graves, irreparables y hasta fatales? Aunque la respuesta resulta obvia, lamentablemente, las autoridades y funcionarios competentes tanto a nivel escolar como en materia de protección del niño, niña y adolescente, también están culturalmente contaminados y toleran este tipo de violencia como si fuera distinta, menos grave o más benigna que otros tipos de violencia, como la de género o racial; creencia que dista de la realidad, sobre todo considerando que la violencia es un patrón de conducta que los niños repiten, copian y perpetúan en las nuevas generaciones. Así, trascenderá la infancia, como ahondaré en próximas publicaciones.
Tal como sucede con otros tipos de violencia, la omisión de la denuncia, la indolencia y omisión institucional y la falta de un oportuno abordaje especializado -psicológico o psiquiátrico-, son los tres pilares donde crece el acoso y la violencia escolar, que creemos ajena, lejana hasta que nos alcanza o a nuestros seres queridos. Entonces, quizá sólo sea cuestión de tiempo, en el caso de algunos grupos más propensos, y para otros, parece una lotería en la que cada vez se salvan menos personas.
Como prueba de todo lo anterior, viendo más noticias, me topé con un video difundido recientemente en las redes sociales -despertando inmediatamente el repudio generalizado-, donde un jugador de beisbol profesional ejerce violencia de género contra su expareja, a partir de lo cual me pregunto: ¿Por qué el acoso la violencia escolar no despierta el mismo repudio social, casi visceral?
Lamento decir, que en mi experiencia, ni siquiera despierta a los funcionarios especializados que integran actualmente muchos órganos que deberían por lo menos, estar sensibilizados con el tema, pero por el contrario, no comprenden siquiera que el acoso y la violencia escolar es un problema de salud pública, que excede lo doméstico, que más que un asunto de niños y adolescentes, entra en la esfera del derecho penal; un problema que no va a resolverse ocultándolo, que no desaparece por sí sólo ni simplemente con la buena voluntad de los involucrados.
Pero, ¿Por qué es percibido el acoso y la violencia escolar como algo natural?, ¿Por qué es socialmente aceptado? Quizá tiene que ver con el hecho de que la infancia de alguna u otra manera, siempre está sometida en mayor o menor escala a la violencia, incluso es justificada aún como un método de corrección. Asimismo, dentro de esos modelos de crianza obsoletos, se priva todavía a muchos niños, niñas y adolescentes, de su derecho a opinar y a decidir las cosas más elementales como sus actividades extracurriculares, vocación profesional, entre otros.
En el mismo, sentido, no olvidemos que hasta hace poco, los maestros tenían potestades de corrección sobre los estudiantes que abarcaban el castigo físico, y que incluso ahora, cuando estas conductas son impensables, subsisten resabios que apuntan al irrespetar la integridad y derechos del estudiante, algunas de los cuales analicé en una publicación anterior, titulada “Algunas vulneraciones cotidianas”.
Otro punto a resaltar a partir de la noticia, es que el primer abordaje que suele tener la violencia y acoso escolar, es desde la conciliación, esto es, procurando la solución pacífica de la problemática, como contemplan muchos Manuales o Reglamentos de Convivencia Escolar; práctica que si bien pudiera dar resultados positivos ante eventos iniciales, incipientes, leves, resulta inútil e inadecuada en casos graves o recurrentes, estando incluso prohibida expresamente, como contempla la LOPNNA en Venezuela, en el entendido que quien lesiona a un niño, niña o adolescente, comete un delito.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando el victimario es otro niño o niña?, ¿acaso, deja de ser un delito? Por supuesto que no, simplemente, que tal como establece la Ley venezolana, el victimario es considerado irresponsable penalmente, sin embargo, bien puede ser objeto de una de las sanciones previstas en el Manual o Reglamento de Convivencia Escolar, y, de una medida de protección dentro de las cuales debería contemplarse el abordaje y seguimiento psicológico o psiquiátrico, según corresponda. Adicionalmente, los progenitores, representantes o responsables del victimario responden civilmente por el hecho cometido por el hijo o hija.
De modo que, es sumamente peligroso dilatar la atención especializada, procurando una conciliación y rectificación que generalmente nunca tiene lugar en casos graves de acoso y violencia escolar, dando oportunidad a que los eventos escalen en intensidad con consecuencias imprevisibles, que pueden ser irreparables o fatales.
En todo caso, la víctima -tenga o no una condición discapacitante o diferencial-, precisa de una protección adecuada y suficiente mientras se ventila el asunto, evitando siempre que por retaliación el victimario cause mayores daños o sufrimiento físico y psicológico.
Por último, quiero insistir, LA VIOLENCIA ESCOLAR PUEDE AISLAR, DEPRIMIR, IMPIDIR EL SANO DESARROLLO Y DESEMPEÑO ESCOLAR, INCAPACITAR, DESFIGURAR, INDUCIR AL SUICIDIO Y/O MATAR.