Contemos Historias - Dualidad - Buenos Aires - Argentina
Que tarde inolvidable, pensé sentada allí en el suelo de un hostal en Buenos Aires calurosa como otras tantas en verano, la temperatura reventaba tanto que al salir de la ducha se mezclaban las gotas de agua con el sudor corporal, eran tardes maravillosas de cielos despejados y casi naranjas por el reflejo del sol, era el mundo, la vida color mate, sabor mate, era tomar un café-mate para apaciguar el vacío en el estómago.
Recuerdo que en la habitación contigua había cientos de libros que nunca leí pero que ojee con tanto interés y con tanta emoción como la de un niño al destapar un regalo o un dulce, tan sólo me faltó la viveza, la inquietud o el deseo de palparlos y comérmelos en un mordisco ansioso, en caso de tratarse de un caramelo así hubiese sido. Los años iban pasando y era inevitable ver atrás y querer quizás cambiar los pasos recorridos.
Ese remordimiento angustioso y doloroso se acrecentaba en los días de verano ¿acaso la temperatura afloraba en mí todo sentimiento de soledad?, la esperanza de regresar al lugar que tantos fracasos me regalo o mejor dicho al lugar en donde tantos fracasos me regalé para ser más sincera, se hacía más grande cada tarde.
Tan sólo de algo estaba segura de ser un caos, una ruleta rusa que juega y gira en su contra, no sé cuándo ni en qué momento de la vida me daré ese tiro de gracia; de igual forma aún camino, aún siento vació en el estómago, aún duermo, sueño y me despierto, he remembrado los días en mi fría capital natal, aunque nunca más fría que aquí en invierno, he recorrido los pasos hacia al cielo con mi amor, ese paraíso alucinante que me enamoraba, que me subyugaba pero por alguna razón me hacía sentir viva y en cambio ahora, no sé quién soy, ni porque me encuentro aquí; me he colgado el yugo del verano, de los libros no leídos, del calor absorbente.
Tarde a tarde el tiempo corría volátil y yo siempre seguí ahí sentada cayendo en pozos de lodo, intentando tener una razón, un motivo para volver a vivir de nuevo y disfrutar del rico néctar del amor, de los mangos maduros, el sumo de los limones agrios y adictivos. Mi mente era un embrollo, pensaba en lo que fue y no puede volver a ser, pensaba en ese amor que deje y tarareaba aquel pedazo de musiquita deliciosa que decía “hoy el viento lo vi libre y me enamoré, lo vi libre y me enamoré” y agregaba sosegada entre susurros el viento eres tú y tú eres mi amor, siempre que esa tonada me venía a la mente y empezaba a tararearla él estaba allí mirándome a los ojos sacándome las verdades y los miedos invitándome a ser libre y ahí en frente suyo, yo, mirando al piso, siempre mirando al piso, le repetía una y mil veces, el viento eres tú, era un ensueño sublime que me elevaba al cielo, y ¡vaya! que ya entendí porque en el verano era cuando se congregaba la mierda de la vida y del amor, pues él era el viento y que otra cosa se desvanece en verano sino es libre correr del aire entre mis dedos y la tierna caricia de una brisa en la mejilla, eso era él.
Estar allí me hacía pensar en la agonía del amor lejano y moribundo, que eriza los vellos de tristeza, de melancolía. En una de tantas tardes agobiada decidí acabar con la mierda de la vida, pero no sin antes ver a la caótica Buenos Aires una vez más, con la retina sigilosa y agraviada por el viento, emprendí vuelo una vez más, con una faldita coqueta que a mi parecer daba vuelo, fue un paseo largo, extenuante, diría, cada pedalazo era como cargar el doble de mi peso y quiero creer que no es subjetiva dicha apreciación, pues era mi peso en penas y sudor de verano, de cielo naranja y asfalto húmedo, era yo recorriendo mí vida.
a pedaleando con tanta prisa como si tuviese destino alguno, pensaba en lo flagelada que estaba y sentía el corazón pisoteado por una estampida de elefantes, quizás, sentía el paso del tiempo tan lento tanto como el brotar de las lágrimas en mis ojos que al correr sobre las mejillas se iban disipando a manos del aire cálido que me sostenía, tenía la mirada un tanto desorbitada aunque veía el camino libre y claro, también veía el peso en penas de los demás transeúntes de Buenos Aires calurosa, todos tan flagelados como yo, y entonces vi lo absurda que era al pensar que yo era la única que agonizaba, es que la mierda de la vida no solo se me viene a mí en verano y ya sea en verano o invierno a todos se nos viene como un choque emocional extenuante y por supuesto que todos agonizan pero así mismo gozan y bailan una zamba pegajosa, viajan, sonríen en las tardes de amigos y familia y disfrutan de tomar un vino al almuerzo.
Entonces de repente fui desvelando ese sueño-pesadilla y desperté con la mente despejada, con un libro entre las piernas dispuesta a comérmelo en un mordisco ansioso como a aquel caramelo que noche a noche mi padre me regalaba aun siendo niña y recordé a mi madre mi dulce madre cuál caramelo y le bese la frente, ay mi vieja, que se mece en la luna y reposa al alba, que se tiñe las canas, que me besa y abraza.
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