Profecía: Rusia, la tercera Roma
“La santa Iglesia apostólica, la de la Tercera Roma, la de tu reino,irradia bajo los cielos más ampliamente que el Sol. Y que tu potencia lo sepa, ¡oh! Zar bendito, que todos los reinos de fe cristiana se han fundido en el tuyo; que tu eres bajo los cielos el solo Zar cristiano. Mira, escucha, ¡oh! Zar bendito, esa cosa, que todos los reinos cristianos se han fundido en tu reino único; que dos Romas han caído; que la tercera existe, y que no habrá una cuarta.Tu reino cristiano no pasará a otro”.
Carta del monje Filoteo en 1524 d.C al Príncipe Basilio lll de Moscú.
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Moscú es la Tercera Roma. Y no habrá una cuarta". Esta famosa declaración, escrita en 1511 por el monje Filoteo al zar Basilio III, habla de dos Romas anteriores: la imperial e italiana, la primera Roma, y la oriental e imperial Constantinopla, la segunda. Moscú sería la heredera de esta tradición de imperio "y no habrá una cuarta Roma".
La antigua convicción de que Moscú es la Tercera Roma es una constante de la historia rusa y la contrapone a la tendencia occidental de la misma historia. Pedro el Grande fundó Petrogrado (San Petersburgo, Leningrado) como una ciudad italiana del norte de Europa. Catalina La Grande trató de imponer una arquitectura neoclásica al país de las cúpulas bizantinas. La emperatriz se llamó a sí misma "La Semíramis" del Norte, y a su capital, "Palmira".
Que estas tendencias "occidentales" de la vieja Rusia chocaran con la posición "eslavista" que veía en Rusia un mundo aparte del Occidente, la reserva del mundo eslavo frente al resto de Europa, no es sino una manifestación aguda del secular conflicto ruso: ¿dónde termina Europa y empieza Rusia?, ¿es Rusia parte de Europa o aparte de Europa? La respuesta a esta pregunta ha enriquecido la literatura y promovido el debate. De Dostoievski a Solzhenitsin, Rusia es presentada como algo aparte, "La Tercera Roma", el país del dolor que se transforma en salvación, la nación portadora de la salud del alma.
Sólo que al mismo tiempo, Rusia se abre a la influencia de la filosofía alemana de Hegel (la historia culmina en el Estado) y de Marx (la historia culmina en la revolución internacional de la clase trabajadora). El Estado soviético se afirma y se debate entre el internacionalismo marxista y el nacionalismo eslavista. La Internacional Comunista expresa a aquél; el socialismo en una sola nación, a éste. Stalin trató de ser a la vez internacionalista y nacionalista. Al cabo, optó por la dictadura personal para resolver las oposiciones. Los partidos comunistas de Occidente conocen auge y decadencia (Francia, Italia). Los de oriente establecen dictaduras "proletarias" (China, Corea, Vietnam). Pero al cabo, se transforman en sistemas de capitalismo autoritario, en tanto que en el Occidente el comunismo se funde en una izquierda muy cercana a la social-democracia.
¿Y Rusia? La caída del rígido sistema post-stalinista dio lugar a una peculiar y muy difícil transición encabezada por Mijaíl Gorbachov. En una extraordinaria entrevista concedida a EL PAÍS, Gorbachov habla de acuerdos de transición con Occidente que Occidente no cumplió. La promesa norteamericana a Gorbachov de que la OTAN no se expandiría hacia el Este si Rusia apoyaba la unificación de Alemania ha sido violada. La debilidad (y frivolidad) del Gobierno de Yeltsin permitió que Rusia fuese parcialmente desmembrada y que el Occidente se instalara, con todo y misiles, en la antigua esfera de influencia soviética.
Gorbachov no anda con rodeos para decir que el gobernante georgiano, Saakashvili, no se hubiera movido si el Gobierno norteamericano no sólo lo autoriza, sino lo empuja, a invadir Osetia del Sur con armas proporcionadas por los EE UU. La respuesta de Putin desenmascara esta acción y permite a Rusia restablecer su zona de vigilancia en el Cáucaso. La respuesta occidental es tibia. McCain primero pedía una "liga de democracias" contra la Rusia de Putin. Después del conflicto del Cáucaso, se limita a pedir "oraciones". Obama, con tibieza también, se hace eco, y Bush, origen del conflicto, menea un tímido dedo para decir que "Rusia no puede salirse con la suya".
¿Cómo que no? Lo hizo y no existe, hoy, poder que se lo impida. La razón de Putin es clara y es histórica: Rusia ha regresado como gran potencia al escenario internacional y reclama una zona de seguridad que, a su entender, le había sido arrebatada por los EE UU y sus socios europeos. Moscú alega que su intervención en Georgia es comparable a la intervención occidental en Kosovo. Pero esto no explica ni excusa la sangrienta intervención rusa en Chechenia.
¿Autonomía de las antiguas repúblicas soviéticas o sometimiento a Moscú, la Tercera Roma? Éste es el dilema que limita, al cabo, la novedosa política de fuerza del zar Putin y le obliga, a la larga, a hacer un acomodo político tanto con Europa como con los EE UU de la era pos-Bush. Al cabo, Europa depende de la exportación de petróleo y gas rusos, y Rusia depende de que se lo compren.
En medio de estos intereses a la vez complementarios y opuestos, Gorbachov propone la creación de un Consejo de Seguridad Europea. Que Europa resuelva en la medida de sus fuerzas los problemas de Europa. Que los EE UU no demoren la agenda. "Reconocemos el poder de los EE UU, pero no su liderazgo", dice Gorbachov. "No tenemos por qué seguir las instrucciones norteamericanas".
Las palabras del padre del glásnost y de la perestroika confirman la nueva realidad internacional que una y otra vez he evocado en estos artículos. El unilateralismo ha terminado. Condoleezza Rice, que hace siete años declaraba que los EE UU no necesitaban amigos y se bastaban a sí mismos, hoy debe hacerle la corte a tiranos tan desagradables como Muammar el Gaddafi y reconocer, disfrazándolo para ingenuos, el fracaso de la absurda e innecesaria guerra de Irak.
¿Puede el próximo presidente de los EE UU devolverle a Washington un papel de fuerza constructiva y asociada al orden internacional -el legado de Roosevelt y Truman-?
¿Y puede Rusia encaminar su transición a un orden de libertades democráticas y alejada del autoritarismo mesiánico y nacionalista de la Tercera Roma?
Bush el ingenuo dijo que un día miró a los ojos de Putin y vio el alma del ruso. Putin debió reír. Para él, Rusia no tiene alma. Tiene intereses. Lo mismo dijo Foster Dulles de los EE UU después de la invasión de Guatemala.
Dos recientes acontecimientos nos hacen traer a la memoria el mensaje “Moscú III Roma”. El primero, la publicación, en Roma, Atenas, Estambul y Chipre, del documento que fue redactado en la reunión de la Comisión Mixta Internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa en conjunto que se celebró del 8 al 14 de octubre en Rávena (Italia). De conformidad con él, el obispo de Roma es considerado como el «primero» [protos] entre los patriarcas, tanto en las Iglesias de oriente como en las de occidente. Sin embargo, sus prerrogativas y funciones que se derivan de este primado deben ser estudiadas mejor para poder ser compartidas por ambas tradiciones cristianas. El segundo, la salida de la delegación ortodoxa rusa el primer día por razón del reconocimiento de la Iglesia autónoma de Estonia por parte del Patriarca de Constantinopla, con la oposición del Patriarca de Moscú.
I.- El significado de “Moscú III Roma, no habrá una IV Roma”.
Es el mensaje que hacia 1524 el monje Filoteo (en ruso Filofej), desde el monasterio Eleazar de Pskov, dirige al Gran Príncipe Basilio III (Vasilij) en una de sus cartas. “Desearía decir algunas palabras sobre el imperio ortodoxo existente de nuestro dominador; él es el único zar de los cristianos, el caudillo de la Iglesia Apostólica que, en lugar de estar en Roma y en Constantinopla, está en la bendita ciudad de Moscú. Ella sola brilla sobre todo el mundo más clara que el sol. Pues sábelo tú, piadoso: todos los reinos cristianos han pasado y en lugar de todos ellos está el reino de nuestro dominador, según los Libros proféticos; este es el imperio ruso, Pues dos Romas han caído, pero la tercera está en pié, y no habrá una cuarta”
¿Cómo así? Tomando pié de la mujer del Apocalipsis revestida de sol —así lo razonaba Filoteo— esta huyó de la antigua Roma, que cayó en la herejía apolinarista. Entonces, “la mujer huyó a la nueva Roma, que es la ciudad de Constantino. Pero tampoco allí halló descanso alguno, pues en el octavo Concilio se había unido a los latinos; la Iglesia de Constantinopla fue destruida. Entonces la mujer huyó a la tercera Roma, que es la nueva y grande Rusia […]”.
Frases estas que no pasaron de ser afirmaciones utópicas de un monje — por más que fueran el reflejo fiel de un pensar común compartido por el pueblo— durante el pacífico gobierno de Basilio III, hasta que se hicieron operativas bajo el activo e impulsivo Iván IV el terrible, llegando a cristalizar en una ideología político-religiosa. En efecto, de parte del Gran Maestre de la Orden Teutónica, por encargo del Papa, se hacen al gran príncipe, en 1517-19, proposiciones que intentan su entrada en la liga contra los turcos y la recuperación de su herencia bizantina. Más tarde, por parte del emperador Maximiliano II, se hace una propuesta parecida.
A su vez, desde la jerarquía ortodoxa, el Metropolita Macario, maestro de Iván IV, concibe la Iglesia rusa y la dinastía de zares de Moscú como legítimos sucesores del Imperio de Bizancio, de su Iglesia y dinastía. La verdad era que la Iglesia rusa se había hecho autocéfala en 1459, al reconocer el Sínodo de los Obispos rusos la elección del Metropolita Iona, sin contar con la aprobación de Constantinopla.
Más tarde, empero, vendría ya la erección oficial del Patriarcado ruso: en 1589, el Metropolita Job sería instituido patriarca. Para ello, se hace venir al patriarca de Constantinopla y se le obliga a firmar el documento institucional del Patriarcado y a instituir y consagrar al nuevo dignatario. En este documento, se recogen casi literalmente los asertos de Filoteo: “Pues la antigua Roma cayó a consecuencia de la herejía apolinarista. La segunda Roma, es decir, Constantinopla, ha sido subyugada por los hijos de Agar, los impíos turcos. Tu gran imperio ruso, piadoso dominador, la tercera Roma, las supera a todas en piedad, y todos los reinos piadosos están unidos en el tuyo, y tú solo bajo el cielo eres llamado Zar cristiano en todo el mundo entre todos los cristianos”.
Con todo, en la ideología de la “III Roma, el peso está manifiestamente en el elemento político-estatal. Junto al título de “III Roma”, se acuñó en Rusia la denominación de “segunda” o “nueva Jerusalén”. Y se añadió el concepto “Santa Rusia” que implicaba, durante el siglo XVI, una identificación de la esfera profana con la sagrada, es decir, una utópica equiparación de Iglesia y Estado.
II.- Consecuencia del título “III Roma” para el Patriarcado de Moscú en la época del comunismo soviético y en la época actual
Ante la importancia tanto religiosa como política que iba asumiendo el Patriarca de Moscú, sobre todo si éste era de gran personalidad y valía, el zar Pedro I, para en todo caso soslayarla y así no tener nunca en frente un jerarca de tan enorme influencia, acometió dos empresas. Una, suprimir el Patriarcado y, en su lugar, erigir el Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rusa totalmente controlado por él y, segundo, trasladar la capital del Imperio a San Petersburgo (nombre bien alemán).
También curiosamente, con la caída del Régimen zarista, en 1917, la Iglesia se emancipó de la tutela del Estado, pero a la vez perdió el gran apoyo de que gozaba. No obstante y a pesar de la enérgica oposición debida a que para muchos la institución del Patriarcado era una idea “papista”, acabó por elegirse al Patriarca el 5 de noviembre de 1917 en la persona del Metropolita Tijón de Moscú.
Al poco tiempo daba comienzo una violenta persecución contra la Iglesia y la religión, que cesará a comienzos de 1939, con lo que de 80 a 85% de los clérigos de la época pre-revolucionaria desaparecieron. A la vez, las catedrales de San Basilio y las del Kremlin de Moscú fueron convertidas en museos del ateísmo. Incluso, algunas fueron demolidas como la Catedral de Cristo Salvador (erigida en el siglo XIX en señal de gratitud por la victoria sobre Napoleón), y la Catedral de Nuestra Señora de Kazán, del siglo XVII.
Con la invasión de los ejércitos del Reich, el 22 de abril de 1941, se vuelve a acudir, como otrora en 1806 en tiempos de los zares, a la Santa Rusia y a su Iglesia. El Santo Sínodo se dirige al entonces líder soviético expresándole estos deseos: “Que Dios otorgue a nuestra querida patria una pronta victoria, y dé muchos años de vida a nuestro muy amado caudillo y general en jefe, José Stalin”.
Tras la victoria rusa sobre Alemania, el gobierno soviético llegó a establecer una coexistencia pacífica con la Iglesia Ortodoxa, mientras que perseguía a los católicos, en especial a los de Rito Oriental (llamados frecuentemente “rutenos”, prefiriendo estos ser llamados “ucranianos”). Y el Patriarcado de Moscú fue usado —como subraya De Vries— como instrumento para suprimir a las Iglesias Unidas con Roma. En forma equivalente se procedió en Rumanía.
Con la caída del comunismo se celebró el milenario del cristianismo en 1988, conmemorando la fecha en que Vladimir, al contraer matrimonio con la hermana del emperador Basilio II, se bautizó, adoptando oficialmente la religión del Imperio Bizantino como religión estatal para el reino de Rus. Tres años después se iniciaron las conversaciones entre la Iglesia Ortodoxa de Moscú y la Iglesia rusa en el exilio, para la reunificación el 25 de diciembre de 1991 y terminaron el jueves 17 de mayo de 2007 “con la firma en la Catedral de Cristo Salvador en Moscú (reconstruida en 1994 durante el mandato del presidente Boris Yeltsin) del "Acta de comunión canónica" entre el Patriarca Alexei II (Patriarcado de Moscú y toda Rusia) y el Metropolitano Lavr (Iglesia Rusa en el exilio), histórico evento que contó con la presencia del presidente ruso Vladimir Putin y otras destacadas personalidades de ese país, poniendo fin a casi 90 años de cisma”. Por ella, se reconoce su autonomía, pero la elección del Metropolita requerirá la ratificación del Patriarca y de su Sínodo”.
*** Con esta concepción de “Moscú III Roma” es cómo puede explicarse la reacción del Patriarcado moscovita ante el ejercicio de jurisdicción del Patriarca de Constantinopla, reconociendo la autonomía de la Iglesia ortodoxa de Estonia, y la consiguiente súbita partida de la delegación rusa del encuentro iniciado en Rávena.!
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