La criatura que vagaba solitaria por la sabana
Oki se sentía solo y esa tarde salió a pasear por la sabana, el realmente era de la selva, de la espesura del bosque, pero se había mudado porque aquel lugar, aunque más ruidoso, se sentía más vacío por las noches. Pero en la sabana las cosas no habían cambiado mucho. Esa tarde necesitaba conversar con alguien, hablar sobre las cosas de animales, ver qué opinaba otra criatura sobre la puesta de sol sobre la gran planicie, ya que para él ya solo era un apagón increíblemente lento y tedioso que le consumía los sesos hasta que el monte anaranjado comenzaba a parecer verde y por lo menos el sonido de los insectos presumiendo la inagotable capacidad de silbar y el frio que se colaba bajo sus cuatro dedos o el aspecto espectral de los charcos le daban en que pensar. Pensar, no charlar porque estaba solo. Y entonces aprovechando esa compañía, preguntaría si había un lago del otro lado de la sabana donde el agua no supiera a elefante, o los cocodrilos no aprovecharan para tirarle del cuello o los leopardos no aguardaran agachaditos a que tuviese la panza bien llena de agua, por que vaya, esos tipos no le bastaba con perseguir a las gacelas todo el día, también querían merendar lo que encontraran por ahí mal parado. Entonces tal vez, mil leguas más al sur o al norte, caminado con los ojos cerrados por el sol que pegaba en la cara, el encontraría un lago con sabor a flores, donde pudiese disfrutar de algunas copitas con otras chicas de cuatro dedos o por lo menos encontraría algún pana, que le contara uno que otro secretito de la sabana, le cambiarían la perspectiva a la situación o pues le convencería de volver a su selva. Entonces ese día se peinó lo mejor que pudo los osiconos que le salían de su cráneo y ese día estaban más encrespados que cualquier otro, se dio un chapuzón en el charco y salió de “cacería” como decían las hienas riendo como locas.
Primero encontró a las Jirafas, aquellas señoritas esbeltas y refinadas le hacían saltar los ojos a cualquier mamífero ungulado, y sí debían saltar bien alto porque su cuello llegaba casi hasta las nubes, y vaya que allá arriba sus rostros se veían más angelicales, y agraciados, con todos esos efectos de la luz, el bronceado natural y la piel tonificada por el aire, y ¿a quien no le encantaba aquellos cuellos largos? que le permitía comer cualquier fruta, cualquier hoja, y cualquier pez bajo el agua y hasta algunas mujeres humanas le envidiaban, ya que en el podrían lucir mil joyas de infinitos patrocinantes. Pero había un problema… a pesar de que Oki tenía osiconos simpáticos y bien peinados como el de las Jirafas, y un rostro casi tan despreocupadamente jirafesco, sus patas no eran lo suficientemente largas y ni hablar de su cuello, que parecía el de una tortuga. Entonces algo debía inventarse, porque ya se había dispuesto a salir.
O se trepaba de una rama con los dientes porque no tenía pulgares, o esperaba que una jirafa se agachara a beber agua para conversar, pero seguramente le chipotearían la cara porque eso pasaba cuando hablas con alguien que bebe agua.
Así que se acordó de un cuento que le había escuchado narrar a un grupo de humanos acampando en la sabana, sobre un hombrecito que le crecía el hocico cuando decía mentiras y se le ocurrió que si decía “semi-verdades” que mezclaría con cosas de la selva, tal vez le crecería el cuello.
-Sí, es que estuve del lado norte de la sabana y mirar el sol desde ese lado hizo que se me pusieran los ojos verdes como la luz de las luciérnagas.
Las Jirafas al escuchar aquello comenzaron a prestarle atención aunque no le veían realmente.
-Y probé una fruta llamada Roibos que hizo que mi cabello amarillo adquiriera un tono dorado tan brillante que ante los rayos del sol yo desaparecía.
Uauaoo dijeron las Jirafas y el Oki comenzó a sentir que su cuello ascendía, sí, alcanzaba las nubes.
Y ni hablar del agua de aquella zona, era tan dulce que después ni las hienas me miraban; luego de darme una ducha allí, con mis ojos deslumbrantes, mi tono de piel cegador y mi dulzura empalagosa, parecía un melocotón cubierto de miel de abejas y aderezado con hojitas de menta.
-Uy debió ser súper difícil ser tan bello- le preguntó una Jirafa con manchas en forma de flores y entonces Oki se sintió en la cima del cielo, entre las nubes, sí, un par de nubes que le tapaban realmente la cara, y el trataba de mantenerse así, oculto a esa altitud, entre la “magia de sus palabras” por aquel rostro de melocotón cubierto de miel y aderezado con menta era lo único que le interesaba a esas jirafas. Y entonces hablo sobre que había evitado un conflicto entre dos bandadas de aves que emigraban en una alineación de V idénticas y él les había dicho formaran unas www y así viajarían juntos además mucho más rápido. Y luego contó que sus manchas expuestas ante aquel sol del norte podían tomar cualquier forma y volverse tatuajes personalizados.
-Te imaginas, yo me haría un tatuaje de Jirafa dijo una con machas en forma de espirales…
Y al final dijo que había probado la nieve, porque de ese lado de la sabana nevaba, pero que no le había gustado porque era salada y entonces había tenido que meter la cara en la nube dulce que llovía hacia los lagos y allí la estática le había puesto el cabello como un afro y entonces había adquirido la mágica cualidad de cantar y…
Luego comenzó a cansarse de toda aquella parafernalia, y se le agotaban los relatos increíblemente creíbles, la nube de semi-verdades comenzó a esfumarse y entonces las jirafas observaron su rostro.
-Ay niño pero tienes que viajar de nuevo a esa zona, porque ya ni parece jirafa…
-Fushi, no veo piel de durazno, ni ojos verdes, ni tatuajes modulantes…
Las jirafas rieron como chimpancés y entonces el cuello de Oki cayó como un espagueti sobrecosido, y fue a tener de lleno contra un charco, que olía a hipopótamo y sabía a buey. Permaneció allí por un buen rato, sumergido en su desdicha, viendo sus pensamientos repetirse y repetirse como los pececitos del lago, hasta que recordó que todavía quedaban otras criaturas y salió de nuevo a la carga.
Luego de pasar el vecindario de los Buitres que aprovechaban algún desdichado y el de los leones que dormían de panza arriba mientras sus mujeres cazaban y traían el botín para los pequeños, llegó al aren de las cebras.
De primera instancia se sintió confundido ante tantas rayas, era difícil distinguir donde comenzaba una y terminaba la otra, se movían bajo una secuencia en la que solo ellas encajaban y sus voces parecían seguir un código que se reducía a cosas sencillas y muy pocas palabras.
-¿Qué te parece esa cabra?
-Loca
-Y qué opinas de aquel antílope…
-Extraño
-Y aquel Buey
-Fofo
Entonces Oki lo comprendió rápidamente, tenía que calificar a los animales, las cosas con pocas palabras y encajaría.
-¿Que simple está el pasto no?
-Insípido- Puntualizó Oki feliz porque le preguntaran algo
- ¿Y que tedioso el atardecer no?
-Uff – Dijo oki, eso realmente lo había pensado.
-Y que cursi aquella cebra les está dejando comer el mejor pasto a su amiga
-Uff… -Contestó Oki ya sin muchas ganas porque realmente le hubiese gustado una amiga así…
-Y que dices de aquel canto de aves, ¿súper aburrido no?
Entonces ya no pudo aguantar más eso de ser blanco y negro, a él si le gustaba el canto de los pájaros, la polifonía de las criaturas cantando con inmensa variedad y matices, la armonía de las cosas que eran bellas sin buscarlo y no la monotonía del silencio o de cualquier cosa que se le ocurriera decir a las cebras.
Entonces las cebras se dieron cuenta de que el solo tenía rayas en sus piernas y calificándoles de bicho raro comenzaron a ignorarle.
-Tu más bien pareces un caballo… -le dijo una de ellas- vete al establo de los humanos.
Oki se largó de aquel lugar sintiéndose sumamente desdichado. No era cebra, no era jirafa, y por supuesto tampoco se sentía caballo, aunque la verdad esos animales eran buenos mozos, no se les veía comúnmente por la sabana, e ir al establo de un humano tal vez era peor idea que seguir solo en su rincón con los insectos y los lagos opacos.
Oki vagó solo por la sabana, se sentía tan solo y desabrido que no temió que algún depredador fuera a devorarlo. Sentó a orillas de un charco en un monte alto, y se quedó medio dormido bajo la sombra de un árbol que parecía algo torcido.
Entonces su conciencia comenzó a quejarse en automático…
-No soy cebra, no soy jirafa, no soy caballo… soy de la selva o de la sabana… Donde está el agua que sabe a rosas, el monte que no da comezón al tacto, el amigo que me deje el mejor pasto, la criatura que no le importe si tengo manchas o rallas, si mi cuello es corto o largo. Donde está quien disfrute del canto de las aves conmigo y quien ya allá aprendido a distinguir los silbidos de los grillos, los sapitos y las chicharras, donde está quien me enseñe a mirar la puesta de sol nuevamente y me diga que es lenta porque en la vida las cosas más bellas se consiguen con paciencia y se disfrutan a cada paso y que con cada puesta de sol se va un día que nos arrepentiremos de no haber apreciado.
Oki abrió los ojos y se dio cuenta de que no era su conciencia… él se consideraba un ser profundo y hasta filosófico pero aquello le había superado, y además esa conciencia tenía otro timbre otro swing que no era su voz tosca y plana, entonces allá del otro lado del lago observó a una criatura con osiconos peculiares, con rostro de jirafa sin manchas y sin un cuello alargado, con piernas de franjas como cebra pero cuerpo de caballo y una mirada que le mostraba otra forma de ver el ocaso.
Al principio pensó irónicamente, que cosa tan rara… pero luego miró su propio reflejo allí frente al lago y se dio cuenta de que él no era muy diferente a la dama que observaba. Allí estaba ella, otra oki, esa que estaba buscando. No habría tenido que salir de aquella sabana, ni cruzar las hectáreas ondulantes del desierto, ni subir hasta las nubes, ni volverse un claro oscuro o aislarse en un establo. Solo debía ser un Oki para que otro Oki pudiera encontrarle.
Tomo un poco de agua con una hoja para Okapia, suponiendo que estaba tan sedienta como él por todo el viaje. Ella bebió y le dejo un poco y entonces mirando aquella puesta de sol como si fuera la primera vez, el agua del lago, le supo a flores y duraznos.
Postdata: Esta es una historia figurativa… De seguro las Cebras y las Jirafas son animales agradables, pero las he aprovechado de tal forma dentro este contexto literario.
Carlos Pimentel Diaz
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