Hoy fue un día muy caluroso (de esos en los que sientes que te derrites literalmente), y en estos días sofocantes el sudor se deja ver por todo el cuerpo de los cumaneses. Mi esposo y yo terminamos de trabajar y pasamos a casa de mi mamá buscando a nuestro pequeño Frank. De camino a nuestra casa tomamos la autopista Antonio José de Sucre, y para nuestra fortuna pasar a través de ella significa ver el mar desde la carretera, entonces, en algún momento dejamos de hablar y me quedé observando el horizonte, concentrada en el sol abrumador del que tanto me había quejado durante el todo día por lo imponente que se estuvo. Pero aquello fue amor a primera vista, se me olvidó que me había echo sudar. Lo escuché, me llamaba en silencio, sereno y paciente allá al final me tentaba a perseguirlo. Siempre disfruto de mirarlo, pero hoy estaba encantador, adoro cuando se pone su traje naranja y le dije a mi esposo cuando entremos a casa:

-Amor, vamos a la playa a ver el atardecer.

Cumanés al fin no lo pensó mucho, el se cambió la ropa primero que yo y en 10 minutos más ya estábamos allá.