Venezuela: país en Stand By

in #spanish7 years ago

Salud, estimados stemians. Seguimos pendiente de la situación del país. Hoy existe una especie de tensa espera, cuando los precios de los pocos artículos que hay a la venta se incrementan con una velocidad pasmosa. Mientras, ha arrancado una campaña electoral más bien deslucida, casi invisible. El post de hoy tiene la intención de situar a los lectores del estado, en general, en que se encuentra Venezuela hoy.

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“Venezuela va a deshacerse”, dijo recientemente el Premio Nobel Mario Vargas Llosa. Sus palabras serían más exactas si estuvieran en tiempo presente: “Venezuela se deshace”. O bien “Venezuela se está deshaciendo”.

Es un proceso que comenzó en 1998, cuando fue electo presidente Hugo Chávez y las características del país —debilidad institucional, decepción profunda en la ciudadanía por el sistema de partidos y la nunca extinguida llama del personalismo latinoamericano, entre otras— le permitieron a ese individuo hacerse del poder de forma totalitaria.

De allí en adelante ha sido un decurso más bien acelerado: leyes redactadas a la medida del poder; desmontaje de la estructura democrática y con esta de su aun débil economía de mercado; edificación de una estructura del ilícito y la corrupción; el silencio cómplice y no pocas veces interesado en el petróleo de gobiernos vecinos; la dádiva pública como instrumento comicial; y aun la compra ignominiosa del ejército venezolano, antes un escollo para sus planes y ahora el hilo colgante que aún los sostiene. Todo alimentado por un combustible: el dinero del petróleo.

Los efectos pueden verse con mayor nitidez hoy. Tenemos un país (ex República) que, sin un
gobierno medianamente activo, ha llegado al vacío total, noción esta que con toda seguridad deja muchos aspectos en la imprecisión, pero que permite prever situaciones caóticas y acontecimientos de mucha violencia, con más crímenes por parte de las fuerzas armadas, desgonzadas y prácticamente convertidas en gavillas al servicio bien pagado del oficialismo.

Estamos asistiendo al desleimiento de lo único que mantiene la ilusión democrática: la pátina de la costumbre congénita de esta, conservada ya solo en la memoria de los ciudadanos y que aún dicta algunos de sus pareceres y actuaciones.

Porque vista así, desde el aire, Venezuela parece un país: tiene un territorio determinado, con autoridades, ciudades, calles, casas, automóviles moviéndose (aunque estos cada vez en menor número), gente que sale a trabajar, televisoras con programas de variedades y banalidades, escolares uniformados que asisten a clases, funcionarios que desde los medios emiten algunos enunciados, entre otras demostraciones; pero en realidad todo funciona mal o no funciona. La gente que sale a trabajar debe recorrer, caminando, distancias enormes, hasta que termina por no asistir. Los estudiantes esperan en las aulas por horas a los profesores que cada vez llegan menos: no tienen cómo comer ni cómo pagar transporte y, si tuvieran, este ya no existe; así que se apresuran a dejar el país para procurarse un sueldo que les permita subsistir.

El ciudadano, sin el esquema de la memoria democrática y atemorizado por la desastrosa situación a su alrededor, pronto entrará en el pánico colectivo, previo a la predominancia de sus fuerzas instintivas sobre la razón, que lo harán querer proteger la vida, amenazada. Tiene ante sí un monstruo: la hiper inflación que no se detiene y, aún peor, que no se detendrá, detalle este ya absorbido por el entendimiento poblacional. Como seres humanos asistimos, aterrados, ante lo que nuestros antepasados cavernícolas debieron haber experimentado: la más absoluta indefensión ante un medio hostil.

Pero si el país se deshace, también su mal llamado gobierno. Ya no le quedan reservas para gastar en dádivas, y la joya de esta corona, las cajas CLAP, están cada vez más vacías y menos presentes; con el agravante de que en muchas partes estas se cobran pero luego no aparecen, lo que está moviendo a una protesta popular cada vez más indignada e intensa.

Esto último es una muestra de que el aparato de corrupción no puede ya ser satisfecho y añade otro desmadre: cada miembro del Pranato criminal está tratando de conservar lo que tiene o seguir enriqueciéndose a todo trance, debido a la sospecha del “Sálvese quien pueda” que ya resuena entre las notas del Himno Nacional y los aplausos sin entusiasmo de los actos oficiales. De allí que cada vez más seguido los rojos rojitos estén abandonando el país.
Por primera vez se hace ostensible el “ahorro” en gastos en un proceso electoral. Ya no prometen sino cosas muy puntuales (el Gobernador de Sucre ofrece unos fumigadores portátiles para espantar las nubes de zancudos. Se ha visto obligado a abandonar su verdadera pasión durante las elecciones: inundar de vallas y gigantografías el estado).
Mientras, el candidato oficialista, el mismo presidente actual, en su deslucida campaña, toca elementos como la economía y ofrece crear ¡un sistema saneado! y se ataca a sí mismo por las cosas que ha hecho mal y por las que no ha hecho. Semejante descaro ya sólo tiene acogida entre sus funcionarios más cercanos, los más temerosos del señalamiento bíblico “Por sus obras los reconoceréis”.

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El último bastión del Pranato, el “Ejército de libertadores”, repleto de generales con nombres ad hoc (Pimentones, Huevos y hasta Chorizos), también se desmorona. Los cuarteles se hallan semi abandonados y atenazados por el hambre. Los únicos que gozan de buena salud, demostrada en sus “mondongos” mal contenidos por chemises importadas, son los altos mandos.

El generalato venezolano, como ha quedado demostrado a través de la historia política nacional, sufre de un síndrome parecido a la timidez: el de querer siempre disfrutar del poder y sus prebendas, pero sin exponerse. No obstante, el fracaso apocalíptico de Maduro para manejar los asuntos públicos –sobre todo la economía— llevando al país a la más espantosa quiebra, los forzó a una participación más abierta, lo que, en último caso, ha desmembrado su carcomida coherencia interna, acelerando bajas, deserciones, huidas al exterior y hasta las colaboraciones con el Departamento de Estado norteamericano.

Con todo, ese “Ejercito” está convertido en un poder aparte. No solo posee las armas sino también mucho dinero, aportado por el grupo de empresas, entre ellas la de los seguros, que les fue entregado en esa especie de “capitulación” que hizo de Padrino López un Vicepresidente de facto. De manera, pues, que no sería de extrañar que actualmente estuvieran siendo utilizados esos recursos para asegurar la lealtad de la tropa a la espera de unas elecciones que, en mi criterio, es lo único que está uniendo hoy por hoy a los factores en el poder.

Es decir, Maduro y sus secuaces, civiles y militares, están convencidos de que un “triunfo” en las elecciones –que ellos juzgan cosa segura— les permitirá permanecer y, por supuesto, ganar tiempo para reacomodar económicamente el país, pues, ya triunfantes, con los partidos de oposición y su liderazgo prácticamente desaparecidos, creen poder arrastrar al mundo libre a verlos como un factor insoslayable al que habría que desbloquear para pactar un salvataje.

Qué curioso, por lo interesante, que esa, a todas luces desesperada e insustentable premisa del Pranato, con la que espera salir avante, sea uno de los más utilizados argumentos con que se llama a la participación electoral opositora.

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Me entristece esto

A todos. Gracias por la lectura, @vanessazunez

Gris realidad la nuestra. Excelente publicación.

Agradecido, @francisaonte25, por tu lectura y comentario

Para variar, como suelen ser tus artículos, @antoaristi, un diagnóstico de la situación actual muy preciso y completo. Saludos.

Bueno, @josemalavem, uno trata de que sean de esa forma. Aunque duela. Gracias por comentar.

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Tan cierto como tan triste, @antoaristi. Y la esperanza de un pueblo se va por la cañería esperando un milagro. Excelente post. Saludos

Extraño a Venezuela. Como duele @antoristi la verdad.

La triste realidad venezolana@antoaristi.

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