El sexo, el amor, la mentira, la felicidad.
El sexo, el amor, la mentira, la felicidad, no en ese orden en particular, o tal vez sí… Si da el momento ¿Dime que te han hecho? Dime a quién, le echamos la culpa esta vez, de tu sonrisa falsificada, tu hipocresía no sabe la existencia del sentido del ridículo, es un chiste, tu ausencia, tu teatralización barata, tu comedia rimbombante en trucos de jugueterías, tú. El aliento de tu boca destilando pandemias de ficción tan insoportables, puedo recordar, que el nauseabundo olor a alcohol que brotaba por cada poro, era la única manera de saber que estaba “Acompañado” porque hasta tu calor es frío… La mismísima razón de la existencia de mis pupilas exfoliándose estaba, enfrente de mí, ¡Mírame! Me gritaba mi alma escapándose, como torres de naipes que caen con leve rose del aire, sí; los sentidos nos engañan matando la realidad con certeza asesina, solo fue el espejismo de un delirio, cambiaste el ser por el simple estar, y ni eso cumplías, nunca fuiste, nunca estuviste, nunca serás, ni siquiera tú te conocerás, porque una persona que no es nada no puede estar en ninguna parte, no pertenece, hay que tener fe para alucinar, así que supongo que aun también me culpo… Y me desvelo con esta fútil pregunta retorica sin resonancia que nadie escucha, la alegoría de un siniestro en un azar macabro, como si de un juego tétrico se tratase ¡Maldita sea!, todo lo que me invade, déjenme en paz, no me amenacen mas con sentimientos, tienen la pistola en mi cien y nunca jalan el gatillo, disparen que la posición de rehén no es para mí, el cañón helado en mi piel marca el tempo de la tortura, anda ya jala el gatillo y deja esa pintura psicodélica en mi pared, que ser sincero duele más que un balazo, tal vez fue por eso que llegue a aceptarte, sí, te hablo a ti, masoquista insufrible, padeces del síndrome de Estocolmo, tienes miedo, lo fuerte que te haces es prueba de tu melodramática debilidad, te diste a tu captor y te escondiste como víctima patética, porque sentir para ti es peor que te fusilen, que asco, me das lastima, la micra de tu reloj se fue moviendo mientras este fundiéndose se fue quedando sin cuerda, y tu solo observando estático, apático, y ya no me importa a quien le hable, solo escucha a decenas de millas el eco del clamor atosigado de murmurar, estoy harto, hecho migas, desfalleciendo ya en mi ataúd bajo el reflejo de la luna gris, aunque mira, otra cosa irónica e imposible, estoy ya deambulando sin vida, no voy a morir acto seguido acciones fuego a discreción, morí el día en que me arrodille ante el arma, y lobotomizado me lisié la voluntad, como un cuerpo sin alma, te la vendí, por seguridad, seguridad a sufrir, mi mayor estupidez en esta vida seguro, y hoy en día acepto la letalidad de mis actos, o lo que es por igual, sus consecuencias, al entrar el proyectil ardiendo dolerá pero no más que el escalofrío de una navaja incrustada haciéndome sangrar, al cauterizar y abrir los ojos, no seré más un cadáver, no habré muerto, comenzare a vivir, como nacer de nuevo, con llanto eufórico incluido en zona de guerra y no me rendiré, al sofocar que sincretizo celosamente en otro tiempo, porque al no querer ser como tú, «El secuestrador» por el pavor, me he convertido en el, ¿Sabes lo que es vivir sin suspirar, solo respirando? Mirarte y ver vacío, como ahora. Y sí por última vez en la sentencia ¡Te hablo a ti! El del espejo, el de los hilos escarlata amarrados con nudos fuertes al títere, el de las mentiras.
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