Anécdota real.

Afuera reinaba una épica tormenta, el viento lucía su poder llevándose consigo lo que encontrase; nosotros habíamos bajado al refugio, nos encontrábamos apretados pero calientes y seguros. Aunque estaba tan inquieta, quería salir, lo necesitaba; pensé que estaba enloqueciendo y me obligue a tranquilizarme.

Si hubiera seguido mi instinto...

Lo peor de la tormenta ya había pasado, solo quedaba el desastre para limpiar; las cercas totalmente destruidas, hojas y frutas pintaban el suelo, ramas partidas, animales asustados corrían por doquier gimiendo, la tierra inundaba el ambiente; y en el árbol mas cercano al río lo encontré.

¡Oh, si tan solo hubiese salido!

Una ráfaga de luz muy blanca cayó al agua. Pero estaba tan lejos que me tarde un poco para percatarme de lo sucedido. Al final conseguí entender e histérica me puse a gritar, quería salir corriendo y ayudar a mi hermanito pero no pude, algo me lo impedía, permitiéndome solo gritar.

Un joven también lo observo caer del árbol y fue a su rescate. Su cuerpo se hundía en el río, salvo su pequeña manita que descansaba en una piedra. El joven lo sujetó por allí, por esa mano tan menuda, agarrándose del árbol para rescatarlo y arrancárselo a las aguas, dándole una segunda oportunidad para vivir.

Y así fue. Vivió, como vivió.

Lo grotesco de esta historia es la forma en que murió. Pescando en un peñero, le dio un infarto acabando con su vida al instante. Cayó inerte horizontalmente, más su mano de alguna forma logró caer al agua. Esa mano que causó el éxito de su rescate, de su vida; esa mano que el río no pudo llevarse consigo la primera vez fue la mano que el agua abrazó.

Basado en una hechos reales.