El sonido del piano | Relato de suspenso
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Una habitación desordenada. Se oye un disco, el piano concertó No. 2 de Rachmaninov. Ella tamborilea con sus dedos sobre la superficie lisa de la mesita de la sala, con el ademan de quien acaricia suavemente las teclas de un piano. En su mano derecha un cigarrillo que deja un ligero rastro de ceniza producto de la combustión del artefacto. Sus ojos cerrados, su ceño levemente fruncido, se detiene por un segundo y le da una pequeña calada al mortal instrumento entre sus dedos.
Abre los ojos, gira su largo cuello con delicadeza y su mirada se posa al otro lado de la estancia, en donde descansan los restos de una terrible cruzada que finalizo no hace mucho. Deja caer los brazos nuevamente y la ceniza del cigarrillo llega ahora al piso. Su rostro, muestra un vaho de tristeza, de una melancolía que parece provenir de un espacio muy profundo en su alma. Aspira una vez más y comienza a hablarme; a contarme su historia.
Toda la vida he tenido la sensación de que si existe algo como la reencarnación, yo debí ser música, si, música. No pongas esa cara —Dice mientras frunce con más fuerza el entrecejo— ¿Cómo te va a parecer extraño? Por supuesto, como te has de estar imaginando no me refiero a la persona que la ejecuta, sino estrictamente al conjunto de sonidos y silencios que siguen las leyes de la melodía, el ritmo y la armonía. O, en dado caso de no haber completado dicha transformación previamente, seguramente estoy destinada a serlo.
Mi sentencia no es para nada aleatoria, en mi vida, la única actividad que he realizado sin desgana, ha sido aprender música y degustarla, como se saborea un sorbo ansiado de agua en el día más caluroso. Me han dicho en variadas ocasiones que soy poseedora de una habilidad de la que no todo el mundo goza, la cual consiste en una extrema agudización de mi sentido auditivo, tal como Fermina Daza con su olfato prodigioso, yo percibo la música de múltiples formas imposibles de describir con palabras, afectando a cada uno de mis sentidos. A veces, se puede presentar a nivel del tacto, como una sensación placentera, se podría decir que casi sexual bajo mi piel cada vez que una canción alcanza el clímax y por extraño que parezca, esa es la manera más sencilla de ejemplificar lo que genera, aunque existe otra mucho más interesante que ahora mismo... no puedo recordar.
Lo siento, de vez en cuando me sucede esto —Me sonríe distraídamente y continua— olvido por instantes lo siguiente que iba a decir. Pero no me desviaré del tema, la verdad es, que tal vez por ello es que puedo escucharla en todas partes. Desde el simple batir de alas de un colibrí, que se encuentra en busca de néctar en las flores en un día de primavera, hasta la rítmica sinfonía de lucha por el control en el beso de un par de enamorados; toda acción posee un sonido que en el oído correcto será apreciado como lo que realmente es: música.
Se detiene abruptamente y me observa con una clara y profunda mirada de vergüenza —Realmente lo siento, Rachmaninov me hace esto siempre, me siento melancólica y empiezo a querer hablar de mi vida con quien se encuentre a mí alrededor. La verdad es, que nada de esto importa ya, ocurrió hace tanto tiempo que hablar de ello es un absurdo.
En sus expresivos ojos me parece observar el rastro de una solicitud, piedad, clemencia; desea que la oiga y para su fortuna, yo deseo escucharla. A falta de palabras, solo asiento levemente, acción que ella capta rápidamente como un gesto aprobatorio y hace desaparecer de inmediato el duro rictus de sus labios esbozando una pequeña sonrisa de satisfacción. Toma una bocanada grande de aire, como quien se prepara para dar una noticia perturbadora y continua con la historia.
Por ello, desde que comencé a demostrar mi aptitud durante la infancia, mi madre me obligó a tomar todos los talleres musicales, humanamente posibles sin tener que abandonar la educación común. A su vez, pertenecí a infinitas fundaciones y escuelas reconocidas, en donde aprendí dicho arte, pero a pesar de tener un oído que todos los profesores alababan, nunca encontré la motivación suficiente para aprender a tocar por completo ningún instrumento.
Pase de uno a otro sin que ninguno pudiera retenerme demasiado; guitarra, violín, cello, piano, clarinete, saxofón, arpa. Incluso en una ocasión en que salí con un contrabajista intenté aprender, pero lo mío era simplemente apreciar las maravillas que otros podían crear.
Para ser absolutamente sincera contigo debo decirte que, después de tantos años de intentar encontrar mi instrumento perfecto, entendí que tanto como una ventaja, mi comprensión auditiva me convertía en un ser demasiado perfeccionista con la música que yo intentaba concebir y, por ende, desde mi perspectiva, jamás estuvo lista ninguna pieza que traté de confeccionar.
Eventualmente, tanta presión por parte de mi familia durante la adolescencia para que convirtiera mi pasión en una carrera autosustentable, terminó por hacer explotar una rebeldía sin sentido, que alcanzó el extremo de hacerme abandonar lo que más amaba solo por ir en contra de lo estipulado.
Pasé años aislada del mundo académico musical, refugiándome en mi primera relación romántica seria, con uno de mis viejos compañeros de piano, la cual después de abandonar el conservatorio se tornó monótona y vacua. Él no tenía la culpa de mi inconformidad, fui yo quien perdió el interés en la vida, había perdido mi pasión, mi musa para la existencia, no sentía nada más. No tenía pulso. Pero, a pesar de pasar años aburrida de la relación, me resistí todo lo posible, en incontables ocasiones a terminarla por miedo a perder el único pilar que me sostenía en pie, por esa razón, nunca fui capaz de dejarlo.
Ahora mismo, mientras escucho a Rachmaninov, aquí, contigo, en el viejo gramófono de mi padre, tras años de aguantar una sobriedad abominable de música. Con nada más que una taza de café demasiado dulce y un cigarrillo para tratar de calmar el temblor de mis manos, no puedo dejar de pensar en una bailarina de ballet clásico que da infinitas vueltas al compás de la música o como el juego de tazas de té en el parque de diversiones al que solía ir de niña; continuamente rotando sobre su eje. Así es como me he sentido siempre, atrapada en un círculo vicioso de obsesiones. Dando mil giros sobre mi centro, nunca arriesgándome lo suficiente. Nunca demasiado buena para algo concreto, nunca lo suficientemente centrada para completar algo.
Realmente disfruto de esto ¿sabes? Hace mucho tiempo que no conversaba con nadie sobre mi pasado. Con él jamás he podido hacerlo, lo odia. Para él solo existe el presente y todo lo demás son abominaciones creadas por mi imaginación. Él nunca me creyó sobre lo que podía ver cuando escuchaba un disco de Coltrane o de T. Monk, me prohibió escuchar música.
Si, ¿Por qué esa expresión? ¿Realmente te e asombra viniendo de él? Como lo oyes, él me prohibió hablar sobre lo que sentía, sobre la música. Nunca más pude escuchar un disco ni silbar una melodía porque él no quería creerme, mis días en esta casa son una maldita pesadilla sin escape ni un final plausible, nada más es posible que mi fin o el suyo.
Ella se detiene al mismo tiempo en que finaliza la primera sección del concierto y la habitación se queda en una absoluta ausencia de palabras, solo se percibe el ruido blanco provocado por el tocadiscos durante un par de segundos. Inicia la segunda sección y nuevamente sus brazos caen flácidos a los lados de su cuerpo y su rostro exhibe una pose de concentración que la hace ver exuberantemente hermosa. Las lágrimas resbalan por sus mejillas mientras hace el intento de hablar, pero de su boca no sale ningún sonido, me mira fijamente con sus brillantes ojos verdes, algo en su interior parece roto, quebrado. Levanta su mano derecha y trata de alcanzar mi rostro, de sentir la proximidad de otro ser vivo y es entonces cuando lo entiende.
Sus dedos chocan contra la fría superficie del espejo de cuerpo completo que hacía tantos años había insistido en colocar en la incómodamente pequeña sala de la casa. Su expresión se vuelve angustiosa, su mirada se llena de miedo y trata de cogerme con ambas manos, ella lo sabe. Sabe que su mirada no la engaña. Yo estoy allí, justo frente a ella. Pero entonces, ¿Por qué no puede alcanzarme?
Comienza a llorar con más fuerza mientras rasga con sus uñas ensangrentadas el frío panel de cristal y se deja caer finalmente derrotada en el suelo.
¿Cómo es posible? —Repite una y otra vez con una voz trémula— Si estás aquí, si eres real, si eres real. Lo eres. ¿Cómo es posible? —Se pone de pie, despacio, afianzándose con ambas manos del sillón detrás de su cuerpo y nuevamente observa el espacio frente a ella, en donde estaba su querido amigo, su confidente. En donde ya no está más. Solo es capaz de visualizar lo que en realidad hay; un bello espejo con detalles victorianos que reposa colgado en la pared y en el interior, solamente su reflejo. Su menuda figura convulsionada en llanto, sus ropas rasgadas y llenas de sangre. Su cara golpeada, sus labios rotos.
No lo entiende, no sabe que está pasando ¿De dónde proviene toda esa sangre viscosa y en algunas partes marchita que se adhiere a su ser? Trata de limpiarse las manos pero la sangre está muy seca ya, sus uñas rotas, en ellas incrustados pequeños coágulos y pedacitos de piel.
Su cabeza comienza a dar vueltas y siente el rápido avance de un desmayo aproximándose, antes de caer sobre sus rodillas como un último brote de su instinto de autopreservación, observa a grandes rasgos el otro lado de la sala, al que le dio la espalda durante casi toda la conversación. De pronto, lo ve allí tirado en medio de un glorioso y profuso charco de sangre que resbala en densas gotas por los bordes de la silla del comedor en la que está sentado. Su cabeza reposa sobre la mesa, junto a ella una botella de vino tinto descorchado que en algún momento se volcó y derramo también su contenido generándose una mezcla extraña de colores entre el fuerte rojo de la sangre y el ligeramente borgoña de la bebida que logra capturar su atención.
Ella no puede creerlo, no puede entenderlo. ¿Qué fue lo que pasó? Todo estaba bien. Justo antes de caer obtuvo la respuesta y como con cada uno de sus episodios previos, los recuerdos comenzaron a llegar en tropel a su mente, deslizándose como una serpiente a punto de atacar en la espesura de la montaña.
Hubo una pelea, una discusión por la música en el ambiente cuando el llego del trabajo. Él la golpeó cuando ella comenzó a atacarlo fúrica, en un intento de evitar que él retirara el disco, ella intentó defenderse con bastante dificultad por sus obvias diferencias anatómicas y, ella… Ella lo mató… lo mató. Comenzó a hiperventilar con demasiado esfuerzo, tratando de captar más oxígeno para no desmayarse pero ya era tarde. Ella lo mató, pero no había sido su culpa, no había sido a propósito… Si tan solo la hubiese dejado escuchar el disco. Eso era todo lo que deseaba; saciar la necesidad de escuchar por una vez, sin problemas, mientras preparaba la cena, el piano concertó No. 2 de Rachmaninov. Pero al llegar, él se había enojado porque ella lo tenía prohibido.
Fue entonces cuando golpeó en su mente el recuerdo del otro efecto de la música sobre sus sentidos, más específicamente en la vista, el segundo más sencillo de explicar era que le permitía ver cosas y olvidar algunas otras, sobretodo, las que la lastimaban.
La música era tan vasta y perfecta que la dejaba visualizar cosas que no estaban allí, que nunca estuvieron… Y eso a él le asustaba, le aterraba que ella pudiera perder el control entre lo que era considerado real y lo que según todos los demás era ficticio. Por ello no podía escucharla.
Todo a su alrededor se fue tornando oscuro y finalmente, justo antes de perder la consciencia, se detuvo su único motivo de felicidad; el gramófono de donde brotaba la infame música que llenaba de vida la lúgubre estancia.
Si llegaron hasta aquí, les agradezco inmensamente que hayan leído este relato que nació de manera inexplicable. Sin más que decir, de verdad deseo que les haya gustado y espero sus comentarios con ansías.
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Te sigo desde hace poco, pero me he dado el tiempo de revisar tus anteriores posts. Y no sabría cómo expresarte con pocas palabras el inmenso placer de leer tu prosa, así que me limito a dedicarte estas pocas palabras y hacerte saber que estaré atento al próximo relato esperando con la mayor ansia.
Me encantó.
¡Un saludo Alrri!
¡Saludos para ti también!
wow... Sin palabras, eres muy buena en terror y suspenso... te sigo, hermosas tus letras... un beso...
¡Muchas gracias @eleazarvo! realmente no es mi temática predilecta pero en esta ocasión nació esa historia. A mi también me encantaron tus poemas.
¡Saludos!
me gusto mucho el modo en el que describes como un amante de musica se pierde en ella, como sus sentidos se alteran y los dejan a merced de las notas, la sinfonía, el arte que se expresa sin palabras, esta lograda la historia pero lo mataste rapido. Me gusto, esperaba algo diferen y me sorprendio, realmente mejoras, lo que si me encanta en las lecturas es como los autores describen las situaciones en las que se encuentran los personajes