Juventud y Transformación de la Educación: ¿Para qué educar?
La Organización de las Naciones Unidas celebra cada 12 de agosto como día internacional de la juventud y este 2019 optaron por colocar el foco en transformar la educación.
"La educación debe llevar a unos resultados de aprendizaje relevantes y eficaces, con un contenido adecuado de los currículos escolares, no solo para adaptarse a la llamada “cuarta revolución industrial” y al futuro del trabajo, sino también para dar respuesta a las oportunidades y desafíos que traen los nuevos y cambiantes contextos sociales" (ONU).
Dado que la importancia que tienen los jóvenes para el logro de metas como sociedad es obvia, mi atención fue atraída por el enfoque en la educación. En especial, del contenido pertinente de los currículos escolares que no sólo busquen la adaptación del joven al mundo tecnológico de hoy, que no sólo lo preparen para un puesto de trabajo, “sino también para dar respuesta a las oportunidades y desafíos” (ONU) que conlleva el dinámico contexto social en el que nos desenvolvemos.
¿Por qué hacer énfasis en esto? Cuando cursaba apenas 5to grado de primaria, una maestra se dirigió a la clase para decir que educar es mucho más que enseñar. Lenguaje y matemática eran importantes, mas no lo eran todo. «Educar es formar ciudadanos» dijo.
Según la Real Academia Española, esta definición de la maestra implica “preparar intelectual, moral o profesionalmente” a un conjunto de individuos, en este caso, para que sean miembros activos de un Estado. ¿Qué significa ser miembro activo de un Estado? y si educar conlleva a tal cosa ¿por qué no nos enseñan más que conocimientos generales de lengua, matemática, historia y geografía? En parte, porque la educación actual está diseñada para guiarnos en el avance dentro un sistema, para subir de peldaños que desemboquen en el mercado laboral.
Hagan la prueba. Pregunten a niños y adolescentes ¿para qué los están educando? No por qué, sino para qué. Hay una gran diferencia entre ambas preguntas. Quizás obtengan respuestas del tipo «para que seamos alguien en la vida» o «para que obtengamos una profesión», otros más honestos dirán «no lo sé».
Ya que la ONU plantea transformar la educación, te invito a reflexionar en torno a dos preguntas: ¿para qué educar a los jóvenes? y ¿qué sentido o propósito tiene?
En opinión de esta autora, hay que educar para formar personas. Puede sonar un tanto extraño o hasta ridículo, puede usted alegar que ya nacemos personas y que por tanto ya somos, por lo que voy a detenerme a explicar la idea. No pretendo entrar en un tratado sobre el ser o no ser, se nace o se hace, simplemente quiero diferenciar entre potencia y acto.
Una semilla posee el potencial de convertirse en árbol, pero sólo si se cultiva en condiciones propicias llegará a ser un árbol. Los seres humanos somos similares, tenemos el potencial de ser auténticos, libres, responsables, creativos, bondadosos y serviciales, pero eso no significa que realmente desarrollemos tal potencial.
En este sentido, los niños y jóvenes como seres humanos en desarrollo son ricos en potencialidades, pero carentes de madurez. A través de la interacción con el útero social que representa la familia y la escuela podrán adquirir los aprendizajes y discernimientos necesarios para emprender su aventura personal, para responder a las demandas y diferentes situaciones que se les presenten.
Sin el componente social, difícilmente el joven podrá desplegar su potencial. De ahí la relevancia de la formación y, por ende, de la educación, que siempre estará estrechamente vinculada a las características del entorno político, geográfico, histórico, económico y cultural en el que se desenvuelve el educando.
Es preciso entonces que la educación deje de ser sólo una pedagogía de la enseñanza o del aprendizaje. No pretendo minimizar la relevancia de la instrucción de conocimientos, sino ampliar el panorama, dado que las necesidades emergentes reclaman más de nosotros. Complementar lo académico con lo humano es imperativo si se pretenden alcanzar las metas de desarrollo estipuladas por la ONU de vivir en un mundo con igualdad y respeto hacia los derechos humanos.
De ahí la importancia de formar personas, de formar seres humanos que enaltezcan su naturaleza como buscadores para conseguir plenitud en su vida y la de su comunidad. De esta manera, no hablaríamos de los jóvenes como meros recipientes que deben llenarse de conocimientos, sino de faroles cuya llama debe ser encendida y alimentada.
Con base en esta premisa, el objetivo de la educación debe pasar por la asimilación, la adaptación y expandirse a la promoción de la autonomía y creatividad del individuo. En otras palabras, hay que formar al joven para que haga uso de su libertad con responsabilidad, ya que a diferencia del determinismo que acompaña a una semilla, la cual genéticamente está condicionada para convertirse en un espécimen y no otro, el ser humano es libre de construirse.
Como parte de esa flexibilidad de autoconfiguración, los jóvenes pueden enriquecerse o empobrecerse. ¿Qué factores contribuyen a mantener a los jóvenes en condiciones de abatimiento? Son varios, en cada país habrá una lista de elementos que deshumanicen y refrenen el desarrollo, pero a modo general hay tres males a resaltar: el conformismo, el colectivismo y el fanatismo.
Los tres resultan ser virus que pliegan la libertad y responsabilidad a las creencias de un grupo, borrando la individualidad, anulando la autonomía y el pensamiento crítico. Cuando un joven se ve sumergido en una o más de estas actitudes, está restringiendo su potencial personal.
¿Qué hacer al respecto? Educar para promover la libertad y responsabilidad, educar para enaltecer lo que nos hace humanos: capacidad de elección y respuesta ante algo o alguien. Para alcanzar este propósito, no basta con la elaboración de un currículo educativo que incluya los valores como parte central, que contenga competencias específicas, destaque el amor y enseñe cómo afrontar el fracaso y el éxito. Hay que trabajar también en el vínculo educador-alumno.
Ésta relación ha de estar orientada al cuidado pleno de las singularidades. Sólo así, el educador se convertirá en ese precursor de universos, despertando y afinando la conciencia de sus estudiantes para ser y desarrollarse a plenitud como personas únicas e irrepetibles, que participen activamente de la construcción de su historia personal y de su sociedad.
¿Tú que sentido darías a la educación? ¿Cómo la transformarías? Que tomen la palabra los jóvenes, porque ellos están construyendo el mundo en el que todos viviremos. Que tomen la palabra los no tan jóvenes, porque son los fundadores de ese mundo.