La historia que se me olvidó contarte.
-A un gatito tierno y para nada malvado-
Cuando regresaba de Caracas a Maracay, el día que fui a buscar mi partida de nacimiento apostillada, me atrapó una fila de espera de más de cuatro horas en el terminal. De tres a siete de la noche estuve de pie, viendo a cualquier cantidad de gente que se trasladaba al igual que yo hacia el interior del país. En la misma fila que yo estaba haciendo, más cerca de la puerta de embarque, había una pareja que me llamó la atención por el cariño con el que expresaban su atracción.
Los dos eran castaños claro, blancos, la chica llevaba lentes, él una camisa negra. Se hablaban, él la abrazaba, ella veía de vez en cuando alrededor con ojos celosos. Así pasaron toda aquella calurosa tarde-noche caraqueña. ¿Cuánto no piensa uno en una fila? Mientras se entrena la paciencia, también se ejercita en mi caso la maña de leer a las persona. Los reclamos y quejas fueron infinitos, niños llorando, gente que tenía tres días esperando a embarcar los autobuses que iban a los Andes, las filas que el mismo desorden e impaciencia hacia que se mezclaran y fuese aún mayor la confusión entre los que esperábamos. Así pasé la tarde, entre ese desastre, quejándome con todo lo que daba mi expresión. Ya había oscurecido y no tenía la certeza de que ese día volvería a Maracay, un poco de desesperación me asaltó, cuando escuché un sollozo ahogado que me picó en los oídos, fui por toda la desordenada fila con la mirada para saber de dónde venía. Era el chico, y también ella los que lloraban, aparté la mirada por pena y también para darles privacidad.
A eso de las siete de la noche, habilitaron por fin un autobús con destino a Maracay, entre el ajetreo y la molestia en el proceso de abordar, no me di cuenta de si los chicos habían abordado, hasta que ya luego de haberme sentado, por suerte en el puesto de la ventana, vi al chico de pie fuera del autobús, viendo hacia el primer puesto donde la chica estaba, el que estaba más cerca de la puerta, haciéndole señas. Yo estaba a cuatro o cinco puestos más atrás en esa misma fila, él lloraba, sin pena, buscó el teléfono, y me imagino que le escribiría algo lo suficientemente hermoso como para que ella, desgajándose en llanto, se levantara y se asomara a lanzarle besos por la ventana. Él reía, se limpiaba los mocos, las lágrimas y seguía riendo.
El autobús se llenó, el chofer avisó que en unos minutos emprenderíamos el camino de regreso a Maracay, y creo que todos los que íbamos de ese lado del autobús, seguíamos pendiente de qué iba a pasar en la historia que estos dos chicos nos contaban. El chico al ver que en pocos minutos nos encaminaríamos hacia Maracay, hizo algo que hasta ese momento, nunca había visto en la vida real, y es que le mandó una despedida, con el gesto de quitarse el sombrero y besándose la parte interna de los dedos de la mano, luego soplándolo hacia donde estaba ella, le mandó un beso en el aire luego diciéndole sólo con el movimiento de los labios: “siempre a tus órdenes mi amor”.
Arrancó el autobús, a mi lado se sentó un médico asimilado en la milicia, quien me contó que venía a Maracay desde la Isla de Margarita, para traer a sus dos hijas porque habían sido admitidas en la facultad de medicina de la universidad de Carabobo. Al llegar a Maracay, a las peligrosas nueve de la noche, me vine desde el terminal hasta mi casa en un transporte con destino a Mariara, por suerte, también venía una pareja con una niña, y el chico, de oficio pescador en cuyagua, con quienes había hablado en la fila del terminal de Caracas. Recuerdo que te escribí para que supieras que había llegado bien, sana y salva.
Quise mencionarte lo que había visto, y lo mucho que te recordé en el momento en el que los chico lloraban, pero no lo hice. Fue un mes después que pude comprender y sentir por qué te habías alterado tanto al momento de decirme que toda aquella relación no tenía sentido. Fue un mes completo que después de escuchar una frase, se desbloquearía o mejor dicho, se enlazarían las dos imágenes, la del chico, y la tuya. Los dos sabían que se separarían de alguien a quien verdaderamente llegaron a amar, los dos se quedaron con un final abierto en alguna de sus historias de amor, porque sí, al final, al final de todo, como lo dice la frase que logró desbloquear la semilla impulsora para escribir todo esto:
" y más allá del espectro visible, habremos sido el fuego y el combustible”