Capítulo 45 | Alma sacrificada [Parte 2]
Subí las manos por sus costados y logré quitarle la franela. Bajé mis labios por su cuello y la escuché preguntarme de nuevo qué sucedía conmigo. Ella insertó sus dedos entre los mechones de mi cabello y tiró del cuero cabelludo. Le di un beso más, a medida que mis manos buscaban el gancho de su corpiño. Jugueteé con sus senos, lamí su cuello y la hice desear el momento por el opuso cierta resistencia.
Ella sacó mi camisa, beso y mordió mi pecho, a medida que la sensación que mis dedos provocaban en su intimidad la aceleraba aún más. Ella intentó apretarse aún más a mí, aunque físicamente era imposible. Cerré los ojos y escuché un sollozo en mi oído; era un sonido familiar. Abrí de inmediato mis ojos y vislumbré bajo el alborotado cabello, los ojos claros de Ellie y esa maravillosa sonrisa de la que me enamoré.
Un placer más fuerte se encendió en mi interior. Fue como si pasaran un interruptor de normal a violento. La elevé un poco y logré sacar el pantalón. Ella desabotonó el mío y lo pateé lejos. Con nuestros cuerpos desnudos, la acerqué aún más a mi miembro y logré colmarla. Observé su cabello castaño ondearse a medida que las embestidas se tornaban más rítmicas, mis dientes mordían sus senos y sus uñas me arañaban.
Allí estaba mi maravillosa Ellie, abierta para mí. Empujé una vez más, salí de su interior y la bajé de la mesa. Coloqué su vientre contra la mesa y con mi pie abrí más sus piernas. Ella aplastó su pecho sobre la mesa y se sujetó de la otra orilla. Entré de nuevo y observé su ardiente cuerpo moverse arriba y abajo contra la mesa, con los dedos aferrados a la mesa, su cabello en un vaivén acelerado y unos bajos gemidos.
Cuando sentí que su orgasmo se acercaba, salí de nuevo y la arrastré hasta el mueble. La tiré de espaldas, me posicioné entre sus piernas y moví mis dedos por su centro. Ellie se retorció en el mueble y me pidió que no parara. La arrastré hasta la orilla del sofá, subí sus piernas con mis brazos y bajé mis labios a su centro. Fueron repetitivas las veces que escuché mi nombre salir de su boca, a medida que la velocidad aumentaba y el hambre de ella no se saciaba, por más que así lo quisiera.
Elevé la mirada y observé que pellizcaba sus senos, movía su cuerpo sobre mi boca y me suplicaba que no parase. Tenía demasiada excitación, al punto de sentir dolor por ella. Ellie, después de su orgasmo, quitó la mano de sus piernas y me tiró hacia el mueble. Se colocó sobre mis piernas y comenzó un rítmico sube y baja. Sus senos se movían, su respiración que aceleraba y su cabello rebotaba en sus hombros.
Tiró un poco su cuerpo hacia atrás y se aferró a mis rodillas. Llegó de nuevo a su punto máximo, esa vez conmigo. Una última vez, de espaldas al sofá, con sus senos rozando mi pecho y mis manos en su trasero, llegamos a la gloria. Ella se tumbó sobre mí, con su nariz en mi cuello. Una capa de sudor nos cubrió. Retiré el cabello de su rostro y observé sus ojos claros, las pecas sobre su nariz y una inmensa sonrisa.
Ellie era la única mujer que había logrado excitarme de esa forma tan animal, tan violenta e intensa. Nuestros encuentros sexuales siempre fueron fogosos, en sitios públicos o en la parte trasera del auto. Me excitaba de solo pensar en ella, aun cuando estaba sobre mí, con su pecho rozando el mío y sus manos en mi cabello. No quería despegarme de ese mueble, ni por error. Ella me besó y mordió mi labio.
—Te amo, Leonard.
—Te amo más —farfullé y me apoderé de sus labios.
La llevé a la cama y fantaseé con una persona que no estaba, hasta que en un parpadeo, el rostro de Clarice apareció de nuevo. Pasadas las horas, Clarice se levantó a recoger el desastre en la cocina y yo entré al baño. Observé las pastillas en el frasco y escuché de nuevo la voz en mi cabeza que me susurraba que no las necesitaba. En lugar de tomarla, abrí el frasco y deseché la pastilla del día, antes de entrar a la ducha.
Me alistaba para dormir, cuando recordé la llamada de Reed. Al bajar por mi teléfono, Clarice ya había limpiado el desastre y preparaba chocolate caliente. Deslicé mis manos por sus costillas y elevé un poco mi franela que apenas la cubría. Ella me dio un beso azucarado y pateó mi trasero al girar. Alcancé el teléfono y remarqué el número de Reed. No sabía para qué me llamaba, sin embargo, algo me decía que no era bueno.
—Reed —saludé al escuchar su voz al otro lado—. Recibí tu llamada.
—Te necesito esta noche. Robaremos una casa de cambio.
—¿Qué? —articulé con la mirada en Clarice y la forma envolvente que usaba para mover el chocolate en la olla—. No, ustedes saben que no participo en los robos.
—Esta vez lo harás —afirmó sin titubeos—. Apresúrate.
Le comenté a Clarice lo que Reed quería y me pidió que no fuera. Ella siempre tuvo un sexto sentido para las cosas malas, no obstante, no podía decirle que no al hombre que hizo muchas cosas por mí. Estaba en deuda con él, así que debía hacer lo que él me pidiera. Besé la frente de Clarice y subí a cambiarme. Al reverberarme en el espejo, subí la cremallera de la chaqueta y escuché la voz de Ellie que me susurraba: “todo va a estar bien, cariño. Es un simple robo, como muchos otros. Haz lo que yo te diga.”
Froté mis ojos y bajé las escaleras. Clarice me abrazó y repitió que no estaba de acuerdo en que participara de ese robo. Sentí los mechones de su cabello entre mis dedos y su respiración en mi cuello. La besé como si no hubiera mañana y desprendí mis dedos de los suyos. Abrí la puerta del garaje y salí a la calle. La observé despedirme con un movimiento de manos, segundos antes de acelerar y perderla de vista.
Sabía que debía confiar en el sexto sentido de Clarice, pero le temía a Reed. Ellos eran capaces de tantas cosas; cosas que yo también fui capaz para vengarme de mis enemigos y las personas que me hirieron en lo profundo. Conduje hasta la casa de Reed, apagué el motor y toqué la puerta trasera. Escuché voces en el interior, el ruido de una silla contra el suelo, las botas y la perilla de una puerta rodarse a la derecha.
—Llegó el que faltaba —anunció Marcos.
Pasé a su lado y de inmediato mi olfato se atestó del humo de los cigarrillos. La sala de su casa estaba abarrotada de personas, de diferentes colores y tamaños. Eso no era un simple robo de dinero. Era algo mucho más grande. Escaneé con la mirada a Reed, sentado alrededor de una mesa, con cerveza y cartas de póker. Caminé hacia él, esquivé las botas de los hombres en los sillones y las latas de cerveza vacías.
Reed sorteaba una mano de póker. Sus cartas no eran buenas, pero tenía el poder del engaño. Él enarcó una ceja, movió el puro en su boca, giró hacia mí y depositó las cartas sobre la mesa. Me dio una humeante bienvenida, seguida de una palmada en la espalda por ser valiente y decidir acompañarlos. ¡Como si tuviese elección!
—¿De qué se trata, Reed? —pregunté.
—Le vendimos unos lingotes de oro a un coleccionista en River Side. El hombre quedó en que nos pagaría y no lo hizo. Mi informante me llamó en la mañana para confirmarme el motín que robaremos. Son más de ochenta millones de dólares en billetes de cien, guardados bajo una caja fuerte de la cual tengo la clave. —La sacó del bolsillo de su chaqueta sin mangas—. Es hora de buscar lo que nos pertenece.
Los ojos de los presentes estuvieron sobre mí. No quería quedar como un maldito gallina, sin embargo no sabía cómo se perpetraba un robo o si tendríamos que matar a alguien. Carraspeé mi garganta al sentir el escozor del humo. Los hombres con los que jugaban llevaban tatuajes en la mitad de su cuerpo, aretes en las cejas y unos morados en los nudillos. Ellos no eran como yo. Eran verdaderos criminales.
—Yo… —tartamudeé y mojé mis labios—. Yo no he robado nunca.
—Siempre hay una primera vez, cariño —susurró Ellie con una granada en su mano.
No noté en qué momento llegó. Aun así, estaba sentada en la mesa de la cocina, junto a las armas y los elementos necesarios para armar un motín de cárcel. Ella negó su dedo índice y rodó la granada entre sus manos. Subió una pierna sobre la otra y vislumbré bajo el foco central, sus piernas blancas y un ligero que salía de su short. Ella era sensual y letal en ese momento, con un arma potente entre sus manos.
—¿Qué tal si no lo hago bien? —pregunté asustado.
—Relájate. Iremos por el dinero, cada quien tomará una bolsa, subirá a uno de los autos y se esconderá. Mañana, a primera hora, nos veremos en el muelle y repartiremos el botín en partes iguales. Tengo un bote rentado para que zarpemos a alta mar y así, cuando regresemos, seremos ricos. —Elevó los brazos velludos y señaló a la personas en la sala—. Para esto pedí cinco pares extra de manos.
No podía sentir miedo, los criminales no lo sienten. Me repetí a mí mismo que solo debía cargar una bolsa y guardarla en mi casa. Eso era todo lo que debía hacer. Por un instante, Ellie bajó de la mesa, se acercó a mí y me preguntó en el oído, cómo sería capaz de matar a Ezra, sino dejaba de temblar cuando veía un arma. Ella tenía toda la razón. La última vez que sujeté un arma, un hombre perdió la vida.
Zac se levantó de la mesa de póker, caminó a la cocina, sujetó un fusil y lo lanzó contra mí. Por suerte logré sujetarlo a tiempo. Pesaba mucho y quemaba mis manos. Era de un color plomo, cubierta de madera en la zona de la culata y el agarre. Elevé la mirada a Zac y lo observé mirar con cierto cariño al arma en mis manos.
—Esa es una bella AK-74 —informó casi orgásmico—. Protégete con esa nena.
—No sé…
—Te explico. —Reed se levantó de la mesa, me quitó el arma e insertó una recarga de cartuchos—. Lo que hace peculiar a este fusil es su sistema de recarga de cartuchos, que utiliza la fuerza de los gases de combustión producidos por el disparo, para facilitar la colocación de un nuevo cartucho en la recámara del arma y expulsar el casquillo ya utilizado. El mecanismo de disparo es sencillo, mediante un martillo y un único resorte. Posee una palanca selectora de gran tamaño ubicada sobre el lado derecho, que trabaja en tres posiciones: seguro, tiro automático y tiro semiautomático.
Él hizo las demostraciones, pero las voces en mi cabeza no me dejaban prestar atención. Quedaría como un idiota, cuando tuviese que pedirle a Reed que me explicara de nuevo. Escuché susurros en mi cabeza, mientras la boca de Reed se movía en cámara lenta y las palabras no eran escuchadas por mis oídos. Me preocupó el estado de ansiedad que experimentaba. Me bloqueaba, y solo la voz de Ellie quedaba allí.
Reed me preguntó si entendí y yo negué.
—¿Cómo disparo? —pregunté, con la mirada de todos en mí—. ¿Tiene seguros?
—Pareces un inútil, bebé —me regañó Ellie—. ¡Reacciona!
Escuché voces y murmullos de los hombres presentes. Palabras como: inútil, ese es quién nos va a acompañar, van a matarlo, es un idiota, no sabe usar un arma, fueron la comidilla de mis voces. Reed, ni ninguno de los chicos del círculo familiar se burló de mí. Reed comenzó de nuevo, esa vez más lento. Con el arma en sus manos, hizo la demostración, paso a paso, a medida que mi atención se enfocaba solamente en él.
—Cuando se tira del gatillo, el martillo se libera y golpea el percutor. El alfiler de disparo golpea al cebador de bala, la cual contiene un compuesto que explota para encender el polvo de la pistola. Cuando se produce la detonación, la expansión de los gases fuerza el pistón de gas hacia atrás. El portador del perno es forzado hacia atrás y expulsa la cascara que saldrá por el lado derecho. —Hizo la muestra de la detonación y tocó la parte baja del arma—. El cerrojo saca una nueva ronda de la revista y la inserta en el barril. El portador de perno también restablece el martillo a la posición original. El fiador mantiene el martillo en su lugar hasta que el portabombillas vuelve a su posición.
Me sentía como en una clase de tiro a la cual asistía por primera vez y el resto de los estudiantes estaban a una clase de graduarse. Reed fue demasiado técnico, con las palabras adecuadas y la forma de explicación para un ranger del ejército. Yo apenas sostuve un arma por primera vez algunos meses atrás. No tenía el conocimiento necesario para entender lo que él me explicaba. Quizá, si la desarmaba, entendería.
—Para disparar en automático, mueve el selector a la posición central. —Observé un seguro en la parte izquierda del arma, la cual movió hacia arriba—. Esto mantiene el seleccionador atrás, evitando que atrape el martillo mientras se presiona el gatillo.
Aunque evité que mi rostro se constipara por una explicación de la que no entendía ni que era un percutor, igual se mostró para los presentes.
—Míralo —irrumpió Hayes. No noté que estaba en la sala, con una cerveza a medio tomar en su mano derecha—. Tiene la mirada de idiota. Aún no entiende.
—Dame eso. —Zac la quitó de sus manos y cargó para disparar—. Es simple. Tiras del gatillo y la carcasa sale por este orifico. Si quieres el automático, solo debes mover esta palanca para que no se accione el seguro interno y así solo tirar el gatillo para disparar seguidamente, sin pausas, como un acribillamiento. —Imitó el ruido de los disparos y el movimiento que tendría el arma—. ¿Ahora sí entendiste?
—Sí.
—¡Aleluya! —vociferó Hayes y alzó su botella.
—¿Ves, Reed? —emitió Zac—. Estaba idiotizado con tu explicación fina.
—Para eso hice el curso, para saber las palabras —se defendió—. Él debe aprender.
—No hables de esa manera con idiotas en armas como Leonard.
Una vez que las explicaciones terminaron, los muchachos cargaron un bolso con armas, y Zac se encargó de los bolsos vacíos. Era demasiado dinero el que teníamos que cargar, así que las bolsas debían ser grandes. Cada quien subió a su auto y seguimos el cabecilla, donde iba Reed, Marcos y Zac. Hayes subió a una moto Harley negra, y el resto entró en una van de viaje. Conducimos durante veinte minutos, hasta una vieja bodega a las afueras de la ciudad, cercanas al área comercial.
Los muchachos bajaron con una cizalla, cortaron el candado y elevaron el portón de metal. Una vez adentro, Hayes encendió la luz con la punta de su arma y cada uno de nosotros observó la cantidad de objetos que el dueño tenía almacenados. Si robábamos todo eso, seríamos ricos el resto de la vida. Reed caminó por el pasillo de las orfebrerías y las esculturas. Toqué un collar de diamantes que exhibían sobre un busto.
Pensé en Clarice y lo feliz que sería con algo así. Sin pensarlo, lo quité e inserté en mi bolsillo delantero. Caminé por un pasillo dedicado a una colección de monedas y billetes antiguos, una máquina de escribir, cámaras fotográficas, una escultura de yeso del presidente Lincoln, una réplica exacta de la Declaración de Independencia, armas de todo tipo, antiquísimas, fragmentos de cartas guardadas en vidrios y un sinfín más de objetos que no lograba descifrar que eran del todo.
—¡Esta abierta! —informó Reed—. Traigan las bolsas.
Busqué a los muchachos en la tenue oscuridad, cuando sentí una mano sujetarme del hombro y un filo frío y punzante en la columna vertebral. Sentí el calor de su boca en mi cuello, antes de escuchar una amenaza. Sentía el cuchillo hundirse en mi piel, un goteo de sangre deslizarse por mi espalda y reposar en la orilla del pantalón. El dolor fue agudo. Apreté la mandíbula y subí lentamente el arma. Entre la oscuridad, el hombre no notó el fusil, sino hasta impactar su cabeza con la parte trasera.
Mi cuerpo cayó hacia adelante y choqué con un cubo de cristal. El ruido alertó a los muchachos y sus ojos estuvieron sobre mí en segundos. Hayes elevó su arma y apuntó al hombre. En la penumbra, noté el río de sangre que la herida deslizaba por su mejilla. Reed le indicó a Hayes que la pelea era mía. El hombre se detuvo frente a mí, con el cuchillo aun en su mano. Cuando dio un paso adelante, pateé su mano y me abalancé sobre él. Caímos sobre la colección de monedas e impactamos a Lincoln.
Me posicioné a un lado de su cuerpo y golpeé varias veces su cabeza contra el suelo. No logré matarlo ni noquearlo. Sentía que al aire me fallaba y la habitación se encogía. Caí de rodilla a un lado del hombre. Coloqué las palmas en mis muslos, poco antes de sentir la mano de Ellie tirar de mi chaqueta hacia arriba. Me indicó con un movimiento de cabeza el siguiente paso a seguir. Me incliné y sujeté el arma con las dos manos.
—Hazlo —susurró Ellie—. Dispara.
No estaba seguro de matar a una persona inocente. El hombre era un simple guardia que patrullaba la zona y se encontró la muerte a los ojos. Yo coloqué el arma en posición, miré abajo y observé el flácido cuerpo del guardia. El hombre quedó tan aturdido por los golpes, que no logró defenderse cuando la fría arma se posicionó sobre su frente, justo en el centro. Mi dedo rozó el gatillo y sentí maldad dentro de mí.
Nunca disparé un arma con antelación, por lo que el golpe lo recibieron mis huesos. El estridente sonido del impulso de la bala sobre la frente del guardia, me inyectó adrenalina al corazón. Fue como consumir éxtasis por primera vez. Deslicé el arma fuera de su frente y vislumbré mi trabajo. El hombre tenía los ojos abiertos, los dientes semi ocultos, un hoyo en la frente y sangre manando del mismo. Fue una vista gloriosa.
—¡Y lo desvirgamos, señores! —vociferó Marcos—. Bienvenido al lado oscuro.
Escuché algunos alaridos, antes de que todos regresaran a empacar el dinero.
—Estoy orgullosa de ti —susurró Ellie en mi oído—. Ahora podrás matarlo.
Mordió mi oreja y palmeó mi trasero. Di un paso atrás y noté lo que hice. Quité una vida sin el menor remordimiento. ¿Estaba preparado para matar a Ezra? Zac me gritó que buscara una bolsa y saliera de allí, que me había ganado ser el primero. El bolso pesaba una tonelada, así que arrastré una parte hasta el auto y lo cargué en los asientos traseros. No esperé que nadie más saliera. El peligro pasó con esa muerte.
Conduje a toda velocidad y atravesé la ciudad. Mis manos aun temblaban y el arma reposaba en el asiento del copiloto. Eran las tres de la mañana cuando me quité el peso de asesinar a una persona. Las personas siempre dicen que las primeras veces son las peores, que luego te acostumbras, que es cómo manejar bicicleta. Yo no sabía cómo me sentía en ese momento; quizá un poco emocionado y excitado.
Todo habría sido maravilloso, si Max no me hubiese llamado para pedirme algo que no estaba a mi alcance. Lo complací como las otras veces, y terminé con lágrimas corriendo por mis mejillas y un odio aún más profundo hacia la persona que él amaba.
Veamos... ¿Qué se puede decir hoy de este loquito? Nada que no sepamos ya, el tornillo se le afloja cada día más.
No sé qué tanto me gusta la versión malvada de Ellie... ¡Mentira! Me encanta 😍
Bueno, a él cada día se le afloja más el tornillo y yo cada día me vuelvo más sanguinaria xD
Me encantó la escena del asesinato :3
¿Qué rayos está haciendo mi Hartnett favorito? 7u7 puras maldades, ya lo sé 😈😈😈😈😈
Excelente capítulo :D
Bueno cada día se va volviendo mas loco por no tomarse las pastillas; Es muy loco que se este acostando con clarise y creyendo que es con Elli ella es la que lo excita lastima que esta muerta.... y que es quien lo llevara a el a la muerte. Ya eres un asesino Leonard, ahora simplemente a asumir las consecuencias porque la pobre Clarise pagara las consecuencias de correr detras de MAx siempre....
la imaginacion de este tipo esta al maximo no solo cree escuxhar o ver a Ellie sino q ahora la siente!!!!....
que mas tramara su mwnte trastornada!
y mas con Max que le añade mas razones para su locura...
me intriga Max es necesario un capitulo de El paea saber quw trama
Loco reloco!!!!este capitulo solo revela que éste está loquisimo y por lo tanto es peligroso. Y nos deja una nueva intriga que le pidió Max? Que puede hacer que odie mas a Andrea?
que muera Clarisse
La esquizofrenia d Leonard llegó a su punto más álgido, porque d escuchar y ver a alguien muerto ha pasado a ser títere d su voluntad y asesinar a un inocente. Junto a Max sólo se condenará irremediablemente, vivo o muerto.
Que le enviaria hacer Maxlito jejejeje.!! bueno el capitulo un poco sanguinario para mi gusto.!!!
Pobre de Leonard cada día está más loco ve a ellie y se imagina que le hace el amor cada día me da más lástima porque no es feliz y solo hace lo que los demás le ordenan yo creo que Max lo mando a matar a Clarice o alguien más la mato que pasara.
Llego un momento en que pensé que Maximiliano lo mando eliminar , una escena muy sanguinaria pero que esperamos de Leonard.
Cada dia mas loco 😶
Este si que ya esta mas que loco y enfermo