El Vigilante - Primera Parte

in #spanish7 years ago

El Vigilante

Primera Parte




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Marco no pudo comprenderlo. Al pensar en ello se sentía cada vez más molesto, irritado, estresado y además cansado. Trabajaba todo el día como un auténtico esclavo, en un horario comprendido desde las siete de la mañana hasta las ocho de la noche, de lunes a viernes aunque a veces le tocaba ir sábado e incluso domingo. Era realmente agotador y la paga tampoco era tan buena.

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Cualquiera hubiese buscado otro trabajo, pero sin duda alguna, existían razones personales que lo obligaban a trabajar tan duro en ese preciso empleo. Nadie sabía cuál era la verdadera razón. Quizás un asunto en casa, tal vez un algún objeto costoso que deseaba, también podría tratarse de alguna aspiración oculta. Nadie en el Centro Comercial conocía esa razón que mantenía a Marco en esa labor, pero al mismo nadie tenía porqué saberlo, porque nadie le prestaba mucha atención al sujeto que trabajaba en el Archivo del Banco.

A todos aquellos que solicitaron trabajo dentro del Banco, se les ofreció el único empleo que tenían vacante: Archivador. Puesto que, evidentemente, todas las personas repudiaban. Era trabajoso, muy agotador y para poner la cerecita sobre el pastel, era mal pagado. A pesar de eso Marco lo aceptó sin pensarlo mucho. Podía con eso. Tenía que hacerlo. Necesitaba el dinero o al menos eso fue lo que le dijo a la persona de Recursos Humanos cuando lo contrataron.

Esa noche, Marco perdió la noción del tiempo. Se acercaba la entrega de los informes en el Banco y cuando llegara el momento de presentar el papeleo debían estar los archivos en excelente estado. Ordenados y accesibles. Es por eso que el Jefe le pidió a Marco que a la mañana siguiente estuviese todo preparado. Faltaba una semana aún, pero el Jefe quería todo listo para la mañana siguiente. Así que a él no le quedó más remedio que arreglarlo todo. Debía hacerlo. No podía quejarse. No podía doblegarse.

Pasaron horas y horas metido en esa habitación donde la luz era poca. Tan solo un foco de luz alumbraba vagamente las decenas de gavetas y escaparates que estaban allí. El polvo se podía sentir en el aire. La vista le dolía por las inagotables palabras que había leído. Debía leer cada documento para poder organizarlo en razón de su contenido y ésta labor era compleja porque en vista de los diversos temarios que ocupaba el Banco, le hacía tener que leer al menos la mitad del contenido del documento. Así entre papel y papel se le pasaron las horas.



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Un fuerte ruido de campana le hizo levantarse de pronto. Salió de la habitación y encontró la oficina en completo vacía. Marco se extrañó. Vio el gran reloj que colgaba de la gran columna en la mitad del Banco. Brillaba en un rojo intenso, lo bastante grande para que todas las personas que circulaban el Banco pudiesen verlo. Justo en ese momento el rojo indicaba que eran las diez de la noche, hora que el Centro Comercial cerraba.

El Centro Comercial AltaVista era uno de los edificios más grandes y concurridos de toda la ciudad. El complejo tenía alta variedad de tiendas y el dueño era conocido por todos en las cercanías. El Multimillonario Enrique Marín era dueño de varias empresas en la zona y por lo tanto lo hacía una persona realmente ocupada, pero entre su sinfín de habilidades era recordado por su hábil visión para notar las cualidades de la gente. Por esto, solía darles oportunidad a todos y ubicarlos en el sitio exacto donde podían rendir con mayor eficacia. Era bastante respetado, incluso esa noche que cumplía cinco meses de haber fallecido.

Su hijo Ernesto Marín era también muy habilidoso y preparado como su padre. Ernesto más que respetado era querido por todos. Cuando llegaba al Centro Comercial, saludaba a todos los trabajadores porque se dio a la tarea de conocer el nombre de cada uno de ellos.

Ernesto Marín estudió con Marco Villarroel en la escuela de economía. En la universidad no fueron tan grandes amigos, tuvieron una relación más de compañerismo que cualquier otra cosa. Marco con mucho esfuerzo y algo de ayuda consiguió entrar en la escuela de economía en la Universidad del Centro, Ernesto por su lado, fue simplemente el dinero de su padre. A pesar de esto a Ernesto todo se le hacía fácil, excelentes calificaciones y relaciones con todos, en cambio a Marco le costaba el asunto del estudio, pero sí que se esforzaba. Marco logró graduarse en la misma promoción de Ernesto. Sin embargo, el destino no fue el mismo para ambos, mientras a Marco le costaba conseguir empleo, Ernesto rápidamente empezó a ocuparse del AltaVista junto con su padre.

Luego de todo esto, vino la situación de Marco. En su desesperación le pidió ayuda a su compañero. Ernesto varias veces le ofreció el dinero que Marco tanto necesitaba, pero este nunca lo aceptó, no quería esa clase de ayuda. Quería otra cosa. Así que Ernesto le comentó a su padre y Enrique Marín en vida conversó con el Gerente General del Banco. De esta forma fue que Marco recibió su trabajo de archivador. Era duro y era el único puesto vacante. Le prometieron que apenas se desocupara algunos de los cargos más elevados le ofrecerían algo mejor, que considerarían su título y su esfuerzo. A los pocos días murió el viejo Enrique, el hombre respetado.

Ya habían pasado seis meses de ese momento, había logrado resolver el gran problema momentáneamente, pero el tiempo apremiaba y la salida al laberinto donde se encontraba lo veía lejos.

Diez de la noche. Hora de cierre. Las horas pasaron y él ni se percató. Volvió a su pequeño lugar de trabajo odiando las nuevas normas del AltaVista. Desde que Ernesto accedió al control del Centro Comercial, no paraba de hacer normas nuevas.

Primero redujo el horario del Centro Comercial y cerró todos los establecimientos que serían exclusivos de adultos. El bar del señor Gonzales pasó a mejor vida. La sex-shop que estaba en el segundo piso también fue cerrada. Ernesto quería que el Centro Comercial fuese exclusivamente todo público. En segundo lugar, obligó a la administración del AltaVista a contratar a personas con condiciones de discapacidad, quería ayudar a estas personas. En tercer lugar, acortó el rendimiento de electricidad. Fue luego de ésta regla que iniciaron las quejas, estas quejas le impidieron seguir imponiendo nuevas reglas. La siguiente era eliminar la armería que había en el piso seis. Tan solo logró evitar que se vendieran las municiones. Debían vender las armas sin ningún tipo de munición.

El tema de la electricidad fue lo que más molestó a los encargados de los establecimientos de todo el Centro Comercial, el principal asunto era el problema con las alarmas de seguridad. El sistema de electricidad no estaba preparado para cortarse de esa forma. No había plantas de electricidad independientes. Era complicada la situación con la electricidad, pero cuando Ernesto pasaba por el Centro Comercial y todos le comentaban la problemática con su indiscutible labia y carisma, lograba convencer a todos que lo hacía por políticas del medio ambiente. Alivianaba las quejas en un segundo.

El momento más engorroso, fue cuando intentaron asaltar la joyería del piso cuatro, la que estaba al final, cerca del mirador de aquel piso. Unas personas ingresaron a las doce de la noche y lograron romper un vidrio. Cuando los maleantes se disponían a llevarse las joyas, la alarma se activó. Por suerte, ese día había fallado el sistema automático de apagado de la electricidad.

El conflicto se vino arriba. Ernesto Marín apareció a primera hora en el AltaVista. Todos le reclamaron con preocupaciones. El Jefe prometió que el electricista vendría esa misma semana a reacomodar el sistema eléctrico. Además que colocaría vigilancia continua, hasta que se arreglara el problema. Todos se tranquilizaron un poco, aunque se preocuparon cuando informó que igualmente el corte de electricidad se mantendría y que lo haría de forma manual el vigilante de turno. Sonrieron algunos cuando dijo que él mismo pagaría la ventana de la tienda rota. Le solicitó al dueño que hicieran un inventario y si faltaba algo, que aunque no lo creía, pero si por casualidad se había perdido algo él lo pagaría de su cuenta personal.

Algunos creían que el Jefe Marín tomaba esas decisiones con la finalidad de ayudar al medio ambiente o con el objetivo de hacer el centro comercial para todo público evitando bares, tiendas de adultos y armerías. Marco no era tonto, escuchó de alguien de la administración que la factura de electricidad del AltaVista era la más alta de todos los Centros Comerciales del país. La suma de dinero que se pagaba por mes en razón de electricidad era elevada.

Marco sabía que Ernesto Marín hacía todo esto por dinero. Una ventana de vidrio no era nada comparada con el dinero que se ahorraba por mantener el Centro Comercial apagado todas las noches. Igual se extrañó. El Banco aún estaba con electricidad. Tardó media hora más en terminar de ordenar todo lo que faltaba. Los dos últimos folios los colocó en el archivo B2-2. Este archivo quedaba lejos de la entrada, no al final del todo, pero casi al final.

Le daba risa, ese archivo tenía documentos con veinte años de antigüedad. Nadie nunca tocaba ese archivo. Era de asuntos ya resueltos y además, asuntos muy pequeños. No representaban nada. Aun así El Banco lo guardaba todo. Salió de su pequeño archivo. Le causó un poco de ruido visual el ver todo El Banco totalmente vacío. Se acercó a la puerta principal del Banco y observó un papel pegado allí.

Se podía leer en letras lo suficientemente grandes: “Trabajando horas extras por motivos de cierre fiscal. Favor no quitar la electricidad de este piso.” Fue por eso que aún estaba con electricidad el piso. En el piso 10 del Centro Comercial estaba exclusivamente El Banco acompañado por una tienda de estampillas en la esquina.



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El Centro Comercial AltaVista tenía una estructura cilíndrica. Las tiendas rodeaban la red de escaleras mecánicas. Un gran vacío mostraba la caída larga hasta planta bajo. Tan solo detenida por las escaleras mecánicas. El piso 10 tenía algo de luz, pero el resto del Centro Comercial se encontraba bañado de oscuridad. El joven se acercó a la barandilla que mostraba las escaleras y observó todo.

Marco se sintió extraño. No podía estar tranquilo porque sentía que algo no andaba bien. Miró detenidamente los locales apagados y sintió que debía irse rápido de allí. Él debía cerrar la entrada del Banco y activar la alarma nocturna antes de irse. Sin embargo, no quería estar solo en el proceso, porque debían activar la alarma y suspender la luz en la casilla que estaba al final del pasillo. Odiaba la oscuridad y le aterraba la idea que los ladrones volvieran. Se dio cuenta que de igual forma tendría que ir a la recepción de la vigilancia para que pudieran abrirle la puerta principal, prefirió ir a pedirle compañía al hombre que estuviese de turno.

Antes de bajar las escaleras mecánicas, cerró la puerta del Banco con llave. Bajando las escaleras pudo ver los pasillos eternos, todos bañados en eterna oscuridad. No había ruidos, todo lo inundaba un profundo y absoluto silencio, tampoco se podía ver muy bien. Decidió entonces evitar con todas sus fuerzas voltear hacia esos pasillos y bajar directamente al piso tres.

Al llegar al piso tres debía atravesar un corredor para encontrarse con el lugar donde habitaban los vigilantes en la noche. El turno del encargado debía ser toda la noche. “Ojalá que esté allí el vigilante” Pensó. No quería esperar demasiado y había probabilidades de que el vigilante estuviese dando rondas por algún rincón del edificio.

Mientras más se acercaba, notó que la luz también estaba apagada allí. Quizás dormía y apagó la luz o quizás no estaba allí.

—Maldición… —Susurró Marco en voz baja.

Poco tardó en darse cuenta que alguien estaba en el mirador más cercano. Desde aquel mirador se podía ver la calle y todos los edificios de la zona. Todo estaba vacío. Era extraño, no solía la calle de ese lugar tener poca circulación.

No podía reconocer quien se encontraba allí. Había poca luz. El cuerpo del ser aquel, estaba iluminado por la luz única de la luna y su silueta era poco visible.

—Buenas noches. —Dijo Marco en un tono un poco bajo.

La silueta no se inmutó. Marco se acercó con sutileza. Continuaba su instinto diciéndole que algo no andaba bien. Cuando logró estar un poco más cerca se percató que se trataba de John, el Vigilante.

John había sido contratado hace poco. En el último lote de empleados, contratados con las indicaciones específicas de Ernesto Marín. John no había dado problemas. Al principio su porte indicaba mucho respeto. Media casi dos metros y era extremadamente ancho. Su pelo estaba afeitado al ras de su cráneo. Sus movimientos eran lentos y algo tontos. La gente dudaba en hablarle por lo intimidante de su tamaño. Luego de conocerlo un poco mejor, se dieron cuenta que el exterior no era igual al interior. Era muy tímido y daba un pequeño salto de susto cada vez que alguien le hablaba.

—Eh, hola, John. Supongo que soy el último. He venido para que… —Marco detuvo su explicación. Trago saliva y sus ojos se enfocaron claramente en aquella silueta. Notó que respiraba entrecortado y rápido— ¿Estás bien, John?

No existió respuesta. John Shaebo tan solo giró su cabeza lentamente hacia donde estaba el diminuto asistente del Banco. La luz de la luna iluminó la mitad de su cara. Su rostro siempre fuerte pero a la vez tímido estaba inexpresivo esa noche. Sus ojos abiertos como ventanas enormes, mirando fijamente a Marco. Su boca semiabierta babeaba un poco, el hilo de saliva chorreaba hasta llegar a su mandíbula.

Marco no expresó su preocupación. Sabía que el gran hombre no estaba bien, algo en su mente no iba de manera adecuada y quizás pasaba por alguna de sus episodios.

—John, si no estás bien podemos llamar a alguien… —Nuevamente la respuesta no existió para Marco.

Marco sintió el escalofrío en el espinazo cuando notó que en la mano derecha, John tenía un cuchillo. John apretaba fuertemente este afilado objeto. La piel se le puso de gallina y Marco tan solo dio un paso hacia atrás. ¿A dónde podía ir? Tendría que conectar el sistema telefónico para poder llamar a alguien. Marco miró al vigilante y notó que las llaves guindaban de su cintura. Pensó gritar, pero ¿dónde estaría el otro vigilante de este turno? No lo sabía.

Por fin, John se volteó por completo. Nunca soltó el cuchillo. Eso no pasaría. Siguió mirando fijamente a Marco y abrió su enorme boca.

—Tú… ser… ¡ASESINO! —Gritó John apuntando a su sospechoso con el cuchillo.

— ¡Oye, John! Cálmate sí. Baja ese cuchillo. —El miedo lo inundó.

— ¡ASESINO! ¡¡ASESINO!! —Blandiendo el arma, John se empezaba a mover hacia Marco.



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Queridos lectores. En ésta oportunidad les traigo un cuento original con una tónica un poco más siniestra y de suspenso, espero que puedan disfrutarlo. Serán tres partes que subiré en varios días. Seguiré publicando mis historias y nos vemos en la red. Como siempre muchísimas gracias y un abrazo enorme.
—Argento, el autor.

Sort:  

Me ha gustado hermano. Me gusto mucho la sencillez con la que hilvanaste la historia del centro comercial y la sucesión de los magnates. Hasta me diste ideas para un cuento, porque eso es a lo que dedico mi blog a contar historias. Espero podamos seguir leyéndonos, feliz día.

Estimado empírico, muchísimas gracias por tus palabras. Realmente son un aliento y un impulso para continuar compartiendo mis historias. Espero puedas quedarte para saber el desenlace de todo este conflicto.

No me daría mayor satisfacción que realices un cuento con inspiración en uno de mis personajes o en una de las localizaciones que he creado. Felizmente lo leería y compartiría.

Seguro que estaré al pendiente de tus escritos, te has ganado un nuevo seguidor.

Un abrazo y nos leemos en la red!

Pobre marco, que situacion tan extraña la que esta viviendo. Buen inicio para una historia saludos @argentoescribe ;)

Tal cual, y se pone incluso más interesante. Espero estés por aquí cuando publique la siguiente parte y para que disfrutes de mis otras entregas.

Un abrazo enorme y gracias por darme la oportunidad.

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