Capítulo 51 | Alma sacrificada [Parte 2]

in #spanish7 years ago

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Caminé hasta los ventanales y observé la calle lateral. El caos aún no llegaba a arropar la entrada o los alrededores de nuestro edificio. Mamá llevaba bastante tiempo afuera y yo estaba sola. Era una decisión que debía tomar por mí misma. La idea de no poder llegar a tiempo a la academia e incumplir una especie de contrato verbal que tuve con la directora, le daría una terrible primera impresión. No deseaba que la mujer que me aceptó entre tantas candidatas, se arrepintiera de su decisión.

Y sí, entendía que era algo que se escapaba de mis manos. Yo no decidí acabar con el país, no envié a ese hombre a perseguirnos, no corté la electricidad ni acabé con los pocos valores que aún tenía la sociedad. Me cansé de esperar algo que no sucedería: la entrega de un hombre que no descansaría. En su lugar, necesitaba salir de allí lo más pronto posible. Por ello, una idea surgió entre tanta oscuridad.
—¿Existe un vuelo para el día de hoy?
La mujer tardó unos segundos en responder.
—Revisando, solo nos queda un asiento en clase turista —respondió—. Si desea puedo cambiar la fecha de su vuelo para el día de hoy, a las dos de la tarde.
¿Un asiento? No podía marcharme sin mi madre. Ella estaba ensimismada en su mundo de locura con el tal Maximiliano, pero si esa era la señal del destino para huir de nuestros problemas, teníamos que tomarla. El problema era que solo quedaba uno y éramos dos. La simple idea de marcharme sin ella me causaba un profundo dolor, casi al punto de quedarme para no lastimarla. Fue una dura decisión la que tuve que tomar.
Algo interno me decía que cometía un error si seguía pensando en mí y no en los demás. Era inadmisible dejar a mamá sola con Ezra. Nos teníamos a nosotras cuando papá se fue. Nos unimos, fuimos confidentes y las mejores amigas. Pasamos por momentos de dificultad y aprendimos de los errores. Mi mamá era la mejor parte de mi vida y saber que no estaría conmigo era insoportable. Después de perder a Keith, lo que menos deseaba era despedirme de ella y esperar un reencuentro en cinco años.
—¿Existe la posibilidad de tener otro asiento?
—Lo lamento. Solo tenemos uno para estar tarde.
¿Me iba o me quedaba? ¿Era confiable marcharme en un momento como ese? Toqué el cristal y observé a un hombre de una chaqueta azul claro caminar por el banquillo de enfrente. La neblina superior era espesa y ocultaba la parte superior de los edificios. Pestañeé un par de veces y me separé de la ventana. ¿Qué haría? ¿Cuál sería mi decisión? ¿A quién recurriría para pedirle ayuda o que me indicara lo mejor? La única persona a la que podía preguntarle, no estaba para ayudarme.
—¿Señorita, Connick? ¿Qué decide?
Sabía que tenía que pensarlo, pero no tenía el tiempo necesario para eso. En su lugar, como una decisión más, elegí lo que creí correcto. Pensé que, por una vez en toda mi vida, podía tener el control de lo que sucedería. Por un instante me sentí mayor, dueña de mis propios actos. Al siguiente, me arrepentía como una condenada.
—Reserve el vuelo —articulé con firmeza—. No pienso quedarme aquí.
—Recuerde llegar tres horas antes.
—Ahí estaré. —Al girar sobre mis talones y observar la ausencia de electricidad en las lámparas que mamá siempre mantenía encendidas, una duda que me paralizó comenzó a correr por mi cuerpo como una clase de veneno—. Disculpe la pregunta, pero ¿están volando sin electricidad en las torres de control? ¿Cómo es eso posible?
La mujer tardó segundos claves en responder. Esa parte racional de tu cabeza que te susurra que las cosas no están bien, comenzó a indicarme que no todo era color de rosa. Fui obstinada ante mi decisión, aun cuando las señales que me dejaban indicaban que eso no era lo correcto y que nada de eso estaba bien.
—Plantas eléctricas subterráneas. Tenemos abastecimiento autosustentable de electricidad —emitió la mujer después de una larga pausa—. ¿Alguna otra cosa en la que necesite ayuda, Srta. Connick? ¿Otra duda?
—No. Gracias por llamar.
—Gracias a usted por confiar en nosotros.
No entendía cómo no supe atisbar las señales. Todo estaba claro como el agua de manantial. Quizá fue la forma en la que entraron. Usaron algo que me importaba más que mi vida: mi carrera. Ese fue el talón de Aquiles que esos maniáticos utilizaron para obtener lo que querían: a mí. Al colgar la llamada, revisé la hora y noté que apenas me quedaba una disponible para terminar de empacar y contactar a mamá.
Extraje las cuatro maletas y las coloqué en la puerta. Me di una ducha rápida, recogí mi cabello en una coleta alta, me abrigué e intenté contactar de nuevo a mamá. La llamé reiteradas veces, antes de recordar que Ezra me había dejado su número anotado en un papel sobre el mesón de la cocina. Troté hasta él y llamé más veces de las que imaginé. Caminé de un lado al otro, con la mano en la cintura y el teléfono en el oído.
En eso estuve más de quince minutos. Cuando revisé de nuevo la hora, solo tenía veinte minutos para cruzar la ciudad y llegar al aeropuerto. Mis ojos se humedecieron ante la idea de marcharme sin despedirme. Dejar una carta me parecía algo demasiado frívolo para alguien que lo significaba todo para mí. Antes de sentir ese asqueroso nudo en la garganta y el profundo escozor en los ojos, marqué una vez más y esperé el buzón.
—Hola, mamá. Soy yo. Llevo más de media hora esperándote para contarte algo importante. Llamé reiteradas veces al número de Ezra y al tuyo, pero no respondieron. ¿Por qué aún no han regresado? Estoy preocupada. Dijiste que te irías un par de horas y esto es más de eso. —Tragué saliva y limpié una lágrima que resbaló por mi mejilla izquierda—. No puedo esperar más, así que te lo diré de una vez.
Respiré profundo, cerré los ojos y coloqué una mano en mi estómago.
—Suspendieron los vuelos por mal tiempo. La mujer que me contactó comentó que no habrá vuelos hasta la tercera semana de enero. —Carraspeé la garganta—. Me propusieron un asiento en clase turista para el vuelo de esta tarde… y lo acepté.
Despedirme de mi madre por medio de una llamada era igual de cruel que decirle a una persona que esta muriendo por medio de un correo electrónico. Me lastimaba no poderla abrazar antes de irme, escuchar sus últimos consejos o pedirme que no me fuera hasta que todo se solucionara. Ella no me habría dejado ir así, sola, aunque ya no fuese esa niña que debía proteger a capa y espada. Era una mujer que alcanzaría su sueño más preciado, en un momento de tensión y dificultad. Mamá habría dejado lo que fuese para acompañarme, sin embargo, era algo que me obligaron a hacer sola.
—Sé que dijimos que nos iríamos juntas, pero debo hacer esto. No puedo fallar, no puedo llegar tarde. —Limpié mi nariz ante las lágrimas que corrían por mi rostro y no lograba detener—. Sé que lo entenderás e irás a verme cuando sea el momento. Debería esperarte, lo sé, pero no puedo. Tengo que irme, tengo que hacer esto. Siento que al marcharme dejarás de preocuparte tanto por mí y ya no seré la chica débil que te impide ser feliz. Sé que me amas, no obstante, es tiempo de que pienses primero en ti.
Desenrosqué la bufanda alrededor de mi cuello y la arrojé sobre el sillón. Cerré los ojos y descendí el rostro. Sentí las lágrimas caer sobre mi pecho desnudo, mientras las palabras se atascaron en mi garganta. Eso me dolió más que despedirme de Keith. La única diferencia palpable era que a ella la volvería a ver; con Keith, la historia era muy diferente. Respiré profundo y le pedí fuerzas al cielo. Debía acabar con la despedida.
—No quiero que te preocupes más por mí, mamá. Voy a estar bien lejos de todo esto, de Max y su ridícula venganza. —Eso era lo que más deseaba—. Es momento de que todo caiga por su propio peso, y que la historia tenga su final. Todos merecemos dejar de sufrir y ser felices por una vez. Sin mí aquí, Max no podrá usarme para llegar a ti. —Lamí mis labios—. Le pediré a uno de los oficiales que me lleve el aeropuerto.
Caminé hasta la puerta, inserté la llave y salí al exterior. Arrastré los pies hasta el ascensor y pulsé el botón. No quería colgar la llamada, pero el sonido de los segundos que quedaban antes de caerse el sistema, me indicó que debía desprenderme de ella.
—Te amo, mamá —concluí—. Nos veremos pronto.
Las puertas del ascensor se abrieron, entré y pulsé el botón para bajar. Yo sola no podría con todas las maletas, así que decidí buscar a uno de los oficiales. Las puertas se abrieron en el vestíbulo principal. Salí y observé la patrulla estacionada justo en la puerta, con uno de los oficiales sentado al volante. Un pulso fuerte se apodero de mi corazón, cuando el guardia del edificio no se encontraba en su puesto.
Miré detrás de los arbustos que adornaban el vestíbulo y solo encontré sillas vacías. Sobre el mostrador donde el guardia se mantenía, seguía una taza de café. A medida que me acercaba, rocé ligeramente la taza y sentí el calor emanar de la misma. El hombre seguro estaba en el baño o en alguno de los apartamentos. Pocas veces abandonaba su puesto de trabajo, a menos que lo llamasen para una emergencia.
El sol apenas se filtraba entre las nubes y el clima era gélido. Me acerqué lentamente a los dos hombres en la patrulla. Uno de ellos, el copiloto, tenía un teléfono en la mano, y el otro revisaba la calle por el retrovisor. Cuando me vieron llegar, el copiloto salió y rodeó la patrulla. Reajustó el cinturón sobre el cual recargaba su arma y se quitó la gorra. El hombre golpeó el capó, me sonrió y saludó con gentileza
—Hola —saludé—. ¿Podrían ayudarme con el equipaje? Llegaré tarde al…
—¿Aeropuerto? —completó el otro oficial, al salir de la patrulla.
De inmediato supe que algo andaba mal. Nadie les había comentado que pensaba marcharme del país o que mi vuelo fue adelantado. Los miré detenidamente, buscando algún rasgo facial diferente a los oficiales anteriores. Quizá eran los nervios o ese escalofrío que corrió por mi columna vertebral, pero los veía iguales, eran los mismos que nos colocaron cuatro días atrás. Ellos sonrieron como si no fuese pasado nada.
En defensas personales y las clases que me dieron en la preparatoria, me enseñaron que cuando alguien quiere hacer daño primero intimida. Cuando las personas tienen intenciones oscuras, pasan por fases antes de atacar. La primera fase es la intimidación, seguida por el miedo que esa misma evoca. Ellos apenas rozaron la superficie de mi miedo, pero cuando alguien más respondió, una tercera persona, entré en la fase tres: huir lo más rápido posible, sin esperar ayuda adicional o divina.
—¿Cómo sabe que iré al aeropuerto? —pregunté sin demostrar miedo.
—Nosotros sabemos todo, Srta. Connick —respondió un hombre que apareció detrás del auto, con la misma chaqueta azul claro que observé desde el pent-house. Todo me parecía tan utópico, que pensé en pellizcarme para cerciorarme que eso me sucedía a mí en la vida real y no en un sueño—. ¿Quiere ayuda para llegar al aeropuerto?
—¿Quién es usted?
El hombre de cabello rubio y ojos azules, dio un paso adelante.
—Tu verdugo —masculló seguido de una sonrisa.
Vi a los tres hombres, dos juntos y uno disperso. Di un leve paso hacia atrás, con la mirada en los tres. No sabía qué podían querer conmigo, así que la mejor decisión era huir lo más pronto posible. La calle no era una opción. Tenían auto y podían perseguirme. El parque frente al edificio era una zona montañosa, pero tampoco era una opción. Ellos estaban recostados al auto, como si estuviésemos conversando. Si decidía irme por ese lugar, me alcanzarían antes de llegar a la acera de enfrente.
Miré en varias direcciones, antes de observar el pañuelo en la mano enguantada del tercer sujeto. Era un secuestro al aire libre, en medio de la calle. No tenía a ninguna persona a la cual recurrir. Ni siquiera el guardia estaba. Con cada paso que él se acercaba, yo retrocedía dos. Mis ojos se ampliaron sobre su pañuelo y mis pies tocaron la puerta del vestíbulo. Cuando pensé que me alcanzaría, dos personas se acercaron a la puerta. Él guardó de inmediato el pañuelo y saludó a la pareja que entraba.
Eran vecinos del piso de abajo. Tragué saliva y toqué los bordes de la puerta. Él estaba cerca, lo que facilitaría lo que mi mente creaba. Cuando observé que extraía de nuevo el pañuelo, estampé con fuerza mi rodilla en su miembro. Él se encorvó y soltó una maldición. No sentí que mis pies tocaban el suelo al huir al interior del edificio. En medio de la sarta de maldiciones, el hombre les gritó a los otros que me dejaran, que era suya y que él se encargaría de que pagara la patada propinada.
Corrí a toda velocidad al interior del vestíbulo, cuando las dos personas que entraron estaban cerrando las puertas del ascensor. Mis cuerdas vocales se rompieron al gritarles que detuviera el ascensor, pero fue demasiado tarde. Las puertas se cerraron antes de lograr atravesarlas. Miré en ambas direcciones y decidí subir por la escalera de incendios. Pateé la puerta que daba al interior y comencé a correr.
Mi respiración comenzó a trancarse, el aire salía de forma abrupta de mi boca, mis piernas comenzaron a doler y mi corazón galopaba a toda velocidad. Subí los escalones de uno en uno, con rapidez, sin mirar atrás. No sabía cuánto pisos había subido, cuando escuché la ronca voz del hombre acercarse. Aceleré aún más. La adrenalina no cabía en mi cuerpo, el temblor de mis manos era incontrolable y el sudor salpicaba mi cuerpo.
Cuando decidí mirar atrás, el hombre ya estaba sobre mí. Lanzó su brazo contra mi pierna derecha y caí de bruces sobre las escaleras. Sentí el filo de uno de los escalones romperme el labio e impactar mis dientes. El dolor me atravesó, junto con el sabor de la sangre que comenzó a llenar mi boca. En sus ojos noté la ira y la molestia de tener que correr para sujetarme. Antes de lograr pensar, estampé mi pie en su nariz. Me aferré a los escalones y me coloqué de pie una vez más. Apenas conseguí subir unos pocos escalones, cuando él me sujetó de la cintura. Me batí en medio de sus brazos y grité.
No dejaba de moverme, por lo que al extraer el pañuelo lo batí con mi mano. Él se enfureció aún más y me sujetó con fuerza de la cintura. Miré las paredes grises y los pasamanos de las escaleras. Sentí que estaba atrapada entre sus brazos, antes de recordar que mis piernas estaban libres. Al impactar una patada de nuevo, él me lanzó y mi cuerpo rodó escaleras abajo. Sentí cada golpe de escalón en mi cabeza, escuché una de mis costillas romperse y el sonido de los golpes de mi cuerpo contra los escalones.
Cerré los ojos al llegar a la separación entre un piso y el otro. Mi boca se llenó de sangre, no podía mover mi pie derecho y un dolor que me atravesaba todo el pecho se expandió hasta mi estómago. No podía respirar. Sentía que algo me presionaba los pulmones. Un alarido de dolor rompió el silencio cuando intenté colocarme de pie y no lo conseguí. Estaba realmente lastimada, incluso las partes que no pensé que lo estarían.
El zapato derecho salió disparado. Al bajar la mirada, observé la forma en la que mi tobillo se doblaba y el bulto que nació de pronto. Escupí la sangre que llenaba mi boca y me sujeté de los pasamanos para colocarme de pie. El hombre seguía en el piso de arriba, con la mirada en mí. Lágrimas brotaron de mis ojos y el dolor solo arreció. Me arrastré todo lo que pude, pero él bajó en seguida, trotando. Apreté mi estómago e intenté respirar. Sentía que me ahogaba y mi cuerpo era un manojo de dolor.
El hombre se acercó a mi cuerpo y sonrió.
—Muy mala jugada —masculló.
No podía moverme. Estaba atada al suelo, a disposición de lo que ellos quisieran hacer conmigo. Me sentí impotente ante el hombre frente a mí, con su sonrisa de superioridad y ese brillo victorioso en su mirada. Intenté arrastrarme y el dolor fue insoportable. Las lágrimas no dejaron de manar y la sangre se mezclaba con ellas. El hombre no tenía más de un pañuelo, así que hurgó en sus bolsillos una soga fina.
No sabía quién era o qué quería, así que pregunté.
—¿Qué es lo que quieren?
—A tu madre —respondió de inmediato—. Eres el cebo para llegar a ella.
Suponía que de eso se trataba, pero no quería creerlo. No quería creer que mi vida se iría al infierno por un hombre que deseaba acabar con nosotras. El dolor me impedía reaccionar o pensar. Me llené de ira, pero no podía hacer nada. El hombre tocó con fuerza mi tobillo y me soltó un alarido de dolor. Lo maldije y lo escupí. El solo me lastimó más y más, sin detenerse. Me enroscó los tobillos y me empujó a la pared.
Con las últimas fuerzas que me quedaban, grité a todo pulmón que alguien me ayudara. Él cubrió mi boca con rapidez y colocó su rodilla sobre mi tobillo. El dolor se tornó insoportable. Creí que moriría, aún más cuando quitó la mano de mi estómago y me estampó su puño cerrado. Fue insistente y grité una vez más. Tenía la esperanza de que alguien me escuchara y me ayudara. Tenía fe en que eso no podía sucederme a mí.
Cuando grité una vez más, él elevó su puño y frunció el ceño.
—Tú lo elegiste. —Fue lo último que dijo antes de noquearme de un golpe.

Sort:  

Ay no Sam! Acusarla d ingenua no sería justo xq ella tomó una decisión basada en una historia creíble. Al final se dio cuenta q debió escuchar la voz d su intuición pero ya era tarde...q miedo x lo q ahora pasará, a ella, a Andrea, a Ezra.

Santo Dios ese tio de verdad q esta loco...pobre Sam 😥

Vio todas las señales y siguió adelante a pesar de su instinto...pobrecita...todo se fue al diablo ahora. Cada vez pienso más en que va a ser Ezra quien muera pero espero un ultimo milagrito de Aime. No puedo resignarme del todo.

¿Quieren que sea enteramente sincera?

No sé cómo demonios reaccionar a esto.

Sabía que llegaría a este punto, pero no es lo mismo imaginarlo que vivirlo.
Amo a Max con toda su maldad, pero Ezra, Andrea y Sam tienen la otra mitad de mi corazón.
Después de todo lo que han pasado, merecen un final feliz, pero mi lado maquiavélico pide sangre.

Mi rabia por lo de Freedy sigue ahí, no crean que me he ablandado, es sólo que Ezra y Andrea no tienen nada que ver con eso y por eso no les deseo un mal mayor.

Leonard... Yo comenzaba a quererlo. Otro loquito al cual quería abrazar, pero ahora, ahora sólo quiero que sufra, no merece menos. Si sentí lástima por él debido a la pérdida de Clarice, ahora sólo quiero que reviva el momento y sienta en carne propia todo lo que le hizo a mi bebé.

Esta noche, me voy a dormir con mil sentimientos encontrados.

No cabe duda que Max es un loco maldito porque lastimar de esa forma a Sam no lo merece y Andrea y Ezra les espera lo peor no quiero que muera ninguno Aime por favor merecen tener un final feliz y Max y Leonard si merecen el peor castigo sufro mucho por Sam que sigu, lo peor está por comenzar.

No lo puedo creer como fue posible que Sam no notara algo raro a pesar de las alertas todo por logrsr ser algo que creia era correcto pero aun sabiendo de la situacion se confio ahota si que el asunto se puso peor Sam lo hizo mas dificil. 😟😔

Ok... Estoy tratando de no juzgar tan mal a Sam por semejante decisión tan boba. O sea, ¿en qué cabeza cabe que ella es la que le impide la felicidad a Andrea y a Ezra?

Vale, entiendo que deba sentir que ella es la que más le preocupa a Andrea en estos momentos. Pero tampoco es para que tome esa decisión, Andrea no ha sido feliz por Max y por ella misma.

Es algo bobo pensar que una gran decisión era marcharse SOLA sabiendo que Max estaba por allí al acecho y que a quien quería era a su madre, o sea era obvio que iba a ser el conejillo de indias.

No, no y no... Mal momento para darsela de niña valiente. Ella debió pensar antes de actuar, no quería sentirse una chica débil pero ahora ocasiono una tragedia mayor.

En estos momentos me provoca zarandearla y darle un solo coquito para que se le quite la pendejez que heredó de Eric.

realmente la ansiedsd ne carcone no saber q pasara ahora Sam sera la pieza a jugar para llevar a cabo los planes siniestros de Max para asi retener a Andrea o de Leonard en venganza x lo q le hicieron... pobre chica saldra mas q mal parada...
ahora veamos que sigue!!!..
eres la hija perdida de Hitchcock cierto?..

Las decisiones apresuradas siempre nos llevan a cometer errores, el miedo nunca nos deja ver con claridad, Pobre Sam odio lo que le pasa ella es otra victima de los locos como Max y el Cuervo, y aunque vio las señales no les puso cuidado, solo ella se cree el cuento del cambio de vuelo a menos de dos horas, y que si hay fallas de luz igual los aeropuertos funcionan, en fin lo que es ser ingenuo y estar asustado... Pobre mi Sam acaba de mandar todos sus sueños a la mierda solo por querer hacer las cosas mejores

Por qué fuiste tan estúpida por cierto qué es de su padre??!

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