Sobre las librerías, Caracas y otros temas

in #reflexion6 years ago (edited)

Las raíces están bajo el puente

Muchos se quejan de lo problemático que resulta conseguir libros. Su valor, su calidad, lo complicado que puede ser el acceso a ellos. El resto de excusas con que se justifica la gente para no salir de su zona de confort y encontrarlos, resulta una barrera habitual entre aquellos que afirman disfrutar de vez en cuando de una buena lectura. No hay alusión, por si acaso, a que buscar libros sea la tarea más sencilla del mundo, y claro que hay quienes realmente no pueden darse el lujo porque el tiempo, la rutina y las circunstancias de su propia supervivencia no se lo permiten, pero el que quiere consigue, y consigue además el que busca —y aprende dónde buscar—.
Caracas es una ciudad atragantada de cultura, y no por ello de gente a la que le interese el autoenriquecimiento. Plazas, caminerías, historia, música y lectura. Mucha lectura. Es difícil mencionar una esquina o callejón donde no tengamos algo a la vista para distraer la mente con palabras, letras o imágenes. Aquí lectores nacemos, y así como lectores, también escritores, vendedores, artistas, infinidad de personas que somos vulnerables al movimiento de la ciudad y a su manera de hacernos leerla. Dentro de sus avenidas se desenvuelven algunos que transmutan sus particularidades y se convierten en personajes. Siempre los vemos por ahí, sean o no de relevancia, se vuelven iconos y los adoptamos como figuras dentro de nuestra novela mental de lo que es la ciudad. Ellos optan por salvar, sin saberlo, la tradición de Caracas como ciudad de cultura. Algunos emplean su pasión o su necesidad para rescatarla. Si hay algo que aquí abundan son libreros y librerías. En este caso, son los primeros a los que vemos en todas las esquinas, siempre en la entrada del metro de Ciudad Universitaria, sobre una caja sucia en Sabana Grande o tomando té tras una vidriera pulida en Altamira. Dentro de las librerías en las grandes avenidas, lugares comunes, y los que más me resultan de un agrado particular son aquellos que llevaron su vida al extremo de vender y coleccionar volúmenes durante la mayor parte de sus vidas. A esos los conseguimos reunidos en un sitio que ha servido como referente eterno de los rezagados y que, a su vez, dado el caso de los personajes a los que nos referimos, es el menos esperado: bajo un puente.
Son tan diversos como los podemos imaginar, tan cargados de historia y de vida como es posible creer. Los libreros bajo el puente de Fuerzas Armadas son el recurso más “práctico” en lo que respecta a buscar volúmenes. Bajo él se desarrolla un sistema que acapara la representación viva de las cosas que podemos esperar de Caracas: montañas de libros, tres canciones distintas de "salsa cabilla" sonando al mismo tiempo, y compadres echando cuentos en una esquina, jugando dominó; puestos de colores, personas de colores, gente haciendo cualquier cosa en cada extremo y el humo y el constante ruido de los carros y autobuses pasando, además de los gritos de vendedores ambulantes que se detienen en las calles alternas al puente y se dedican a lo suyo. Es un caos, pero te acostumbras a ese caos y es en su comodidad donde descubres su naturaleza bella y complicada. Nunca sabes lo que podrás encontrar husmeando en este lugar. Cada puesto tiene sus personajes, y cada uno con carácter distinto. Hay quienes te atienden con una sonrisa, otros que venden libros por vender, está el típico caballero que compra cajas y cajas y se dispone a leerlos, y cuando debe vender uno que está leyendo, no lo entrega hasta terminarlo. Prefiere mentir, decir que no posee el volumen antes de ofrecerlo inconcluso. Y entre todos ellos, está aquel señor de edad no tan avanzada —55 años— con piel oscura, poco cabello, una barba canosa y un estómago bastante pronunciado. Huele a libro viejo y polillas, como el polvo que flota cuando abres las páginas de un tomo que llevaba años guardado. Es un hombre que compra y vende a la vez que lee, no despega sus ojos de la página, ni responde cuando le hablan sino hasta terminar lo que estaba ojeando. Siempre se le encuentra serio, cuando te ve, sientes que te está hablando —aunque no mueva la boca—. Es bastante cerrado, de esas personas que se refieren a sí mismas como "de pocas palabras".
Cuando era más joven, él se encariñó conmigo y mis lecturas, le gustaba que me diera curiosidad El principito y me recomendaba otras historias para revisar, cosa que posteriormente hice. Tal vez en mi inocencia no supe detectar que sencillamente yo le agradaba, y quería sentir que tenía un alumno interesado por los libros. Él me regaló mi primer volumen. Recuerdo que siempre tenía la ventana de su puesto cerrada, él siempre estaba sentado en una silla de plástico fuera del local, al lado de una mesa más o menos amplia donde exhibía los libros más buscados por estudiantes universitarios, yo le pregunté la razón, fue la primera vez que pude ver su depósito. La causa de esto era que ni siquiera una persona entera podía entrar en él. Estaba tan lleno que apenas cabía su brazo para encender la luz. Realmente había amasado una cantidad inmensa de libros que disponía en cajas enumeradas y ordenadas alfabéticamente. Los contenedores rozaban con el bombillo del techo, y tenía de todos los temas posibles: cine, farmacia, matemáticas, enciclopedias de arte e ingeniería, y toneladas de libros de literatura. Hoy en día no sé si él haya leído todo el material que tiene dispuesto para vender, pero a cualquier libro que mencionara al azar le tenía un comentario.
Si hay que hablar de los libreros bajo el puente, considero que él es uno de los mejores. Si no consigues un libro, él lo hace aparecer por arte de magia. El que sea. Y, como si no fuera ya suficiente, es capaz de hablarte sobre ese libro que estabas buscando, porque lo más probable es que ya lo haya leído. El año pasado me explicó la diferencia entre un librero y un vendedor de libros:
Al vendedor no le interesa lo que vende, sino que le compren. Santillana, FCE, Ayacucho, les da igual con tal de venderlo. Eso sí, las editoriales de renombre te las clavan. Nosotros nos enfocamos más en el libro, claro, sin dejar de lado el interés del que lo compra porque a fin de cuentas es un negocio. De los que venden libros que se montan en Sabana Grande, muy pocos son libreros. Por eso yo ya no voy a vender para allá.
También me habló sobre los coleccionistas y los lectores, como le gusta mencionar a Bonnet en Bibliotecas llenas de fantasmas, empedernidos. Me contó sobre un cliente común que había desarrollado tal afición por coleccionar libros, que sus tomos más valiosos —de los que él le había vendido buena cantidad— los plastificaba y los cambiaba por otros volúmenes de su interés, “como si fueran barajitas”, me dijo. También me habló sobre una señorita que iba todos los miércoles desde el mediodía hasta las tres de la tarde a sentarse a hablar y a leer con él. Comentaban un libro que él estuviese leyendo —pues ella también disfrutaba de la lectura— o recitaban poesía cadeniana.
Recuerdo que la última vez que fui, hablamos sobre los libros que conserva. Sus palabras siguen vivas así:
No hay un libro que conserve porque sí. De hecho, no conservo libros. O bueno, las novelas negras que me gustan que guardo en casa de mi hermana. Pero los que están hoy en mi casa, capaz mañana estén allí en la mesa. Siempre van a volver, siempre se irán. No soy su dueño, solo uno más que puede tocarlos. Como se van, regresan. Ese Aleph que está ahí lo he conseguido cuatro veces este año y en la misma editorial, y creo que hay otro en las cajas.
Estos diálogos, y varios otros recuerdos que tengo sobre el puesto de Gilbert me ayudan a comprender mejor la relación que tienen las personas con los libros. Él es, de cierta manera, una biblioteca andante, que se sienta día tras día en su librería, espacio que perdura porque la gente lo recuerda y recurre a él. Como dice Pascual en Los poderes del lector: “Una librería no es más que una idea en el tiempo”. Gilbert fallecerá, nuestra generación será la vejez más próxima, y las librerías bajo el puente de Fuerzas Armadas seguirán siendo, durante algún tiempo, el sitio al que cientos de miles de personas vayan para buscar libros y explorar sus gustos literarios y profesionales. Las librerías bajo el puente, como las ideas, algún día desaparecerán. Lo dice Sontag en Yo, etcétera:

Continúan allí.
Pero no continuarán allí por mucho tiempo.
Lo sé. Por eso fui.
Para despedirme.
Cada vez que viajo, es invariablemente para despedirme”.

donde buscar.jpg

La foto es de mi autoría. Tomada con una LUMIX DMC-ZS10

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Muy bien escrito

Muchas gracias, estoy abierto totalmente a cualquier crítica

Que bueno, eso es importante para mejorar, un abrazo


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