La psicóloga perfecta.
El noviembre pasado, le prometí a alguien que de seguir con mis episodios de tristeza extrema, visitaría a un psicólogo para que me ayudase. Llegó diciembre, y había pasado por varios episodios en donde estaba en una maraña tremenda de pensamientos negativos, pesimistas, y vivía en una especie de "flan" emocional del que no me podía deshacer, era un sentimiento denso e insoportable, que inclusive a veces me despertaba, porque lo sentía en mis sueños, y como casi siempre durante esos periodos tenia pesadillas muy violentas, volvía del sueño con un susto y ese sentimiento.
Como dormía mal, pasaba el día irritable, con esa sensación de vacío,de hecho, ese sentimiento aun hoy me causa repeluz en las costillas. Mi apetito, mi animo, mis reacciones, mi atención se vieron afectados por todo esto, y ya no podía darle mas vueltas a lo de la cita psicológica. Un jueves, luego del mediodía, me arreglé para ir a un centro que queda cerca de mi casa, y donde las consultas para ese momento no eran tan costosas.
Era temporada de mandarinas, y de camino allá, aproveché y compré algunas. Llegué al centro, pregunté por la consulta (ya había ido previamente para saber si ofrecían ese servicio) me dijeron que habían dos psicólogas, y que si tenía preferencia por alguna de ellas, le dije a la señorita que no, que iba por primera vez, y que no tenía problema. Ella marcó algunas cosas en el monitor de la computadora, me pidió cancelar, y luego de hacer todo ese tramite fastidioso, me dio un papel que llenaría la licenciada.
Esperé al lado de un niño que había quedado prendado con el bordado de la blusa que me había puesto, eran unas flores coloridas en el escote. Entre la ansiedad por saber que seguramente me iba a preguntar algo que haría que me enfrentase a mis miedos, y la mirada del niño curioso, pasé mas de tres cuartos de hora. Tocaba las mandarinas, a algunas les perfore la cascara con el pulgar, a otras solo las toqueteaba, las olía, las veía, pero siempre resistiéndome al impulso de quitarle la cascara a alguna y comerla. El niño se había puesto a jugar con otro chico mas grande que estaba allí, que parecía su primo o algún familiar cercano, por la confianza con que se jugaban a la lucha. Nada que se abría la puerta del consultorio, y yo muriendo de la ansiedad, y el desespero por desahogarme con alguien que me aconsejaría de manera profesional.
Casi entré en un ataque; los niños gritaban, salió alguien a pedirles que bajaran el volumen a lo que ellos atendieron de inmediato apenados, se abrió la puerta, busqué el pañito para secarme la capa de sudor que se comenzaba a formar gracias a mi maraña mental, esperé a que la chica saliera por completo de aquel pasillo-consultorio y pude ver en el fondo, detrás de un escritorio color crema, a la licenciada.
Me concentre en la respiración y en relajarme, pasaron algunos minutos mientras ella escribía, imagino que algún documento que la paciente anterior necesitaba, porque hasta que la licenciada no la llamó de vuelta, y le entrego el papel, aquella mujer (que era la mamá del niño anonadado) no se fue. Después de ordenar algunas cosas en su cartera y en la computadora, me llamó por mi nombre y apellido. Pasé, cerré la puerta, y caminé hasta donde estaban las sillas, retiré una, me senté y me dispuse a presentarme y a justificar por que había ido hasta allá.
Luego de yo haber terminado mi exposición de motivos, ella se presentó y comenzó a preguntarme lo que preguntan todos los psicólogos... Que si los padres, que si tienes pareja, que si tienes hijos, que si estudias o trabajas o ambas, que si vives con tus padres, y así hasta que yo le conté todo el rollo con mi familia. Ya le había dicho desde el principio que iba porque me sentía triste, sin animo, no dormía, no comía, nada me gustaba, nada me complacía, y que quería mejorar eso, que por favor me ayudara a sobrellevar todo eso.
Mientras le estaba contando sobre la parte que para mí era la más delicada de toda esa situación, al levantar mi mirada, noté que no me estaba prestando atención, que en realidad estaba viendo el teléfono que estaba escondido en su carterón, y que solo asentía por inercia.
Eso me chocó muchísimo, porque sentí que todo el valor que reuní hasta ese momento, para arreglarme, caminar, esperar y contar algo tan profundo, se había ido por el caño, porque justo la persona que se suponía me ayudaría, estaba viendo el ultimo mensaje en su teléfono. Al darse cuenta de que la miré mal, se disculpó y puso como excusa que necesitaba enviar un mensaje rápido porque no podía perder la oportunidad de que la acercaran hasta su casa.
Me incendie por dentro, y sentí como lo poco que había abierto mi canal de comunicación, se cerraba para darle paso a las respuestas automáticas. Entró una llamada a su teléfono, me dijo: - discúlpame un momento Amanda, que debo responder esta llamada- descolgó, se colocó el teléfono en la oreja y dijo: -corazón, estoy en consulta, pero porfa' espérame veinte minutitos que termine, y subo para allá- colgó, anotó algo en alguno de los tantos papeles que tenia sobre el escritorio, me volvió a pedir disculpas y me preguntó algo sobre la irritabilidad. A partir de ese momento solo podía dar respuesta cerrada, y si algo necesitaba de mucha explicación, procuraba que fuese lo mas clara y tajante posible.
No sé cuanto tiempo pasó mientras ella me preguntaba cosas y mas cosas, en las que sentí que solo daba vueltas para hacer el tiempo, hasta que me dijo que en la caja le habían impreso algo, y que yo debía ir a buscarlo. Me levanté, fui a la caja y me dieron media hoja con algunas cosas para llenar. La señorita me dijo que eso lo llenaría la licenciada, volví al consultorio, le entregué el papel, me senté y me dijo: vamos a trabajar de la siguiente manera amanda, primero vas a hacer una rutina en donde vas a dejar unos minutos de tu día para disfrutar de algo de que te guste, porque estas muy tensa e irritada, al borde de caer en una depresión, y luego para salir de eso, se necesita muchísimo esfuerzo, tengo pacientes con problemas para dormir, problemas de apetito, que no encuentran como salir de esa insatisfacción.
Lo segundo es que me vas a escribir una autobiografía, donde me vas a contar todo lo que recuerdes de tu infancia, tratando de ordenarlo cronológicamente, luego o antes,no sé, como tú creas conveniente, vas a buscar el concepto de asertividad, y lo vas a tratar de aplicar a la vida diaria. Quiero también que me traigas un plan de acción, con fechas de todos los proyectos y prioridades que tienes. Y por ultimo pero no menos importante, vas a caminar cuarenta minutos por semana, para drenar toda esa energía.
Al escuchar todo esto, y sabiendo que yo había tratado de ser lo mas explicita posible, el incendio que estaba mas o menos controlado por dentro, se reavivó, le dije que si a todo, siguiéndole la corriente de lo que iba diciendo, le di las gracias, le deseé buenas tardes, tomé el papel y me marché con mis mandarinas aporreadas. Desde ese centro, hasta mi casa, uno se tarda quince minutos andando. Esa tarde me tardé cuarenta. Caminé lo mas lento que pude, detallando cada cosa, tratando de distraerme de la ira que sentía por dentro. Llegué a casa, le escribí a la persona a la que le había prometido que iría a la consulta psicológica si no mejoraba yo sola, le conté y solo le dije que me escuchara sin juzgarme, porque sentía que necesitaba decir muchísimo más de lo que dije en la consulta de la que recién había salido.
Me seguí sintiendo mal por varios meses más, hasta que pude conseguir encontrar la voluntad y el ánimo para volver a escribir e ilustrar, y así poder contar esto que desde ese momento (estamos a principios de mayo) me ha molestado profundamente. Ni obligada iba a volver a la consulta con esa licenciada, que no sé si entenderla (por la situación país) o juzgarla por no ayudarme pero ni un tilín con mi problema.