ETAPA 11-- libro-- Capítulo 6 "El foso del olvido" ( Cuando la tragedia esconde un inmensa decepción)
ETAPA 11
Capítulo 6
-En un cesto de basura en la estación de trenes, no fue fácil porque no debíamos ser vistos por otras personas, pero se logró.
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-¿Y qué piensan que pasó?
- A estas alturas después de tanto silencio, casi que me he unido al común de la gente y pienso que se fue del país con alguien, entre los comentarios se dice que tenía una relación con un hombre casado, lo que pasa es que como soy parte interesada cuando yo llegaba se cambiaba de tema y en estos temas muchas veces los más cercanos somos los últimos
en enterarnos.
-¿Te parece posible hacer eso a tus tíos?
-Ella para mi concepto personal, siempre abusaba del amor de mis tíos, ellos no se daban cuenta.
-¿Y ahora que dicen?
- Con el tiempo se fue diluyendo el tema, cuando los meses fueron pasando la mayoría se olvidó de todo, o está como una anécdota de color para ésta ciudad tan pueblerina. Pero mis tíos y sus padres siguen buscando una respuesta.
- ¿Y tú?
-A veces pienso como te contaba porque no tengo manera de justificar su desaparición, ¡se borró del mundo!.
Clarita veía que para los Fasman nada había terminado, amaban a su sobrina y aunque tuvieron que aprender a vivir con eso, el olvido no estaba en sus planes, seguir esperando los mantenía vivos. Se despidió prometiendo volver pronto.
Guillermo compró un departamento muy cómodo, a sus tíos les hubiese encantado que se quedara con ellos pero comprendían que el joven necesitaba una independencia que con ellos no tenía. Clara le ayudó a decorarlo y le puso su impronta.
La del viernes fue la primera noche que dormiría en el departamento, prepararon una cena sencilla pero lo más divertido era compartir el momento, mientras conversaban y hacían planes entre ese olor a nuevo y pintura, una botella de vino tinto se mezclaba con ¨aullidos de fantasmas¨, pues para Clara haberse olvidado un trozo de su vida la ensombrecía, sin que ella se lo proponga, aunque fuegos de pasión comenzaban a arder en el ambiente tibio. Cortaban verduras, las risas y las caricias mareaban a los enamorados.
Clarita lavaba frutillas, y comenzaba a ponerle azúcar, se tentó y se comió una, tomó con los dedos otra y se la colocó entre los dientes, le mostró a su compañero la acción, se acercó y quedó prendido de la mitad que rozaba apenas sus labios, luego la besó, disfrutando el sabor dulce y ácido, los jóvenes sintieron estremecimientos descontrolados, se dejaron llevar. Convulsiones de fuego y sudor invadieron los dos cuerpos, ella abrazaba ese torso esbelto y seductor, él la envolvía con su cuerpo y hacía volar sus manos sobre las formas armoniosas del cuerpo femenino. Colocó un antebrazo al costado del recipiente que contenía el postre a medio terminar, lo corrió y con el movió a la vez varios utensilios de cocina que tintinearon al caer al piso. La levantó mientras permanecían ofreciéndose el fuego imparable y la sentó en la mesada, ella accedió al impulso propuesto. Sus dedos recorrían el cabello corto y ondulado de su amado, le desbrochó la camisa, la magia de la pasión que quita la voluntad de pensamiento sacudía los pechos como un volcán. Declives de lava encendida los confundían, manos hábiles, labios ardientes, agitación y el más peculiar de los éxtasis los fundió es ese placer que dura lo necesario como para querer más. Para cuando la realidad los sorprendió el departamento se nublaba del humo por la comida que estaba en el horno. Esa noche solo comieron pasión y frutillas, nada más importaba.
El invierno abrazó la ciudad turística, la nieve con sus copos cubría palmo a palmo los rincones. Los árboles acunaban en sus brazos la gloriosa novedad blanca que no por recurrente pierde su majestad año tras año. Los niños y los adultos armaban los típicos muñecos.
Las pistas de esquí ya estaban inauguradas, Gerónimo y sus amigos jugaban a deslizarse en sendos cajones de madera en el hermoso espacio con inclinación que estaba casi frente a la casa familiar, el frío hacía que la pequeña jauría se acomodara en las noches en la galería con piso de madera transversales, dormían en sus camas contra la pared donde la chimenea les regalaba su calor trasmitido por las piedras.
En estos días los años de vida del ovejero belga se empezaron hacer más evidente, caminaba lento, la artrosis surgía en las coyunturas cansadas. Rocky entregaba cada día toda su esencia, sin condiciones, sin pedir, sin protestar solo dando era lo único que su nobleza le permitía. Clara se sentía conmovida por el amor de su perro y lo expresó en un poema que le dio la posibilidad de elaborar el hecho que su peludo guardián había comenzado a transitar el último tramo de su vida junto a ella. Estaba preparándose, era evidente Rocky ya casi no caminaba, había que ayudarlo, acompañarlo cuando con ladridos que sonaban diferentes pedían que lo llevaran a algún lugar del parque aunque no quede muy retirado de la galería. Permanecía mucho tiempo acostado en su camita tapado con una frazada, todos estaban tristes.
EL INCONDICIONAL
Rocky…querido, querido amigo
yo sé que un día te irás de mi vida
como llegaste…en brazos de mi padre,
será de madrugada con mirada tímida,
o será apaciblemente una tranquila tarde.
Y guardaré mansamente las cosas de vivir,
mi poesía en silencio, mi gesto melancólico,
tu cálida compañía anidada en mi existir.
Me pondré en la espalda como eterno abrigo,
todo el poema que me deje tu constante amor,
toda la alegría de que eres mi dulce amigo,
toda tu energía en su máximo esplendor.
Se irá tu hermosa alma acompañando a mi padre,
una madrugada tibia o una tranquila tarde,
Se quedará por siempre tu presencia, tu amistad tan fiel,
se quedarán mis retinas repletas de tus dulces ojos color miel.
Y para siempre serás el que estuvo más allá del bien o el mal,
el del amor sincero, mi perro Rocky ¡el incondicional!.
Un viejo cuaderno que atesoraba sus inquietudes de adolescentes guardó para siempre este poema sencillo, que fue un regalo para su corazón golpeado. Una tarde de junio, Rocky entró en coma y dejó de respirar mientras dormía.
En la casa de los Randallo-Dovíco se preparaba un almuerzo especial, porque Julián había invitado a Germán Sanguinetti para crear un vínculo ya que tomaría el lugar de Mecheri su socio en el trabajo. A la hora que le dijeron llegó con una buena botella de vino dispuesto a conocer la familia con la que compartiría mucho tiempo. Era moreno de unos veintiocho años, arquitecto como Melissa.
Julián lo recibió, al entrar la mesa lucía hermosa con mantel blanco, platos rojos y servilletas al tono. Aldo ya estaba en la cabecera con sus anteojos sobre la punta de la nariz, doblaba y marcaba como planchando la punta del mantel mientras detalladamente se aprendía los movimientos del invitado y las reacciones de su familia. De vez en vez introducía algún segmento de su fértil argumento de filosofía de vida. German había llegado hacía tiempo desde Europa donde había adquirido una vasta experiencia, había dado con Mecheri y trabajó para él en algunos proyectos particulares, ahora que iban a expandirse confiaban que sería un buen soporte.
Tenía un estilo particularmente bohemio, el arreglo personal no era su premisa, unos jeans con tajos deshilachados y una remera suelta hacía perfecta armonía con su cabello largo con rulos rojizos de los cuales algunos mechones se hacían bucles, acompañado por una barba prolijamente incipiente. German era muy simpático y conversador, con risa fácil y respuestas rápidas, las que lo hacían muy carismático.
Todo fluía naturalmente. Melissa tendría que trabajar con él en algún proyecto pero sobre todo pasaría tiempo con Julián, que se sentía muy relajado por contar con la chispa y el ingenio de ese joven que traería ideas frescas al negocio.
Después del almuerzo caminaron un rato con el abuelo por el parque de la casa, con los problemas de circulación en sus miembros inferiores rara vez Aldo andaba por el bosque con su nieta como antes. Después éste se quedó dormitando una siesta en la galería y Clarita se sentó con Germán en el banco que estaba junto al portón de entrada. Allí todo olía a frescura y tranquilidad, la casa era la última que estaba sobre la subida, en la montaña todos los caminos son como escondrijos que se escabullen entre la tupida vegetación. Germán había apreciado desde el primer momento la belleza pacífica de Clara, sobre todo que el azul profundo de sus ojos que pudo observar como todos, que eran iguales a los de Aldo, pero charlaban de la naturaleza, del bosque, de Melissa, Julián. Al joven le había quedado evidencia que Clarita amaba a Julián como si fuera su padre, y que admiraba a él y a su madre por la manera en que habían progresado económicamente sin haber tenido ninguna base.
A media tarde por la parte baja del camino vieron llegar a Guillermo con su auto mediano algo polvoriento. Desde lejos vio sentada a su novia con un joven lo que no le cayó del todo bien. Bajó y cerró tras de sí la puerta mirando la situación con profundidad, al estar frente a Clara…
-¡Hola, mi amor!- murmuró Guillermo.
La tomó de la nuca, la atrajo hacia él y la besó en los labios, dando una muestra de pertenencia a Germán, el que luego fue presentado como la buena educación así lo indica.
-Cómo estas…- dijo en tono seco poco amigable.
-Muy bien, charlando con tu novia que es muy buena anfitriona- aclaró el joven arquitecto, dando muestras que las señales habían quedado evidentes.
Clara reconoció que su novio estaría un poco celoso, pero eso no evitaría que ella actuara libremente. Era muy joven para atarse a dictados extraños a los propios. Pasaron todos caminando lentamente por el parque y se acomodaron alrededor de la mesa, donde compartieron un diálogo sostenido ágilmente, mientras bebían un chocolate.
En el centro de la ciudad estaba el estudio de Melissa donde se habían agrupado con Julián y Germán para trabajar en conjunto. Por supuesto tener un estudio hacía que el trabajo fuese más fluido y para los clientes el acceso a ellos era más sencillo. Julián Dovico estaba poco en el lugar y Melissa trabajaba mucho en su casa, pero generalmente el último toque de los planos los hacía allí para intercambiar ideas con el nuevo arquitecto.
Eran pasadas las seis de la tarde. Adriana, la secretaria del estudio, había salido por unos momentos. Cuando llegó Melissa, le llamó la atención que no hubiese nadie en la primer oficina, allí era donde trabajaba Germán. Su butaca se encontraba algo alejada del atril donde hacía los planos y los elementos estaban en desorden como si alguien los estuviera usando, pero el silencio reinaba, sólo una suave música ambiental flotaba. El piso estaba totalmente alfombrado, sus pasos eran inaudibles, de pronto abrió la puerta de su oficina y observó a German revisando los cajones de su escritorio.
-¡Hola!... ¿Qué buscas?- dijo Mely con un tono que se escuchó molesto.
-mmm… algún marcador, el mío no funciona bien.
-Ahora me fijo yo- respondió algo parca
Todos tenían tácitamente delimitados sus espacios desde el principio, estaba confundida sobre todo cuando llegó la secretaria con un marcador nuevo que él le había mandado a comprar. German respondió a su mirada interrogativa.
-La mandé yo… pero no quise perder el tiempo pensando que seguro en tu escritorio habría alguno mientras llegaba Adriana.
Miradas confusas, preguntas que quedaron flotando y respuestas que se esfumaban en el ajetreo de la charla sobre el trabajo, fue lo que prosiguió.
Para ese sábado a la tarde Clarita ya había organizado sus clases para la semana siguiente. La casa estaba callada, sus habitantes estaban ocupados, su madre con su marido estaban en el estudio junto con Germán, dando los detalles finales para un proyecto que iría a concurso por la construcción de un hotel importante. El abuelo leía el diario en la mesa, y le regalaba una sonrisa o un comentario de vez en cuando. Decidió salir a dar una caminata como ejercicio. Se puso calzas, remera con una campera deportiva negra y zapatillas. Comenzó lentamente como paseando y luego cuando los músculos se hubieron calentado apuró la marcha, las gotas de sudor mojaban su rostro, el abrigo ya se encontraba anudado en sus caderas. La remera dibujaba sus formas pegándose a su cuerpo menudo, inspiraba y expiraba oxigenando sus pulmones mientras hacía el camino subiendo la montaña ayudándose con los escalones creados por las raíces de los pinos. Ya se había alejado mucho de la casa, por la zona no habitaba nadie, unos kilómetros más arriba estaba la cabaña de Julián, recordó los años que no iba, pero ahora de nada serviría pues él andaba trabajando en el centro y el lugar estaría cerrado.
La claridad del sol jugueteaba con las copas de los árboles, el viento los mecía suave y dejaba que la luz se filtrara por sus párpados entrecerrados. A unos metros del sendero corría casi a la par de ella una jovencita castaña, alta, con una remera oscura, le sonrió y se perdió a la carrera entre la arboleda dejando ver solo desde lejos un dibujo confuso en la espalda. Quedó sobresaltada, no escuchó sus pasos, tal vez por eso no se percató de su presencia, eso sumado a que era muy raro ver personas por ahí, salvo los turistas que se aventuraban a veces, razón por la cual más de una vez los rescatistas debían salir a buscarlos. Su audacia llegó hasta allí ya que interiormente le había quedado miedo de andar sola.
Guillermo trató de convencerla de que se fuera a vivir con él, pero ella no quería comprometerse, todavía se sentía muy joven y prefería tener su vida solo para ella un tiempo más. Mientras tanto su ex mujer se acostumbraba a la idea del divorcio. Guillermo tomaba a Germán como una amenaza para la felicidad que estaba construyendo con Clara ya que éste pasaba demasiado tiempo en la casa de los Randallo-Dovico.
Los Fasman casi habían adoptado como sobrina a la maestra de inglés y les resultaba sanador hablar de Natalia, desaparecida bajo circunstancias misteriosas aunque ellos nunca se habían resignado.
Le contaban que sabían que ella estaba enamorada, habían notado largas ausencias anteriores a su desaparición, era rebelde y de carácter bien definido por lo que les era difícil preguntar y enterarse en que andaba. Ellos esperaban que llegado el momento los pondría al tanto pero la joven un día faltó, esperaron a que llegara como otras veces, hasta que una noche hubo nota pidiendo rescate que alguien pasó por debajo de la puerta. Pasaron los días, pagaron, aguardaron en vano, nunca más se comunicaron de ninguna manera.
Habían pasado las siete de la tarde, ya el sol escondido detrás de las montañas apenas daba a la pequeña ciudad unos vestigios luminosos. Germán dejó terminado un proyecto pequeño y se ubicaba a unas cuadras de la pequeña casa que alquilaba en el borde de la ciudad, le gustaba desenvolverse caminando todo el tiempo que pudiera, el auto lo forzaba a un estado de atención que no le agradaba. Pasó cerca de la academia donde daba clases Clara, se detuvo en la esquina para ver el movimiento, a unos cincuenta metros miró una cabellera ondulada rubia que resplandecía en las luces tempranas de la calle. Una charla cordial con otra maestra la mostraba libre y desenfada, risas ágiles casi llegando a las carcajadas lo atrajeron como embelesado silenciosamente, así fue como se convirtió en una aparición mientras la tarde se iba durmiendo. Se fueron conversando hasta llegar al estacionamiento del auto de Clara. En medio de las oraciones unidas y entrelazadas él le contó la historia de su vida que era muy simple. Ella llegó a contarle que la suya había comenzado cuando tenía ocho años, Germán queda sorprendido que la joven solo recordara desde la caída al pozo en adelante.
- ¡Es increíble! Nunca me pasó de estar con alguien que no tenga memoria de esa edad
-Bueno, la casualidad fue encontrarme en un pozo sin saber jamás porque estaba allí- respondió Clarita. - Y tu familia, o sea Melissa, Julián ¿nunca te llevaron al lugar donde te caíste?
-No, tampoco lo pedí.
-Bueno, eso quizás te ayude a recordar.
-Yo rearmé mi vida gracias a la paciencia de mi madre, del abuelo y de Julián que nunca me obligaron a recordar, es más hicieron como si nada hubiese pasado, y estoy bien.
-Es verdad, hasta ahora, la vida tiene etapas, tal vez estos divagues en tus pensamientos tengan que ver con una necesidad que no quieres admitir.
La duda quedó hecha semilla en el alma fértil y ávida de completarse, en ésta ocasión un verdadero extraño le abría un camino que por el hecho de estar tan sobreprotegida por su familia y en el presente también por Guillermo permanecía bloqueado.
HASTA LUEGO!!!
Mónica Ramona Pérez
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