Meditaciones 1 para los Misterios Gozosos
LA ANUNCIACIÓN
CONSIDERA, como tratando el Señor de hacer a los mortales el inmenso beneficio de hacerse hombre en las entrañas purísimas de nuestra Señora, pudiendo hacerlo sin avisarle ni darle parte como supremo Señor, que puede hacer de sus criaturas, y obrar sin ellas lo que le pareciese, así como de la costilla de Adán hizo a Eva sin darle parte a Adán: con todo no quiso usar de ese absoluto dominio, sino avisar, dar parte, y esperar el consentimiento de su criatura. Quería el Señor dar a entender (dice Santo Tomas,) que venía a desposarse con la humana naturaleza; y por eso espera el SÍ de nuestra Reina en nombre de toda ella. ¡Oh dignidad altísima de Dios! Mira quién a quién busca, quién a quién convida, y quién a quién solicita.
LA VISITACIÓN
Considera en la visita que hizo nuestra Señora a Santa Isabel su prima. Y lo primero has de suponer con San Ambrosio sobre las palabras del sagrado evangelista, que nuestra Señora no se movió, ni por afecto, ni inclinación natural, ni menos por otro fin. Temporal para hacer este viaje, porque todo, eso fuera liviandad e imperfección, la cual ni aun imaginarse puede en las obras perfectísimas, y santísimas de esta gran Señora: por especial impulso y moción del divino espíritu se determinó, dice el mismo santo. Y así considera en aquella palabra: levantándose María, fue aprisa. No atiendas que María santísima, cuando se determinó a ir, estaba ni sentada, ni acostada, sino en oración, recogimiento y quietud: se levantó a acudir al socorro espiritual de aquellas almas. De Abraham se lee, que estaba sentado a la puerta de su tabernáculo al fervor del sol, y así que llegaron tres ángeles a hospedarse en su casa, al mismo punto se levantó y se fue a Sara para disponerles un refresco. Al fervor del sol, inflamada en divino amor María santísima, estaba entregada a la contemplación y oración: entró aquel divino huésped, el Hijo de Dios en su tabernáculo, y al mismo punto se levantó, y trató de subir a las montañas a preparar un refresco al fuego divino que había bajado a la tierra en la santificación del Bautista, en la justificación de Isabel y Zacarías, que con solas estas obras se templa el ardor y la llama de caridad del Verbo humanado. Este es el fin que la lleva a las montañas: este el que la saca del recogimiento y oración. Aprende, alma, a no dejar tus ejercicios por cosa alguna de esta vida: solo por Dios, tal vez, puedes levantar algo la mano; pero ha de ser con particular indujo del espíritu Santo, probado por el padre espiritual.
LA NATIVIDAD
CONSIDERA cómo llegado ya el tiempo de los nueve meses en que había de nacer de las entrañas purísimas de María santísima el Hijo de Dios hecho hombre para nuestro remedio, salió un edicto del Cesar, en que mandábase numerase el orbe, y se empadronasen todas las familias cada una en su ciudad y lugar; por cuya razón le fue necesario al señor San José el ir a Belén, de donde era natural, para el referido efecto. Fue con el santo su divina esposa María santísima; y cumplidos los días del parto, parió esta gloriosísima y soberana Virgen a su divino Hijo en un establo; y fajado en pañales, lo reclinó en un pesebre, porque no había otra parte donde ponerle. Así empieza la materia de esta consideración, y se irá continuando en varias consideraciones; es un misterio dilatadísimo, y lleno de infinitos misterios. Vamos pues por su orden sacando algunos puntos de consideración, porque agotarlo es imposible.
LA PRESENTACIÓN
Considera cómo habiendo estado nuestra Señora cuarenta días en aquel establo, durmiendo en el suelo, comiendo pobrísimamente, padeciendo fríos grandísimos y necesidades, al cabo de ellos salió para Jerusalén a purificarse y a presentar al Niño, como lo mandaba la ley. Llegó al templo, compró dos tórtolas, o dos palomas para ofrecer. Piensa lo primero, cuan mortificada sale nuestra Señora de aquella cueva, después de cuarenta días de penitencia, y en tiempo de nieves, hielos y fríos. Camina a pie la Reina del mundo (como lo dice San Buenaventura:) mira el rigor con que trata el Señor a su Madre. Piensa lo segundo la alegría que lleva en su alma y corazón con la ofrenda que lleva en sus brazos al eterno Padre, que era su hijo Unigénito. Mira que alegres irán las almas al templo de la gloria, si llevan consigo a Jesús. Piensa lo tercero, como nuestra Señora en el templo se puso, como humilde, en el último lugar detrás de las otras, que acaso concurrían a la misma función aquel día; y viéndola allí, como la más pobre de todas, considera su grande humildad, que en la estimación de los que la miraban era tenida por inmunda, y como tal se venía a purificar como las demás, siendo más pura que los ángel es, más hermoso que el sol y las estrellas. Aprende por aquí a humillarte y a ocultar lo bueno que en ti pusiere el Señor: gusta más de ser tenido por malo, que por bueno: si siendo bueno te tuvieren por malo, asegura lo que tienes bueno: si siendo malo deseas parecer bueno, eres hipócrita; y si siendo bueno no ocultas tu virtud, te expones a que te la hurte la vanidad.
EL NIÑO JESÚS HALLADO EN EL TEMPLO
Considera cómo nuestra Señora en una ocasión de estas, siendo ya de doce años el Niño, lo perdió en Jerusalén, y fue de esta forma: que habiendo celebrado la fiesta, y hecho oración en el templo, el día que se había de volver, como era costumbre de aquella gente, salían por una puerta las mujeres, y por otra los hombres, y así apartados caminaban todo aquel día hasta la noche, y entonces se juntaban las familias. Sucedió pues que al salir del templo, el Niño Dios se ocultó de la vista de su Madre santísima, y del señor San José; y cuando nuestra Señora salió que miró por él, como no le vio, juzgó que se había ido con los hombres en compañía del Santo: y el Santo, que también tenía cuidado del Niño juzgó que iba con su Madre. De esta manera caminaron todo aquel día; que a buen seguro que a nuestra Reina se le haría un siglo. Llegaron a la noche, y cuando María santísima Vio que no venía con San José el Niño, y supo del santo que no le había visto en todo el día, fue bien necesario un especialísimo auxilio de Dios para no caerse muerta de pena. ¡Oh Dios mío y Padre eterno clementísimo, que me habéis dado a vuestro Hijo, y yo me descuido en guardárosle! (diría exclamando de lo más profundo de su alma nuestra Reina) ¡Oh Señor y Dios mío, que lo perdí por mi descuido! ¡Oh altísimo Dios, y poderosísimo Rey mío! confortad mi alma en tan grande tribulación. Atended, Padre mío dulcísimo, que desfallece mi corazón asaltado de repente de una tan impensada fatiga. ¡Oh Señor! , usad de vuestras misericordias con vuestra esclava, y decidme: ¿en dónde está mi esperanza y todo mi bien? ¿En dónde está mi vida y todo mi consuelo? ¿En dónde podre hallar al Hijo de mis entrañas, y a mi Dios ausente y perdido? ¡Oh amantísimo Hijo mío! ¿Qué os habéis hecho? ¿Adónde os fuisteis, dejándome sola y desamparada? Bien sabéis que esta es la primera vez que me hallo sin vos, después que me hicisteis vuestra Madre. Dios verdadero sois, y sabéis que sin vos es imposible que viva. ¿Pues qué haré? ¿En dónde os buscare? ángeles santos, ayudadme en este trance, y socorredme en este aprieto: mirad que os conjuro de parte de vuestro Criador, que me busquéis a mi Señor, y si lo hallareis, me deis aviso, para que yo le busque y le halle. Estos y otros clamores diría nuestra Reina, afligida con inmensa pena, porque sabía bien lo que era tener a Dios, y perderle. Llégate a tu Señora, y ofrécete a buscarle en su compañía, y mira no la dejes hasta que le halles, que por último ha de venir a hallarlo: y si tú te hallas en compañía de esta celestial Reina, también le hallaras, aunque le hayas perdido por tus culpas y pecados.
Es genial leer esta publicación. Aunque usa la aplicación de traducción de google
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