Relato - ‘’Una segunda oportunidad’’ - Por Annathea
¡ADVERTENCIA! Este relato es un poco largo, aviso por si alguien se alarma por la extensión. Si igualmente queréis leerlo muchísimas gracias, ojalá lo disfrutéis.
El cuerpo que tenía delante había dejado de moverse, la vida había escapado de él y su último aliento ya se mezclaba con el aire de su alrededor. Su figura, inmóvil frente a esa escena, se mantenía rígida e impasible, sin que esos ojos abiertos, profundos, inertes, provocaran ningún efecto de emoción en su interior. Tantas veces había visto lo mismo, tantas veces se había repetido la misma historia, las mismas lágrimas, las fuerzas que se van consumiendo. Nada de eso le conmovió nunca, en verdad, dentro de él no nació sentimiento alguno que le hiciera retroceder ni una sola vez. Frío en su piel, hielo en su alma y la nada en sus ojos, los cuales observaban, por última vez, ese cuerpo sin vida postrado sobre una vieja cama. Miles de arrugas marcaban su piel, vejez gritaban sus huesos y su pelo dejó de ser el mismo, ese vivo color de su juventud se convirtió en un gris apagado mostrando los años que ese cansado cuerpo arrastraba tras de sí. "Rosa Casals Durán, 89 años, viuda con tres hijos. Motivo de la muerte: Infarto". Eso fue lo que escribió en una pequeña libreta que siempre llevaba consigo, la cual albergaba un listado de nombres que no conocían fin. La tinta de esa pluma invisible escribió lo que daba sentencia a la vida que acababa de irse, un final esperado, una persona que pudo vivir y disfrutar su vida hasta que sabía que su cuerpo no podía aguantar más, todas sus fuerzas se habían agotado y su alma esperaba a la muerte, la cual haría una acción justa. Sintiendo que su presencia en esa habitación vacía ya no tenía ningún sentido, de la misma manera que apareció allí desvaneció todo su cuerpo, filtrándose como si de aire se tratara, por todo el espacio.
Una fuerte atracción impulsaba su esencia a trascender por todos lados, siguiendo los pasos de una vida que había empezado a consumirse. A punto de llegar al lugar de su destino, donde estaba el fuerte impulso que había convocado su presencia, escombros, carrocería destrozada era lo primero que encontraron sus ojos, sus pupilas se centraron en oscuras marcas que habían sido grabadas en el cemento, goma de neumáticos quemada fue la causante de esas marcas y restos de cristales esparcidos por todos lados inundaban el suelo que sus pies pisaban. Justo al lado, un líquido de color rojizo, manchaba el negro del asfalto, creciendo y aumentando su superficie de forma horripilante. El manantial desde el cual brotaba ese brillante y característico líquido rojo, era un pequeño y definido cuerpo que yacía tembloroso y lleno de miedo, encima de esa sustancia, la cual manchaba sus delicadas prendas. Respiración entremezclada con suspiros y gemidos de dolor lo llevaron a centrar toda su atención en el rostro de esa persona. Una chica joven se escondía tras esa dura y oscura escena. Solo pequeños espasmos agónicos provocaban leves movimientos en su cuerpo, el dolor la estaba consumiendo, lo podía ver en sus ojos que reflejaban la agonía de su situación. Heridas marcaban su piel y un profundo corte, en una de sus piernas, expulsaba todas las oportunidades de sobrevivir de su cuerpo. La miró fijamente a los ojos, ella no centraba su atención en los suyos, sus ojos no podían captar su presencia, solo eran capaces de ver el enorme cielo que se cernía sobre ellos. Totalmente ajena al ser que, en ese mismo instante, estaba observando el terror de su rostro. Sabía lo que tenía que hacer, cumplir el papel que se le fue designado en la vida, quitarla.
Sin moverse de su posición dejó escapar el frío que congelaba su interior, tomando todo su alrededor, quemando el aire que les rodeaba, volviéndolo todo en nada. E inmediatamente levantó una de sus manos para proceder a apagar la leve luz de vida a la que se agarraba esa lastimada alma, pero, como si esa acción hubiera conseguido traspasar la fina línea que separaba lo irreal de lo real, algo cambió radicalmente en la penumbra de esos ojos. Los continuos llantos dejaron de reflejar miedo y temor, la lástima tomó su lugar concienciándose de su situación. Por la cruda expresión de su cara, parecía amargamente expectante a que algo sucediera, más concretamente, a que su vida se desvaneciera. Y las densas lágrimas que resbalaban por su piel, llena de manchas de sangre, le demostraban que ella ya sabía cómo iba a acabar su historia, ella ya sabía que iba a morir. Con su vista aún fija en los de la chica, empezó a acercar lentamente, pero de manera continua, la palma de su mano a su rostro, hasta que lo cubrió por completo, notando la punta de su nariz chocar con la superficie de su piel, la cual fue empapada por el último suspiro que salió a través de su boca.
Cuando apartó la mano y vio de nuevo esos ojos, la muerte los había tomado, esa profundidad volvió a reflejarse en ellos, ya no miraban hacia ningún lugar. Se volvió a repetir la misma situación, otra vez el alcance de la muerte había tomado otra vida, ese aire denso y pesado que se deja cuando el alma huye, esa penumbra en la piel, que muestra el color que se ha diluido volviéndose hielo puro. Otra vez dejaba las pruebas de su delito a la vista, de nuevo su presencia arrancaba esperanzas allá a donde sus pies se dirigieran. Por un momento se sintió hipnotizado a seguir mirando a esa chica que ya no respiraba, pero de la misma manera que apareció en él esa sensación se evaporó. Sacó su famosa libreta, abriéndola con cierto pesar en su manos y con la misma pluma invisible empezó a escribir en esos folios marcando con la tinta lo que se convirtió en una rutina. "Erica Olivera Medina, 29 años, soltera y sin hijos. Motivo de la muerte: Accidente de tráfico". Una muerte que no tendría que haber sucedido, ha sido una partida en la que solo se podía ganar o perder, donde lo arriesgó todo, perdiendo, lo único que podía arriesgar, su vida, algo que no podrá recuperar. Con toda una vida por delante ella decidió adelantar el momento que no tendría que haber sucedido hasta dentro de unos 60 años más, solo por una acción inconsciente y sin control. Y, como hizo también la vez anterior, desvaneció todo su cuerpo, filtrándose como si de aire se tratara, por todo el espacio, observando a la chica tumbada, totalmente tranquila, sobre su propia sangre.
De nuevo, volvió a dejar sus sentidos fluir, para ver hasta dónde le llevaban esta vez, vivió diversas historias, millones de vidas observó, por todos los siglos pasó y en todas ellas grabó todo lo que sucedió en su libreta, suicidios, peste, hambre, asesinatos, crueldad, guerra. Siempre era lo mismo, daba igual cómo empezara ni cuál fuera el motivo, todo acababa en lo mismo. Con solo una palabra podía describir su mundo, su vida, su ser. Muerte. Fría, insensible, impasible, sin piedad, nada puede parar su senda, nadie puede evitarla ni salvarse de su fiero ataque y, tarde o temprano, a todo el mundo le llega su momento. Esa era su monótona y repetitiva existencia, vagando de un lugar a otro, sin ningún sitio fijo.
Ahora su figura perturbadora, proveniente de las más oscuras sombras, se materializaba en un luminoso lugar. Se encontraba entre paredes blancas de grandes pasillos llenos de puertas. Un extraño olor a medicamentos viajaba por ese lugar, y miles de trajes verdes caminaban de un lado a otro, llevando con ellos camillas, goteros y papeles. Podía diferenciar que era un hospital, después de tantos siglos, pudo observar, con sus propios ojos, el avance de las tecnologías, cómo antes un hospital estaba formado por las propias casas de los enfermos y ahora, después de tantos años, los hospitales se llenaron de salas y habitaciones, pero, por desgracia, también se han llenado de enfermos y heridos. Sus pesados pies se transportaron hasta colocarse enfrente de una blanca puerta de la cual salió, rápidamente, una enfermera, el miedo estaba agarrado a su cara. Ignorando ese detalle, volvió a centrar su vista en la barrera de madera que le separaba de su próxima víctima.
Traspasando la puerta se encontró una habitación exactamente igual que los pasillos, paredes pintadas de blanco, con una pequeña ventana que mostraba un cielo despejado, una chaqueta descansando encima de un sillón, varios medicamentos encima de una mesilla y enfrente de una cama, un hombre estaba agachado y llorando desconsoladamente. Levitó acercándose más a ese lugar, queriendo ver de cerca quién era el que se encontraba tapado por esas sábanas de hospital. Un niño, un demacrado y consumido niño se encontraba absorto encima de esa cama, su piel blanquecina parecida a la porcelana, no brillaba con la leve luz que se filtraba por la ventana, su cuerpo, un tanto delgado, mostraba la mala situación en la que se encontraba, alrededor de sus ojos, la penumbra había comenzado a colarse pintando sus suaves párpados de un color morado, y en su pelo, el pelo había desaparecido. La vía enganchada en su brazo izquierdo, el traje verde característico de todos los hospitales cubría su pequeño cuerpo y su respiración entrecortada rebotaba con el inestable pitido proveniente de una máquina colocada cerca que marcaba el ritmo moribundo de su corazón, el cual parecía debilitarse cada segundo. Ese niño le estaba esperando, su cuerpo parecía prepararse, pero sus ojos no estaban abiertos, no podía ver la profundidad de sus pupilas, tal era la desolación de su interior, que las fuerzas no le permitían realizar tal ejercicio.
Justo a su lado, agarrando con la mayor suavidad del mundo su pequeña y delicada mano, que parecía que se iba a romper en cualquier momento, un hombre del que podía leer tenía unos 43 años, lloraba de forma agonizante e incontrolable. Era tal el miedo que salía por su boca, que volvía espeso todo el aire de su alrededor. Con su otra mano, temblorosamente, se acariciaba la cara llevándose consigo el rastro de todas las lágrimas que realizaron el baile de resbalar por sus mejillas. Su respiración se ahogaba en lamentos y maldiciones que se convertían en bajos gritos que solo hacían que su rabia aumentara. No se movió de su sitio, observó impasible todas la escena, analizando la situación, aún no era el momento, mientras la vida sea fuerte y se conserve con ganas de mantener su luz, su esencia no puede apagar esas esperanzas. Los pies de ese hombre se movían incontrolablemente, se notaba su nerviosismo, su intranquilidad, pero al contrario, el pequeño cuerpo de ese niño, no se movía ni un solo centímetro y casi como si fuera un movimiento espectral, su pecho se movía suavemente, enseñando que su cuerpo aún respiraba.
En ese momento pudo observar los ojos de ese hombre, levantó la vista, fijándola en el techo, unos ojos verdes brillaban de dolor cubiertos por miles de lágrimas que caían e iban siendo sustituidas por otras. Con pesar en su rostro, posó sus ojos en el niño, observando sus delicadas facciones, sus pobres colores, la poca vida que aún quedaba en él, el sentimiento más horrible de todos crecía y crecía en el alma de ese hombre, la tristeza de perder a alguien que amas con locura. Ese tipo de sentimientos siempre le llamaron la atención, él que nunca había sentido ninguno de esas emociones, que siempre hubo silencio en su mente y vacío en su corazón. Ese hombre estaba siendo bombardeado por millones de sentimientos y emociones, todo podía verlo en su interior, que temblaba de miedo. Acercó su mano a una de las mejillas del pequeño, tocándola amorosamente y callando los gemidos que amenazaban con provocar otro estallido de llantos. Sus facciones se endurecieron esperando seguramente la llegada de esos médicos que se retrasaban en aparecer. Sin que lo esperara, en sintonía con los pitidos del corazón del niño, la grave y entrecortada voz de ese hombre se hizo sitio entre ese espeso aire.
<<- Mi niño, mi pequeño y maravilloso hijo... No sabes cuántas veces e deseado y soñado cambiar el horrible destino que te ha sido deparado, no sabes cuántas veces e anhelado despertarme de esta vida y ver que todo esto sólo era un terrorífico sueño, pero... eso nunca sucedió - Un ahogado gemido mezclado con llantos salió inesperadamente de sus labios – Sigues aquí, tumbado en una cama, encerrado entre cuatro paredes, donde en tu vida pocas veces has visto la verdadera luz del sol y los bonitos colores de la naturaleza, esto no es vivir, nunca lo ha sido… pero nada funciona, nada te cura y aunque mantuviste el color en tus rosadas mejillas, esta vez parece que no hay marcha atrás - Fuertes llantos exhalaban sus dolidas cuerdas vocales - ¿Te acuerdas de lo que me pediste para regalo en tu pasado cumpleaños? - una triste sonrisa pintó sus labios, que se torcían de nuevo de dolor – Me pediste una nueva vida, lo único que anhelabas era una nueva historia, donde simplemente pudieras cambiar tu destino... Pero yo no puedo darte eso, las vidas desgraciadamente no se pueden comprar, yo... no puedo hacer nada, solo me queda sufrir viendo cómo tu vida se apaga lentamente, viendo como mueres. Ojalá pudiera darte mi vida, los años que me queden, dártelos a ti, para que pudieras seguir viviendo, para que tuvieras una segunda oportunidad, de verdad que si descubriera la forma de hacerlo no dudaría ni un solo minuto... Siento mucho no haberte dado una vida mejor, no haberte podido ayudar mejor, pero, por favor, solo permíteme pedir una última cosa, el último deseo egoísta que tengo. Sigue respirando, no dejes que la luz se apague y que tus fuerzas te abandonen, no permitas que tu corazón se pare, por favor, ni pierdas la esperanza. No me abandones, si tu no luchas por vivir nadie podrá hacerlo por ti. No quiero perderte...>>
Su alma ya no aguantó más las lágrimas que se acumulaban en su interior, y los gritos que fueron cayados. Sus llantos se volvieron mismo gritos de guerra, desgarrándolo por dentro. Sorpresivamente unas cuantas personas vestidas con esos trajes verdes aparecieron en la habitación, irrumpiendo la escena y con la misma rapidez pidieron a ese hombre que saliera de la habitación mientras los pitidos que marcaban el ritmo de las pulsaciones del pequeño corazón del niño se ralentizaban y se hacían más sonoras. Las fuerzas del niño llegaban a su fin, y las fuertes retenciones de ese hombre mostraban que sabía que posiblemente todo acabaría ahora. Todos los médicos se pusieron a intervenir al chico, controlando su ritmo, su tensión y suministrándole algún medicamento. Aquí empezaba su papel, acabar con todo. Apartándose de su momentánea faceta de observador adelantó sus pasos para entrar en escena, colocándose a uno de los lados de la cama, teniendo el cuerpo del moribundo niño justo enfrente.
De nuevo, dejó escapar su esencia de su interior, esa aura fría y gélida que envuelve todo el alrededor, consumiendo el aire. Alcanzando y rodeando la silueta del niño, su esencia solo afectaba a esas almas que estaban infectadas con la muerte. Todas las personas de alrededor se movían nerviosamente de un lado a otro, rebuscando en algún cajón y suministrando medicamentos al pequeño, al cual, cada segundo que pasaba, su corazón se iba deteniendo más y más. Su esencia se colaba en su interior, deteniéndolo todo, observando de forma cruel como le arrancaba todo. Pero algo era extraño esta vez, totalmente distinta a la otra vez, aún teniendo sus ojos cerrados, totalmente ajeno a su alrededor, unas tímidas lágrimas asomaron por sus párpados, resbalando por su cara, marcando el contorno de su barbilla e impactando en las telas que cubrían la cama. Nadie parecía darse cuenta, solo él, desde la lejanía, observaba ese acontecimiento impresionado. Una extraña sensación hizo que su mano se detuviera en el intento de sacar su libreta del bolsillo, algo dentro de él brilló por un simple segundo mientras observaba esas lágrimas de despedida que se evaporarían en sus últimos deseos, deseos que nunca se cumplieron. Observó la pantalla que marcaba con una fina línea roja, el pulso de su corazón, que casi no existía y en su mente, convencido de cumplir su trabajo, tomó una decisión.
Sus pasos resonaban entre las paredes de ese pasillo blanco, alejándose poco a poco de esa habitación, extendiendo el eco de su marcha, mientras toda su esencia volvía a introducirse en su interior, congelándolo todo de nuevo. En su mano, la libreta aún se mantenía fuera del bolsillo y su cuerpo empezaba a desvanecerse para volver a la búsqueda de otra senda que se estaba apagando. En ese mismo tiempo, el hombre que antes estuvo en esa habitación corría de nuevo en esa dirección, con un increíble brillo en los ojos, y de esa pequeña puerta, un hombre vestido de bata blanca salía para recibirle con una enorme sonrisa en la cara y varias lágrimas retenidas en los ojos, el cual pareció decirle algo a ese hombre, que, nada más escuchar la última palabra, se derrumbó en sus brazos, dejando escapar llantos de alegría mezclados con sinceros agradecimientos. Ese niño no tuvo la oportunidad de vivir una vida normal. No moría de vejez, ni por inconsciencia, simplemente moría porque su cuerpo era frágil y no sería capaz de aguantar, nada le daba la esperanza de tener algo que contar. Era una muerte injusta, un niño que no hizo nada y a lo único que aspiraba en la vida era a perecer encerrado en una habitación blanca. Podía decir que era la primera vez que algo le retenía, la primera vez que daba marcha atrás, ese día ya tenía fecha y hora marcada y lo recordaría por el resto de su incontable existencia. Ya podía decir que la muerte le acababa de dar a ese niño, una segunda oportunidad.
Como dije al principio este relato, aunque me fascina cada vez que lo vuelvo a leer, tengo que admitir que es bastante extenso, tuve un poco de miedo por ese motivo a subirlo por si esto era un problema a la hora de leer, pero si habéis llegado hasta aquí y lo habéis disfrutado es todo lo que necesito para sentirme realizada. Leeré encantada cualquier comentario y agradeceré cualquier voto.
Muchas gracias. Un saludo muy grande, Annathea.