Ordenada

“Estaba acostada en el lado derecho de la cama, el lado que nadie le podía quitar. Al levantarse, abría el segundo cajón del armario, donde guardaba la ropa interior en perfecto orden y alfabéticamente según el color. Quería el cepillo dental del lado derecho del lavabo y el peine en el sitio indicado, que ella el primer día que llegó a mi baño decidió. El café solía preparárselo ella misma, pues odiaba que alguien le pusiera más de dos tapas de molido y menos de media taza de leche. Con la bebida caliente entre las manos, se acercó al balcón. Desnuda, como le gustaba ir en las mañanas. No fue hasta el primer sorbo que la abracé, ya que no le gustaba contacto con nadie más cuando despertaba. Su mal humor era notable a distancia y solo podía cambiar con el sabor de la bebida marrón clara. Mis brazos guiaron a los dedos, que tocaron sensiblemente su abdomen en un abrazo. Ella sonrío, fingiendo que yo no estaba allí. Le dio otro sorbo a su café. No estaba seguro si ella admiraba al cielo o el cielo la admiraba a ella, pero era una conexión de su mirada con el amanecer que estoy seguro que algún día se iría bailando hacia el sol, a poner las estrellas en orden. Aunque no, también de noche miraba la bóveda nocturna y le fascinaba como alumbraban los luceros celestiales. Era el único caos que le parecía hermoso. Ese caos y yo. Que viviendo el día uno a la vez, la encontré cuando no sabía lo que buscaba. Hice lo imposible para que viniera y ahora parece no querer irse. Y me encanta.”