La terrorífica quietud del ser (Primera parte).
Corría el sábado 29 de diciembre de 1984, entre más penas que glorias terminaba ese año para muchos Venezolanos, solo para unos pocos elegidos del azar de la vida fue grato, este era el caso de José Ignacio, un hombre alto, acuerpado, con el dote de la palabra encantadora hacia las mujeres, con sus ojos verdes, tez morena y una tupida cabellera negra, emulaba al Gigi L'Amoroso de la clásica canción francesa.
Para él ese año fue glorioso, se sacó la lotería a principios de enero, inteligentemente supo como invertir todo el dinero recibido, se sentía merecedor de todas las gracias que el destino le tenía preparadas, tenia mujeres a raudales, auto ultimo modelo, casa en la ciudad puesto que era un hombre de campo, a sus 28 años ya tenía su vida resuelta y por tanto su egolatría ganada también a causa del dinero lo hacía abusar de sus privilegios sobre todo en el tema de las mujeres.
José era un hombre medianamente bueno con los demás, ayudaba a los desvalidos y a los hambrientos, en su hacienda en el pueblo de Santa Bárbara del Zulia, le pagaba más de lo acostumbrado en esa época a sus peones, a sus hombres mas fieles les regalaba parcelas de tierra y materiales para construir sus casitas.
Con todos esos encantos enamoró a María Enilda, una tierna y hermosa muchacha, parecida a las estrellas femeninas de hollywood de los años 50 del siglo pasado, con 22 años vendía plátanos a la orilla de calle principal del pueblo para ayudar a su envejecida madre, que al tener 60 años aparentaba 80, ella yacía en cama enferma, María Enilda no sabía hacer otra cosa que vender y cuidar de su mamá, ese era su universo.
Su madre devota de toda clase de creencias que a los ojos del cristianismo pueden considerarse paganas, le hacia cada día un rezo matutino y la encomendaba a sus santos para que no le ocurriera nada malo.
Una mañana mientras que Enilda -como la conocía todo el mundo- terminaba de arreglar su taburetico de madera, mal amarrado con alambre, hecho por su primo Ernesto, quien además la proveía de su principal fruto para vender, apareció doblando una esquina un vehículo automotor bastante lujoso que nadie podía tener excepto José Ignacio: un Cadillac El Dorado 1984 color plata, descapotable, comprado en Maracaibo, traído directamente de Estados Unidos a petición suya, iba acelerando su marcha cuando de pronto se detuvo bruscamente en la única calle pavimentada del pueblo.
Repentinamente en su entretenimiento con la velocidad y la música le pareció ver entre la muchedumbre que poblaba las orillas de la carretera el perfil de Greta Garbo, por eso detuvo estrepitosamente su vehículo, se bajó del carro, encontró a esa asustada mujer tan peculiar y le pregunto su nombre a lo que respondió : «María Enilda señor».
Desde ese momento, progresivamente con ayuda de regalos y tratamientos médicos a su madre, la sumó a sus conquistas haciéndole creer que era la única en su vida, se aprovecho de la candidez y nobleza de la muchacha, alardeaba con sus amigos que tenia a la mujer mas linda del pueblo y a otras 7 mujeres más.
La madre de Enilda no le gustaba en absoluto José para su hija, veía más allá de su brillo y carácter encantador, intuía sin equivoco lo ruin y machista de su yerno.
Iniciando 1985, una de las amantes de José fue a ver a Enilda que ya no vendía plátanos en una calle sino que tenía un bonito restaurante en una parte modernizada del pueblo.
Le dijo quien era realmente su novio, y que ella esperaba un hijo de él , esto destrozo a Enilda quien dejando todas sus tareas fue a parar desconsolada en los brazos de su madre.
La pobre mujer estaba destrozada se sentía usada y engañada, se había enamorado de verdad del ser aparente más allá del tener.
La madre de Enilda al verlo llegar por la tarde, a sabiendas de todo lo sucedido, no lo dejó acercase bien a su casa cuando le dijo gritando que no lo quería ver mas y que a su hija no la molestara , que se llevara todos los regalos y las dejara en paz, explicando motivos sensatos de forma grotesca, el hombre viéndose descubierto se regresó a una camioneta tipo pick up donde habían tres amigos suyos, justo antes de partir le rugió la viejita con amargura «espero te mueras en el camino» a lo que prosiguieron una serie de palabras ininteligibles como si algún demonio se hubiera posesionado de aquel cuerpo delgado.
Continuará en la 2da parte...
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